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Una conmovedora película de extraterrestres consagró a Spielberg como un autor maduro, con temores personales notorios pero siempre sobresaliente, logrando la mejor película de ciencia ficción de su año, pésele a quien le pese.
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Este sujeto emocionado que verán a continuación, es Steven Spielberg él, desde que era un niño ha sido mi héroe:
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Está emocionado porque con su segundo largometraje ha conquistado al mundo entero. Con él nace de manera formal el Blockbuster, con él las cuadras de los cines están repletas de gente que aún pasados los meses quieren ver a ese escualo devorar a una rubia desnuda nadando en el océano matutino de Amity.
Spielberg siempre ha sido la imagen inmediata de los sueños, y de que puedas hacer lo que te apasiona. Para 1976 él no estaba dormido en sus laureles… oh no, todo lo contrario. El video no expresa lo que está pasando por esos momentos, pero Spielberg acaba de rechazar ofertas como Superman, King Kong y la secuela de Brucie, porque esta vez va por algo más personal: algo que nace desde su infancia cuando compartía tiempo de calidad con su padre distante mirando el cielo nocturno, lleno de explosiones violentas que nosotros los humanos encontramos tan bellas y nombramos como lluvia de estrellas.
Spielberg ha peleado como pocos, el medio de Hollywood piensa que este es un imbécil que se pondrá a hacer proyectos taquilleros de manufactura automática, pero no ha cedido. Ha estado hablando del proyecto como loco con Richard Dreyfuss, quien de inmediato buscó ser partícipe de él en cuanto supo que la idea loca de Spielberg estaba a punto de filmarse. Ha peleado con los mejores guionistas del medio, expresando tanto sus ideas que termina obteniendo el título de guionista, ha puesto más en peligro a Columbia Pictures que nomás no gana dinero con sus productos fílmicos y que encuentra la idea de una película de 22 mdd como el clavo final de su ya retardada tumba.
Pero él sigue, con ánimos, porque si alguien quiere expresar sus temores como niño y como ahora hombre famoso, es él… muy a pesar de que todo mundo lo asocie con un mundo cinematográfico de palomitas y disfrute.
Encuentros Cercanos del Tercer Tipo abre de manera espectacular. Nos traslada al desierto de Sonora, en donde un equipo de investigadores ha llegado para encontrar material fascinante: un escuadrón perdido de la segunda guerra mundial está en medio de la arena como si hubiesen despegado el día de ayer y un anciano jura que el sol bajó y le cantó.
Vamos siendo testigos de numerosos encuentros paranormales con diversas personas, hasta que damos con Roy Neary, un hombre de familia común y corriente que queda fascinado tras un encuentro extraño con unas luces bailarinas en la carretera. La estabilidad mental de Roy se pone al límite mientras encuentra una conexión con otras personas que han padecido lo mismo, en específico con Jillian Guiler, una mujer que acaba de sufrir el secuestro de su hijo Barry… por estas mismas luces danzarinas.
Ella y Roy sienten una conexión especial y tratan de expresarse a través de esculturas o materiales, con un posible encuentro en donde quizás obtengan la respuesta más inquietante de todas: de que si estamos solos en este universo.
Encuentros Cercanos del Tercer Tipo es hermosa. Es la consagración de Spielberg como un artesano del medio fílmico, en el tope de sus capacidades como artesano, y como director de una de las películas más emocionales de 1977. Es audaz porque, en realidad la película es más allá de un simple relato de extraterrestres, porque al final es un proyecto anti categórico, ya que no busca un género en específico, ni una representación habitual de un drama.
Va desde el documental –inspirado en su primer intento de hacer uno de este tipo sobre extraterrestres- pasando mayoritariamente, en una película de horror, y el horror es hacia lo desconocido, no hacia los extraterrestres. El horror proviene de no saber qué está sucediendo y sus intenciones y del cansancio que aparece en los ojos de aquellos iluminados por la experiencia, aquellos que desean una retribución a su sufrimiento. Y al final, cuando la película ha evolucionado en el subtexto de paranoia política, pasa a ser LA consumación fascinante del director, porque esa media hora de contacto nadie la ha podido repetir… y se va, de manera misteriosa, y dejando a la audiencia estupefacta.
Pero quizás más significativo, son las pretensiones de Spielberg como autor, ya que Encuentros Cercanos del Tercer Tipo tiene lecturas heterogéneas. Podemos percibir el desconsuelo del Spielberg verdadero en el personaje de Roy, un hombre que ha decidido abandonar a su familia en busca de algo indescriptible; Spielberg, al ser testigo del inevitable desmoronamiento matrimonial de sus verdaderos padres, no busca una respuesta a las razones por las cual su padre decidiese tener otra vida, es en esta etapa de su vida que lo comprende, ya que precisamente Spielberg se encuentra en un dilema existencial, de si seguir siendo ese soñador fílmico o decide plantear cabeza como padre de familia; En esta ocasión –porque todos sabemos que tiende a repetir el tema conforme va pasando su vida- le da un planteamiento más noble y desarrollado en su totalidad por la literal alienación de un hombre incapaz de percibir lo que está en casa, que al final puede que termine siendo su sujeción a una vida triste y llena de problemas de comunicación.
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Y precisamente ese es el contenido implícito del filme: nuestra falta de comunicación.
Esto queda revelado a los primeros minutos de haber iniciado Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, con un grupo de investigadores norteamericanos, en un desierto mexicano, y liderados por un francés que buscan respuestas, pero encuentran impedimento natural en la forma del mensaje.
Por ello tienen que aprender a trabajar en equipo en una alegórica nueva Babel pero a la inversa, en donde el equipo cede a una comunicación primitiva a primera vista pero que evidencia su universalidad: la comunicación sonora en ese tema de 5 notas.
Y esa música… oh Dios… esa música.
La gente toma a juicio de que John Williams presentó en 1977 su mejor score con Star Wars (George Lucas), pero no es como si Encuentros Cercanos del Tercer Tipo fuese un trabajo ínfimo. La primera parte es atonal, distante, lejos de un mundo fascinante y más centrado en generar incomodidad, no por nada el robo de Barry funciona tan bien, porque Williams crea un score estremecedor y poco a poco empieza a dar forma a otros temas, como el de la Torre del Diablo que se muestra ilegible en intenciones, sólo muestra una faceta de seducción mística, o del gobierno, que se vuelve amenazador pero jamás un villano fílmico, es más aquel que encubre lo que posiblemente sea la luz en el camino de mucha gente. Y su contribución al desenlace, en donde el tema de 5 notas se vuelve el fondo de una confluencia en regocijo, incluso dando espacio para jugar con otros temas como el de Tiburón, o la base de toda la trama: When You Wish Upon a Star.
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Si hablo tanta belleza de la película, es porque proviene de mi corazón. Los críticos solemos ser considerados seres incapaces de encontrar deleite en una película, o de sentir pasión a tal grado de que esta se vuelve el conductor de nuestro juicio final. Eso me pasa desde niño con Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, porque se ha vuelto una conexión espiritual no solo de mí con Spielberg, sino con mis seres amados.
He visto la película con mi madre desde niño, y siempre sale a tema que Encuentros Cercanos del Tercer Tipo fue una de las películas que ella vio con su –en ese entonces- problemática relación materna, la vi con mi mejor amigo, quien en todo momento se emocionaba y no olvidaba mandarme un texto cuando la veía en televisión y a quien extraño saber que está aquí con nosotros porque este aviso parroquial era al menos una vez al mes.
Y este fenómeno de conexión me pasó hace unas semanas, cuando tuve la oportunidad de ver la película, en la comodidad de una sala de cine: yo sólo. Tenía una cita con la obra que me estruje el alma en el lugar que le vio nacer a otras generaciones y a 40 años, es un viaje en el que cuestionas, pero te dejas llevar en un extremo innegablemente positivo, y ahora que soy un adulto, aprecio muchos detalles pero sin dejar de sentir que los ojos explotan en sentimentalismo cada que escucho ese tema de Williams, o cada que Dreyfuss entrega una actuación convincente a tal grado, que se vuelve una especie de narrador engañoso, ya que nunca cuestionas su alejamiento como padre de familia y estás en lágrimas cuando vez que este hombre, de panza prominente y quemaduras en el rostro ha encontrado su sentido de la vida.
O de ese Francois Truffaut quien llegó al set como un curioso, ante ojos de muchos incrédulos de ver que un director de su talla se “rebajara” a trabajar con un mocoso del medio, para ser él mismo, darle énfasis al tema de la “incomunicación”, y también el de encontrar afecto de la forma de trabajar de un hombre que a pesar de todos los problemas de producción, se mostraba alegre y sin derrotar.
¡O esa fotografía! De Vilmos Zsigmond, y que es tan enigmática y repleta de personalidad propia y –como otra película que le opacaría en taquilla ese año- que no olvida a sus héroes, que referencia al cine de grandes y sus ojos compañeros, que puede darse el lujo de ser oscura, sacada de una pesadilla cuando vemos el apagón del pueblito, o de la introducción de la madre de todas las naves espaciales, en un encuentro con lo divino.
Y lo hice: solo, en la sala de cine, lloré como no lo había hecho en este 2017. Me faltan personas a mi lado y es cierto de que mi vida a veces tiene un rumbo extraño, pero siempre tendré ese cine que me aparta de todos mis problemas, que sirve como catalizador de buenos sentimientos y que me deja fresco, porque encuentro en la obra de Spielberg el espectro de aquellos que han llegado a mi vida y a quienes siempre pregunto de corazón:
¿No han visto Encuentros Cercanos del Tercer Tipo?
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