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Adrian Lyne terminaría ofreciendo en 1997 un segundo intento a la inalcanzable novela cumbre de Vladimir Nabokov para después ser olvidado en los anaqueles de la controversia, con un resurgimiento posterior en la televisión por cable prohibida de las noches del fin de semana.
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Hay vacas sagradas en el mundo del cine a las que nunca vas a poder cuestionar frente a ciertos cinéfilos radicales: Stanley Kubrick es uno de ellos.
Yo también lo aprecio; no es mi director predilecto pero tampoco voy a mentiría respecto a la fascinación que me representaron sus proyectos al ser descubiertos por primera vez, sobre a sabiendas del misticismo que Kubrick se construyó a lo largo de su vida, volviéndose EL director que todo iniciado en el tema busca o explorar, o terminar emulando. Sus películas tienen un peso en su año y respectiva década y son adelantos respecto a cuestiones técnicas y de un aura extremadamente de autor, más que muchos… pero la labor que siempre pongo a trabajar en mesas de discusión –o reuniones- es:
¿Qué película de Stanley Kubrick es la menor lograda?
Es una idea sacrílega de pensar, pero yo por mi parte siempre he pensado que es Lolita.
Kubrick siempre tendrá su mérito por hacer la obra en determinada época, una en donde el escándalo de adaptar la novela de Vladimir Nabokov pulverizó mucho de su contenido erótico, por lo que tuvo que ingeniárselas para presentar la relación de Lolita y Humbert Humbert, saliendo airado del asunto y obteniendo más fama que le catapultó a otras películas… pero tiene sus problemas.
Si bien es entendible que la novela no podría presentar una película en donde el contenido sexual fuese reverenciado, hay un lapsus brutus en el proyecto por la decisión de abrir con el final que lejos de enganchar, resta dramatismo al camino de Humbert Humbert interpretado por James Mason –a quien siempre recuerdo como El Capitán Nemo de 20, 000 leguas de viaje submarino (1954) de Richard Fleischer– y hay una intromisión innecesaria de Peter Sellers, quien termina abaratando al némesis del protagonista por tanto tiempo que aparece en pantalla, con todo y múltiples personajes.
La película lejos de su controversia tampoco resultaría ser una ganadora en la taquilla, y posteriores revisiones la pusieron como una campeona dentro de la filmografía de Kubrick, más mérito por parte de sus hermanas fílmicas que por ofrecer un contenido a la par de obras cumbres del realizador.
Y no soy el único en notar esto, porque de entre todos los pausibles, Adrian Lyne percibía este problema, aunado con la falta de carácter del viaje que realizan Humbert Humbert y Lolita en la carretera (esto gracias a que Kubrick filmaría la película en Inglaterra, lo que le da un anonimato al viaje). El director leería la novela durante la realización de Alucinaciones del pasado (1990) y para su sorpresa, se daría cuenta de que Mario Kassar de Carolco Pictures tenía los derechos de la obra, con una posible reinserción fílmica… sólo necesitaba de algún valiente que parecía no existir para evitar comparaciones frente a Kubrick. Lyne aceptó y su labor dentro de Lolita fue a lo largo de la década, encontrando problemas en los cerca de tres guiones realizados para la película y la inminente desaparición de Carolco por problemas financieros.
Lolita parecía no tener posible inicio, era una película maldita, y a pesar de poder realizarse, esa mancha nunca se le quitó.
Humber Humbert comienza su relato tratando de razonar su comportamiento peculiar gracias a un incidente de su adolescencia en el que por desgracia, su primer gran amor falleciera después del verano por complicaciones de tifoidea. Ya en el presente, Humbert Humbert (Jeremy Irons) es un profesor de literatura que llega a Estados Unidos para dar clases en New Hampshire, tiene la oportunidad de ver un hogar que le ofrece un cuarto para vivir, por lo que asiste a la casa de los Haze. Es recibido por Charlotte Haze (Melanie Griffith), una mujer viuda y de rostro algo duro que en un principio le parece suficiente razonamiento como para salir huyendo del hogar, pero es cuando de pronto ve a su hija: Dolores Haze (Dominique Swain).
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De inmediato Humbert queda prendido de la belleza que exuda para él Dolores, o como a partir de entonces le dice: Lolita. Se vuelve un confidente dentro de los problemas de los Haze, y a falta de un rol masculino en el hogar, Charlotte le adopta como un padre sustituto para Lolita, y Humbert tiene la idea en mente, sólo que su razonamiento lascivo le incita a buscar una opción para pasar más tiempo con Lolita, y posiblemente escaparse para vivir la pasión que tanto ha estado buscando desde que tenía 14 años.
El destino le ofrece esta oportunidad, y así Humbert Humbert huye de New Hampshire junto a la niña para vivir su pasión prohibida, mientras percibe la mirada de todos, y trata de mantener una aparente relación de padre e hija con una Lolita más inteligente de lo que aparenta.
Nunca habrá una versión completa de Lolita, por ser una novela difícil de traducir. Lo que en los sesentas era un acto de rebeldía, para los años noventa es una película que sabiamente decide no nutrirse de la primera versión, y en cambio el guión de Stephen Schiff tratar de adaptar la obra de Nabokov con más fidelidad en su trama, más no tanto en su tono, o eso parece. Omite el humor negro prevaleciente en la obra y eso puede parecer un pecado grave para los más puristas del autor, quienes siempre condenan esta omisión, pero parecen no entender que la película proviene de un director que suele tener interés en contar historias respecto a la sexualidad, unido al tono erótico europeo que bebe más de la rebeldía de Kubrick y de exprimir las limitantes de lo posible para jugar con los deseos del espectador.
Han pasado los años y sería imposible narrar una obra con guiños al humor, por lo que sabiamente decide desbordar belleza. En ese sentido funciona, retratando a una Lolita hipersexualizada a los ojos del espectador sin llegar a mostrar un desnudo, siempre con la brusquedad de su juventud prohibida y que gracias al detalle de vestuario y la fotografía de ensueño de Howard Atherton le dan una entonación sacada del libro europeo de dibujos que solía tener tu primo escondido debajo de su cama.
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Hay un parecido/homenaje a la presentación de Faye Greener (Karen Black) en “El día de la langosta” (John Schlesinger, 1974). La misma fémina prohibida, haciendo algo mundano en medio de los aspersores que le dan un toque erótico inalcanzable para el protagonista.
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Si bien esta es la intención estética de la película, y razonamiento por la que fue seriamente criticada, esto alude a su personaje principal, quien nunca ha sido la niña de dientes chuecos y de carácter berrinchudo, sino al hombre que va detrás de ella.
Humbert Humbert es uno de los mejores villanos de la literatura, porque ha logrado hacerse del apoyo del lector y la cultura popular promedio; se ha ganado su espacio como una persona que sufre, a pesar de su trastorno mental que le hace un narrador no confiable pero le creemos que está enamorado de algo poco tradicional y que embellece a través de sus palabras. Esta situación es la que Schiff toma como punto de partida y algo que de inmediato entiende Lyne: su obra destacará las malas intenciones de Humbert, quien posee la película y su aspecto visual, quien se encarna como el narrador al cual la audiencia tomará con paciencia y “entendimiento”, y cuyos encuentros con Lolita comienzan a resquebrajar su honestidad cuando ella recurre a situaciones exageradas para escapar de su romance.
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Ese es el fuerte más interesante de la película, porque siempre se ha destacado como una belleza, pero es una trampa escondida que no retrata la tragedia de Humbert Humbert en un tono defensor, y que también destaca la futilidad de sus personajes en un final pesimista que sigue siendo obra del autor. Pero… la queja mayoritaria siempre ha sido la falta de humor.
La más resaltable de la película es Dominique Swain, quien como toda una profesional entra sin tapujos en el papel de Lolita, a tal grado de perfección que jamás podría tener otro papel destacable fuera del terreno de la ninfa que descubre su sexualidad. Es odiosa, terca, noble, y la visión precoz de una joven destinada al fracaso, independiente de su asociación con Humbert Humbert ya que desde antes emula ser precoz para mostrar su rebeldía frente a su madre, y a quien no deja de ignorar para vivir en su fantasía de despreocupaciones rodeada de sus posters de Hollywood y sus tiras cómicas.
Lo más interesante, es la química que genera con Jeremy Irons, al cual yo conocí con esta película y precisamente era el estándar al que le tengo asociado con cariño y siempre en un velo de esperanza para que vuelve a interpretar algo tan atrevido como Humbert Humbert. Irons se muestra melancólico y paranoide, y es la perfecta interpretación del personaje que busca adular los sentidos de todos y mostrándose como la plausible víctima, pero que puede llegar a demostrar posibles sentimientos reales cuando se quiebra frente a Quilt, ya que él no se asocia con el problema que presentó frente a Lolita, él no es un pederasta.
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Lolita es una película sobre dos individuos y los demás personajes entran y salen de la vida de la pareja sin mucho afán. Melanie Griffith aparece como Charlotte en el inicio de la película y su Charlotte resulta ser más torpe y de voz imposible de soportar que todas las que yo recuerde; mientras que Quilt, el misterioso sujeto pederasta que se vuelve la encarnación de las inseguridades de Humbert y posible delator, termina siendo sorpresivamente Frank Langella, con un bigote de John Waters y que corre hacia la cámara enseñando sus genitales sin pudor.
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Hacia el final, todo fue un desastre para la película. Lyne se enfrentó a la presión de poder ver su película arruinada cuando una nueva legislación entró Estados Unidos que prohibía la simulación de sexo entre un niño y un adulto independiente de la edad de quienes les encarnaban o si este fuese sugestivo, por lo que de inmediato fue una idea poco agraciada y mucho menos, cuando su estreno original fue en diciembre de 1997 para poder competir en la temporada de premios de ese año.
Lolita no tendría un estreno comercial, sólo obtendría funciones limitadas para esa finalidad y cuando la crítica la destrozó, lo único que quedaba era venderla a mercados extranjeros, los cuales le abrieron las puertas al mercado de televisión por cable y pay per view, en donde tuvo un resurgimiento y le permitió a la película tener un estreno comercial el 28 de Julio de 1998… sin mucho mérito.
No vi Lolita en el cine, ni tenía conocimiento previo de la novela más que el hecho de que era un libro que mi padre tenía y me prohibía leer, mi descubrimiento, fue como muchos de nosotros, por la televisión.
Y lo recuerdo muy bien: la primera vez que vi Lolita fue una noche sabatina por Golden Choice, una noche sin mucho qué hacer y que en esa ocasión TNT no me ofrecía películas de horror, por lo que curioseando y encontrando esos canales que frecuentemente explotaban de pornografía de nivel absurdo –ustedes saben, esa pornografía de Ken y Barbie– aparecía el título de la novela que nunca me dejaron leer.
“Justicia divina” pensaba mi otro yo puberto de bigotes graciosos y espinillas en la frente.
Lo que terminaría viendo no fue satisfactorio para mis deseos expres, pero de inmediato me hizo buscar el libro para sentir el desfogue de otra sensación: que era náusea. Y fue náusea porque de inmediato la película pegó a mis ojos un caso de moralidad que me repugnaba al ver la relación entre un hombre y una niña que podría tener mi edad en ese entonces. Tiempo después y sin los tapujos nocturnos, la película pasaría en otros horarios y sería una curiosidad que también me haría asociarla a la película de Kubrick, solo que en esta ocasión me inclinaría a la versión de Lyne. Han pasado 20 años de Lolita, y sigue siendo la versión que más suelo frecuentar y que la gente suele conocer, lo cual no sería un problema salvo el asunto de lo que sacan en el contexto del filme, o más bien el popular.
Su poderío sexual ofuscó a las intenciones de trazar una narrativa poco confiable que exige un poco de razonamiento a la audiencia y dio a su paso, una película de fantasías con la que siempre encuentro incongruencias en respecto a la gente y su idealización de Dolores Haze como figura de culto y una gran afortunada de tener un amante como Humbert Humbert… o más bien Jeremy Irons.
Pero supongo que al final, es la intención de ese personaje ficticio que sigue burlándose a nuestras narices.
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