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John Houston regresó de la guerra y todo lo que quería hacer era una promesa personal: grabar una película junto a su padre.
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En 1935, el nombre de John Houston no era la dinamita que él esperaba ser. Apenas y era tomado en cuenta como un guionista, o por lo menos esa suponía ser su labor, que se enfocaba más en arreglar textos de estudios a veces sin recibir crédito alguno. Aun así el hombre no dejaba de soñar… y devorar todo tipo de material. A Houston no le duraba nada en sus manos, y fue que dio con una novela de Bruno Traven que le dio un fulgor personal, ya que El Tesoro de la sierra madre se trasladaba en México, ese país en donde Houston, sin saber qué hacer de su vida, decidió vivir la vida de un jinete aventurero, y en donde daría a luz su primer obra ficticia. Houston también contempla una especie de relación entre esta etapa de su vida, la novela, y su padre… porque no deja de pensar que Walter Houston sería perfecto para el papel de Fred C. Dobbs, un hombre sucio, vulgar, rendido ante la seducción del oro: algo ajeno a lo que Walter solía hacer.
Guarda en mente el proyecto y pasan los años… hasta que dirige El Halcón Maltés en 1941.
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John Houston sacude al sistema con su primera película en la silla del director, y termina callando a todos a pesar de su presupuesto tan minúsculo y afinidad visual suscitada por el hábito de refinar sus escenas antes a la filmación y analizar el posicionamiento adecuado de su cámara.
Esto también le llama la atención a Jack Warner, quien quiere que Houston sea una joya para el estudio y le permite elegir su próxima obra a realizar, a lo que Houston de inmediato decide realizar El tesoro de la sierra madre, sin su padre en esta ocasión, con actores ya definidos y la intención de grabar en su añorado México; por fortuna para el hermano Warner, la producción más cara a comparación de la baratilla del Halcón Maltés tendría que esperar, porque la segunda guerra mundial explota y Houston sirve a su país filmando proyectos inusuales para los que se solían hacer.
Pasan 7 años, y al regreso de la guerra es inminente que se va a hacer el proyecto. Jack Warner no siente confianza, no por leer el proyecto (nunca lo hizo pero sí se escandalizó tras varios previos), pero decide que no hay otra opción y arrastra al actor estrella del estudio Humphrey Bogart, quien tampoco está maravillado con la idea de trabajar fuera del país, sucio, alejado de su esposa y en un aspecto físico deplorable a comparación del galán y rudo Bogart que la cultura popular forzosamente le ha puesto como imagen.
De ahí que Bogart antes de filmar, tuviese un famoso encuentro con un crítico de cine que lo enfrentó y mencionara lo siguiente: Espera a que veas mi próxima película, actúo la peor mierda que podrías pensar”.
La cosa es… que no fue ninguna mierda.
Estamos en Tampico durante el año de 1925 y Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart) es un vagabundo norteamericano que hace lo que puede para sobrevivir en la ciudad mexicana. Sin muchas opciones de trabajo, Dobbs lo único que hace es mendigar ayudas con sus compatriotas y subsistir de ello, llegando ocasionalmente a comprar un boleto de lotería, esperando que eso solucione su triste vida.
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En sus peripecias, llega a asociarse con Bob Curtin (Tim Holt), otro norteamericano que sufre el mismo destino y tras ser defraudados en un trabajo petrolero, usan el poco dinero que les queda para rentar un cuarto, en donde escuchan a Howard (Walter Houston) otro norteamericano que asegura conocer un lugar dentro de la Sierra Madre que contiene oro.
El trío decide obtener ingresos para llegar al lugar –esto incluye golpear al antiguo jefe de Fred y Bob y que Fred haya ganado la lotería- y una vez lograda la meta, llegan al lugar en donde el temple de los tres se pondrá a prueba, porque en efecto: hay oro, pero los tres lo quieren tanto, que están dispuestos a tenerlo sólo para ellos tres, o para sólo uno… como Dobbs planea en realidad.
El tesoro de la sierra madre parte de la exploración de 3 personajes que presentan una visión diferente al mismo asunto, es una película pequeña en escala ya que sólo nos centramos en ellos y en su desgaste emocional envuelta en tragedia, porque los tres se necesitan pero los tres poseen planteamientos y sueños generados por la edad y filosofía de vida.
Fred C. Dobbs es el más notorio y no sólo por ser el papel de Bogart, ya que a pesar de ser el personaje principal, dista de ser un héroe, pero de alguna manera entendemos su situación; varado en Tampico sin oportunidad de vivir, lo que menos quiere es que alguien se aproveche de él, de ahí que cuando encuentra a su ex patrón tras romperle la cara termina tomando el dinero que le debía y nada más.
Pero por ser el más lastimero, el más dolido, es el primero en caer a las tentaciones. Es el que cede ante la ilusión del oro de los tontos y termina siendo el que sospecha de dos personas que a pesar de haberse abierto –y salvado su vida- no son confianza de un alma destrozada por las injusticias de la vida, por lo que termina degenerándose a un villano detestable y uno al que como audiencia, sabemos de la importancia de su oro y ver el destino de este, es como si el alma de Dobbs nos poseyera e hiciera activos a los que en su momento sólo fuimos testigos.
A mi parecer Houston aprovechó de las desventajas emocionales de Bogart para ofrecer su papel más exigente, ya que lo deslinda de la bondad y aura innegablemente cool para presentar a un hombre enteramente sucio y que apenas se puede sostener los pantalones, y que con la fotografía de Ted McCord le da unos tintes más siniestros, ya que puedes percibir el cambio gradual de su psique por su rostro oculto entre tantas sombras, apoyado de esos ojos de loco que comienzan a invadir el rostro triste de Bogart.
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Es una pena que Bogar no obtuviese siquiera una nominación al Oscar por esta película, y lo que más adelante obtendría sería por una revisión física de Dobbs sin las exigencias del personaje, más en una especie de disculpa habitual de esos que otorgan hombres desnudos dorados.
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Si Dobbs es la representación del hombre llevado a la locura por el ascenso repentino del éxito, Howard es aquel que choca de inmediato con él. Anciano, más experimentado que los otros dos y un hombre que no le teme a la muerte ni al amedrentamiento por parte de Dobbs, Howard labora y entiende el peso de su secreto, por el que no comparte con casi nadie y si lo hace deben entender el sacrificio que cuesta.
Es curioso que también su personaje tenga un replanteamiento sobre la felicidad gracias a su bondad y termine siendo el consuelo tras la tragedia a través de una risotada en el desierto cruel. Walter Houston quizás haya sido la primera opción para Dobbs, pero como Howard, hay una revisión personal y natural por parte del padre de John Houston muy preciosa, porque es como si el director viera a su padre como estela de experiencia y a pesar de ponerlo en casi un ridículo, nunca deja de sonreír, con todo y esa sonrisa torpe y ojos bizcos que le harían ganar un premio a mejor actor de reparto.
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Y poco se habla de la tercera figura en esta tragedia Western, pero la actuación de Tim Holt como Bob Curtin es más noble que la de Walter Houston y no menos importante; sirve para situarnos en el extremo de Dobbs y en el de Howard, porque Bob va de un lado a otro inexperimentado, ya que puede ser tan agresivo como para ayudar a golpear a una persona, hasta llegar a sentir empatía por un sujeto que lo espió y sentir una conexión especial con él y su anhelado campo de duraznos, lo único que quiere en esta vida.
Tim Holt es insuperable sobre todo en el segmento cuando queda enfrentado a la ira inexplicable de Bogart y su Dobbs, quien le ofrece una tortura mental imposible de olvidar para la audiencia y quien termina con el crecimiento espiritual de toda la odisea.
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El tesoro de la sierra madre fue algo inusual para 1948. Las audiencias no estaban preparadas para ver una película en la que el héroe de la nación se volvía un animal loco que hablaba solo y buscaba matar a sus compañeros, así como el ver un lugar alejado y tan natural como México en uno de los primeros intentos de filmar fuera de los estudios. Jack Warner se uniría a los escándalos y controversias del proyecto, ya que NADA de la película, absolutamente NADA era de su gusto, mucho menos el final de su estrella añorada.
Pero el día de su estreno, y durante ese 1948, Jack Warner se comería sus palabras, porque no había otra película tan salvaje y atrevida como lo fue El tesoro de la Sierra Madre. Esta visión tan inusitada de amoralidad y violencia, de egoísmo y de rabietas naturales con una exploración sutil de los peligros de explorar espacios con intenciones avariciosas se volvería la película más taquillera del estudio durante ese año y el logro más personal de Houston, quien se volvería coronar en el interés del público tras años de servicio, sin sufrir el destino de otros símiles como Frank Capra, y quien desde sus inicios por el mundo de Hollywood concibió una actuación reto para su padre para después evolucionarla en una celebración de este, por ser aquel que le enseñó todo lo que debía saber de la actuación y por el que tuvo un interés enorme en las artes.
Cuya historia de avaricia en las montañas peligrosas de México significaron una carta de despedida para su viejo y su labora más exigente: hacer que las audiencias no tuvieran concepciones de héroes y villanos y dejarse llevar por una historia instintiva que todos pudimos haber vivido.
Y eso al final vale más que todo el oro disperso en el aire del mundo.
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