En el decimosexto El Salón de la Crítica, el crítico de cine Manuel Almazán eligió esta crítica de ‘Las herederas’ para ser publicada.
Por: Santiago Domínguez Zermeño
Chela (Ana Brun) y Chiquita (Margarita Irún), herederas de una riqueza mermante, han sido obligadas por la necesidad a desprenderse de lo poco que les queda. Pero es el encarcelamiento repentino de Chiquita a causa de las deudas lo que obliga a Chela a enfrentarse al mundo y a ella misma, despertando pasiones casi olvidadas.
Marcelo Martinessi construye una imagen audiovisual tan radicalmente sesgada como expresiva, a través de la cual el mundo diegético se nos presenta como una subjetiva libre indirecta de Chela, la protagonista. Formalmente, el filme sigue la tradición de referentes latinoamericanos contemporáneos como Rodrigo Plá (La demora, 2012) y Lucrecia Martel (La mujer sin cabeza, 2008).
Desde la primera escena, y en un principio casi inadvertidamente, la película asume un punto de vista particular: la mirada que nace del lado más humano de Chela, quien espía temerosa a una potencial compradora de su pasado.
Y es que, siguiendo uno de los principios más profundos del cine, Martinessi acierta al abrazar la sugerencia por encima de la certeza explícita.
Quizás el tratamiento más directo de este principio se encuentra en la construcción formal del cuadro. De la mano del fotógrafo Luis Armando Arteaga, Martinessi diseña una puesta en cámara tan sintética y económica como precisa y sugerente. Elementos plásticos como la distorsión de los lentes anamórficos, la poca profundidad de campo y la decidida limitación de la información visual dentro del cuadro nos obliga como espectadores a involucrarnos de forma activa en el desarrollo de la trama. De pronto nos encontramos muy cerca de Chela, no sólo por la distancia física de la cámara, sino por la actitud que debemos asumir para dotar de sentido a un mundo que nos comienza a resultar tan extraño como intrigante.
Pero es el comúnmente relegado fuera de cuadro el que permite el éxito de esta alquimia cinematográfica. Si es la fotografía la que nos acerca a la mirada de Chela, es el sonido el que nos sumerge en su mundo entero. La voz misma, cuya hegemonía casi tiránica suele regir el sonido en el cine, resalta aquí no por su natural función narrativa o dramática, sino por su musicalidad y acústica, que logra llevarnos en cada escena a un lugar concreto del espectro geopolítico paraguayo.
Pero no sólo es eso. La madera de las puertas y el silencio de los muros, lo real del espacio y la distancia, la agresividad de las rejas y el barullo de las reas, el choque ingobernable de la plata y la porcelana, el piano viejo y el acento de la aristocracia; todo se oye, todo suena, todo está tan vivo que uno se siente casi capaz de olerlo. Y Chela, en medio de todo, llora al escuchar el viento abrirse paso en la azotea de su casa. Y entiende que, como el viento mismo, ella debe abrirse paso a la vida.
Las herederas, ópera prima del director paraguayo Marcelo Martinessi, fue estrenada en la 67 edición del Festival de Cine de Berlín en 2018. La película se llevó dos Osos de Plata: uno para Ana Brun por mejor actuación femenina y otro para Martinessi por mejor dirección. Fue un estreno soñado para una película que correría a posicionarse como referente indiscutible del cine contemporáneo paraguayo. Su mérito es incuestionable.