Me da tristeza decirlo, pero Sueño en otro idioma es la película mexicana que no nos merecemos: preciosa, llena de temas a analizar, emotiva, divertida… y carente de público.
El cine mexicano lleva un estigma, y cada que una comedia simplona con artistas televisivos aparece en los comerciales de las grandes cadenas, exprimimos estas heridas hasta que supuren, castigamos a nuestra industria y su aparente terquedad de ofrecer algo de valor con un cinismo y facilidad a la par, lo sé porque yo he sido partícipe y no creo que alguien esté libre de pecado. Es complejo defender el cine nacional con tanta oferta mediocre, pero estos días me ha dejado claro el tema: no somos muy coherentes respecto a lo que exigimos, y si lo somos, somos muy pocos.
Sueño en otro idioma va a estar eternamente ligada con Avengers: Infinity War, porque es la película que le mató toda oportunidad de encontrar un público. Estrenada a una semana antes del blockbuster favorito de todos, terminó obteniendo un espacio “pinche”, sin más, ni menos. Un horario de rebote para la gente que no podía ver la entrega de Marvel a tiempo y sólo una función, con una sola copia por ciudad, si tenías suerte. Sobra decir que esto es una ilegalidad… pero es un reflejo de nuestra gente del que no podemos hacer otra cosa más que el de reflexionar.
Porque habla tan mal de la gente que todo el tiempo reclama de nuestro cine nacional, de la pobreza de ideas y potenciales, ya que no voy a mentir: Sueño en otro idioma ha sido la mejor película de nuestro país que haya visto en mucho tiempo.
Ernesto Contreras y su hermano Carlos Contreras parten de una anécdota curiosa de las lenguas en peligro, sobre la idea de que sólo dos personas sean las que conocen el idioma en peligro y que estos no se hablen; crean una película sobre esta reivindicación por parte de Mateo (Fernando Álvarez Rebeil), quien ve a esta titánica labor como una de amor y resguardo en la primera capa de lectura de la película.
En la historia de Mateo vemos la fascinación de un hombre por una cultura nacional: la que posee el lenguaje zikril.
Es curioso la decisión de los Contreras de crear una cultura y dialecto ficticios, cuando el tema de la extinción de las lenguas es un concepto real que vivimos en el país, pero es parte de una intención clara, de generar una ficción de fantasía con finalidad de reflejo, en donde la búsqueda de Mateo termine conectándolo con personas que le enseñan sobre la conexión del hombre y la naturaleza y sus espectros –algo que traspiramos como mexicanos- en una especie de remembranza a la obra maestra de Apichatpong Weerasethakul sobre el Tío Boonmee.
Y todo para terminar como elementos secundarios, que sirven para tapar la verdadera historia dentro de Sueño en otro idioma, que es la relación prohibida de dos hombres, lo que se esconde tras la extinción de un dialecto es la quema de puentes por una amistad… y algo más. Lo que presentan es un tratamiento sin precedentes en el cine nacional, porque la homosexualidad representada en la película es una noble, juguetona por las exploraciones juveniles y que curiosamente poseen como revelación de este deseo a la playa, tal como Barry Jenkins y su maravillosa Moonlight. Lo pionero, es que se trate de la exploración entre dos hombres avanzados de edad que fueron víctimas de las presiones religiosas y sociales de manera trágica, porque el amor persiste.
No los vulgariza y trata esta unión con delicadeza, y de parte de dos personajes que erran. Evaristo e Isauro fallan en todos los aspectos; fallan como representantes de una familia, fallan dentro de su comuna, y frente a la posibilidad de reencontrarse, fallan en varias ocasiones de que este encuentro sea de perdón instantáneo.
En el rostro de José Manuel Poncelis como Isauro vemos una pérdida de la única persona que le importaba y el que termina siendo el loco del pueblo, que conecta de inmediato con nosotros como audiencia por el patético –en términos de tristeza- que resulta su campaña.
Cosa ajena a Evaristo, que gracias a Eligio Meléndez tenemos un personaje icónico dentro de nuestro cine nacional; por sus rasgos duros pero que detrás de unos lentes rotos esconden a un ser frágil en busca de su redención, que obtenemos con una alegría la cual no siempre nos dura lo que queremos.
Y esta conexión entre los dos hombres termina utilizando la capa del dialecto propuesto por los Contreras, porque la película hace un interesante uso del zikril como el lazo entre los dos. Los hombres hablan por grandes espacios de tiempo sin subtítulos y nosotros entendemos a la perfección lo que se dice, porque el peso raya en las gesticulaciones por parte de los dos actores, que en ningún punto esta dinámica se siente gastada… al contrario: existe una gran tensión porque sabemos que las cosas que se dicen, son precisamente las que se han escondido en su entorno social, que esas palabras son las que definen su amor sin tapujos.
Y mientras más lo pienso, más tristeza me da el caso de Sueño en otro idioma.
Es valiente, porque logra hacer lo que muchos intentan con sus proyectos: definir la línea del autor y el beneplácito de la audiencia. Yo en ningún momento presentí un cine en extremo contemplativo, porque poco a poco te comprometes con la historia, con la producción contenida a propósito que no busca ser un reflejo fidedigno de nuestras locaciones mágicas, y lloras. Lloras por la conexión pura que presencias y también puedes reír con toques de comedia que salen tan bien y naturales.
Sueño en otro idioma: no tuviste la taquilla ni el público que merecías, pero espero que puedas ser revalorizada con las nuevas tendencias como esa película que vale tanto la pena a pesar del cochambre creado por los malos proyectos, y por los públicos no interesados.