Nadie sospechaba de que el hombre detrás de la película que hizo popular a John Travolta dirigiría una de las versiones más elegantes del príncipe de los vampiros.
Para mí, Universal Monsters son uno de los temas que más añoro. Han sido parte de mi crecimiento desde que siendo un niño, la figuras de Frankenstein y Drácula me resultaban tan atractivas como Spider-Man o Batman; juguetes, cartas, libros de colorear, una máquina de pinball –dos mesas de pinball, para ser exactos- y el grado sacro máximo… asociarlos con el desayuno (Claro que los monstruos de cereal no son exactamente los de Universal, pero es obvio que aluden a los titanes del horror), y es que durante los años ochenta y noventa, el bombardeo de estos monstruos era constante, como parte de Universal de demostrarle al mundo de que sí tenían entre sus filas películas que cambiaron el curso de la historia del cine.
Lo cual hace que la pregunta incómoda surja: ¿Por qué Universal ha dejado en el olvido a sus monstruos después de este boom cultural? Bueno, pues porque la principal forma de aproximación sería con el cine, y en ese terreno han fallado constantemente. La gente podrá recordar el mejor chiste del año pasado cuando el estudio anunció con bombo y platillo el planteamiento de un universo oscuro sin películas, con un cast multiestelar, y un primer intento extremadamente mediocre con La momia, de parte de una de las figuras más patéticas de la industria –Alex Kurtzman– quien ha hecho peores cosas que tú en la oficina y sigue con empleo.
Este intento no es el primero del estudio: Si vemos en retrospectiva, podemos recordar a El hombre lobo (Joe Johnston, 2010), Van Helsing (Stephen Sommers, 2004), y a La momia (Stephen Sommers, 1999) pero, dejando en absoluta vergüenza a los demás, existió el primer intento, en el año de 1979.
Ese año ocurre una carrera por parte de los estudios, quienes apurados deciden competir contra Universal que anunció su interés en revivir del ataúd a la franquicia de los monstruos por parte del productor Walter Mirisch, quien recientemente había asistido a una función de Drácula, la obra de teatro que terminó por adaptarse en el clásico de Tod Browning (y con ello también trayendo al Drácula original de la etapa con sonido: a Bela Lugosi). Esto lo hizo cuando un desconocido Frank Langella se encontraba en el papel
protagónico, pero era tal el encanto y poderío del actor, que Mirisch consideraba que era el perfecto para trasladar la historia a la pantalla grande por segunda ocasión.
La carrera por elegir a un director se dio, y tras una lista de posibles seleccionados Mirisch terminó eligiendo a nada más ni nada menos que a John Badham, quien hasta ese punto se encontraba en la lista de los directores más prometedores por haber dirigido
Fiebre de sábado por la noche (). El nombre de Badham sin duda alguna sería lo suficientemente atractivo para conseguir audiencia joven en esta nueva versión de Drácula, o por lo menos eso concebía Mirisch quien no consideraba el impacto de la música de los Bee Gees en la historia agónica de Tony Manero (de hecho nadie le prestaría mucha atención a las reflexiones de la juventud italoamericana de la película, ya que una versión editada de la película que eliminaba los momentos trágicos y sexuales sería la que tendría más impacto en taquilla, todo por esos falsetes).
También era, que Mirisch eligió a Badham pensando que este sería fácil de manipular, lo cual le salió como un tiro por la culata, porque Badham era fanático del personaje, y su primer propuesta le resultaba aberrante al productor: una película moderna en blanco y negro, con los diseños de producción de la obra de teatro creados por el ilustrador Edward Gorey. A pesar de los constantes conflictos que tenía con el productor, el director sí encontraba apoyo con la persona que encarnaría a Drácula, quien también estaba emocionado de plantear a un vampiro inusualmente elegante.
Drácula no sólo fue la mejor película de vampiros de ese año, sino que resulta ser la producción más complicada de Badham, que reluce en la pantalla grande y que hasta el día de hoy resulta ser uno de los últimos proyectos de los años setenta de un estudio que apostó por el diseño gótico nada barato.
Esto es por parte del gran equipo que Badham tiene a su cargo, como Peter Murton en la escenografía (quien construye un castillo de Drácula con rostros gigantes y adapta una prisión inglesa como un peculiar asilo mental), Gilbert Taylor quien en la fotografía presenta tonos lúgubres y verdosos, que además no teme mostrar una escena de sexo sacada de una secuencia de títulos de James Bond, y el vestuario de Julie Harris, quien dota al conde de una apariencia sacada de un libro de romance que tu mamá escondía en su tocador al lado de la cama.
Es precisamente esta Drácula, la que comienza a experimentar con el tema del romance trágico. Drácula a pesar de ser un monstruo aberrante, es uno que llega a un nuevo mundo en donde las costumbre victorianas omiten la sexualidad de las mujeres, factor que él sí puede complacer entre sus víctimas con un encanto en público, pero que frente a Lucy () le revela la tristeza que encuentra al haber vivido por años sin un amor verdadero (aunque quizás también esto es parte de un juego vil del que es parte).
Esto es en gran parte por Langella, quien logra crear una de las mejores versiones del conde. Una figura que jamás se ve abaratada, a la que deciden mostrar siempre como un caballero, sin colmillos ni sangre, un seductor agresivo, que para cuando tiene encuentros con sus enemigos comienza a hacer gruñidos infernales sacados del averno.
También contribuye la idea que Langella ofrece en los ojos del conde, apoyado por su defecto de moverlos incesantemente sin control natural, que decide que serán los momentos de revelación y bajeza de su personaje. Donald Pleasance y Lawrence Olivier aparecen muy poco, y sus personajes son más en un tono de bufa. Pleasance se demuestra bastante despreocupado, intrigado más por el fenómeno de Drácula y lo que causa entre sus enfermos mentales, que por la seguridad de su hija y la mejor amiga de esta, y Olivier como Abraham Van Helsing recibe una hija que haría de su labor una más enfrascada frente al conde, pero usualmente se encuentra desentonado con los demás actores, más preocupado por su acento marcado y falso.
Pero es en las mujeres, en donde Langella encuentra dinámicas. Las dos si bien reciben el cambio de nombre –que para una persona que haya visto más adaptaciones de Drácula en esta vida puede parecer confuso- ofrecen antítesis en el hecho de ser la prometida de este. Kate Nelligan es una Lucy desencantada de su ambiente y de las omisiones de este, su padre y su aburrido Jonathan (Trevor Eve) que muta en una vampiresa sin aspecto aberrante, la cual sólo quiere dormir al lado del que le abre una nueva noción del mundo… Mina por otra parte se vuelve un desecho patético, que vive entre ratas y alcantarillas, dando lástima de manera cruenta, pues su impacto con el conde no es precisamente uno justificado.
de hecho mucho del maquillaje de Mina posee ciertas similitudes con el que Sam Raimi ofrecería en su propuesta de Evil Dead (1981).
Drácula se estrenaría el 13 de Julio de 1979. Ni su cast, ni su director, ni su equipo, ni siquiera John Williams en el apartado musical fueron razones suficientes para atraer a la gente a la taquilla. La competencia de ese año le ganaría de manera más aplastante; Nosferatu de Werner Herzog se estrenaría a principios del año, además de la comedia romántica italiana Amor al primer mordisco de Stan Dragoti y la adaptación de Salem’s Lot de Tobe Hopper en la televisión. Drácula sería desplazada en la taquilla de manera más ofensiva por parte de Moonraker que llevaba 3 semanas en taquilla, y por parte de
La maldición de Amityville que se aprovechaba de la noción de historia real para traer el morbo de las audiencias.
Esto alimentó un miedo por parte del estudio, que veía que el mundo de sus elegantes monstruos estaban condenados al fracaso en medio del cada vez más frecuente mundo del horror slasher y gore. Y si Drácula, el monstruo más famoso de la literatura no podía conquistar el mundo del cine moderno, nada lo haría.
Y es por ello que demás aproximaciones, lejos de buscar una influencia de la obra de Badham, buscaban un tratamiento de aventuras, de violencia, y de nulas atmósferas… lo que nunca fueron los monstruos en su inicio. Tienes que ser un auténtico monstruo en el campo fílmico para que el estudio te omita en sus referencias y te de el reconocimiento que merecer, pero quizás en un punto de nuestra vida podamos ver hacia atrás y aceptar de que un Drácula con pelo inflado, se encuentra entre los mejores Drácula de la historia.