DARREN ARONOFSKY
¡¡ We got a winner !!
Todo aquel que logre debutar en el orbe cinematográfico con una explicación sobre el caos, seguramente destinará su trayectoria a terrenos donde la ideología personal y su compromiso estético no estén peleados con la intriga más aguda ni con el atractivo subyugante de una historia bien contada.
Así es como el espectador, navegando las nuevas rutas del cine contemporáneo, encalla de pronto y sin buscarlo en el islote magnífico que representa la obra de Darren Aronofsky, una obra que domina el horizonte y exige visita. Su aún breve pero ya brillante trayectoria se antoja recorrido de la condición humana y los miedos que la han poblado. Aronofsky realiza tratados sobre el riesgo y la fragilidad de la vida con la soltura de quien se sabe poseedor de un discurso único.
Sus películas nos conciernen. Nos demandan. Cómo no detenerse, cómo no quedarse un poco en ese espacio extraño que es prácticamente una instancia a la adicción en el sentido más enloquecido, vehemente y pasional de la palabra. Vaya si sabrá de adicciones el mundo de este cineasta, quien reclama la exposición de personajes con problemas excepcionales y sus alternativas igualmente excepcionales para superarlos o dejarse destruir por ellos.
Son los acordes crecientes de sus protagonistas menguantes los que trazan el rumbo de quién al día de hoy se presenta como uno de los cineastas más importantes de la nueva generación. Desde su primer largometraje “Pi“, este director neoyorquino daba señas claras de la audacia en sus guiones. En su Ópera Prima nos muestra a un teórico obsesionado con un número hasta el punto de la autodestrucción por indagar en los secretos de la naturaleza a través de las matemáticas.
Su siguiente entrega “Requiem for a Dream” lo colocó en la órbita de las grandes productoras. En ella, tres jóvenes, al tono de una de las piezas musicales más reconocidas dentro de la historia incidental de la cinematografía, se ven rebasados por la adicción de sus sueños y es la madre de uno de los protagonistas, la que figura como portavoz de la más profunda obsesión. Aventurándose contra toda censura, esta cinta significó para Darren Aronofsky reconocimiento en la prestigiosa nueva élite del cine.
Sus filmes posteriors, “The Fountain” y “The Wrestler“, parecieran tan distantes entre sí, cuando ambos se atienen a un mismo concepto: la oportunidad de redimirse de sus protagonistas guiados de nuevo por su obsesión personal. Por una parte, el amor absoluto de un doctor y su búsqueda obsesiva por hallar la cura contra el cáncer de su esposa, y por otra, la decadencia de un luchador profesional que enfrenta a su peor rival: la vida misma.
Darren Aronofsky cuenta lo que sólo él puede contar, viaja en temas comunes para renovarlos con su mirada, confiando en sus herramientas, intuyendo, volviéndolo todo personal, como debe ser. Admirable resulta su justa proporción de elementos, su cadencia precisa entre temas y ritmos, la intención siempre sustantiva de avocarse al estímulo de sensaciones distintas, en lo posible agresivas, antes que a una técnica gratuita mil veces repasada. Su última película “Black Swan“, un thriller psicológico sobre una joven e insegura bailarina obsesionada con la perfección, le valió diversas nominaciones de la Academia consolidando su reconocida labor.
Tarde o temprano desembarcas en el universo de Darren Aronofsky por razones obvias: primero por inconfundible; sus imágenes llevan inscrito el sello inequívoco de quien detrás de una cámara decide y moldea con maestría; segundo, necesitamos de estos mundos, de esas realidades que dan vértigo sólo de asomarse en ellas. Es el mismo placer culposo de subirse a una montaña rusa, el mismo grito ahogado a media garganta en caída libre, el mismo estar a la orilla de algo, de una butaca, de una escena, de lo que sea, pero siempre allí, al borde, a punto de…, en el límite con…
Nos gusta el cine de Aronofsky porque es un cine inestable. Un cine que no disipa ninguna niebla, que por el contrario deja anegadas de duda todas las salas de proyección a su paso. Cada película se integra con sospecha al aparente patrón de un algo global cambiante e incierto, de un autor impredecible. Es un cine que nos hiere irreparablemente, que nos violenta, que nos desboca sin la menor piedad en espacios desconocidos: los submundos, el misticismo, lo suburbano, la mitología. También, pese a todo, un cine donde convive afanosamente la esperanza, el peso de la existencia, el heroísmo irredento, todos ellos conectados con el espectador, apresurados a ser devorados por la obsesión.
No hay lugar para vaguedades aquí. En sus películas entramos en directo y a detalle. Conectamos de nuevo con lo que quiere decirnos. Nos extraviamos agradecidos en el viaje de esta estupenda filmografía que sigue virando de lo visceral a lo sutil, de lo crudo a lo extracorpóreo. Y todo es como debe ser: demandante, comprometido, brutal.
Darren Aronofsky arroja hasta hoy la imagen de un hombre curioso, explorador inagotable que sondea por los rincones, que da giro a los temas. Y mientras nos lleve de la mano por toda esta oscuridad, seguiremos obedientes siendo unos completos adictos de su cine.