En la edición más reciente de El Salón de la Crítica, la crítica de cine Karina Solórzano eligió esta crítica de Kiki: Entregas a domicilio para ser publicada.
Por: Alvar González
Kiki: sobre un retrato que nunca se vio
Durante el inicio se muestra una bahía, hay mucho viento y las nubes se mueven deprisa. La pequeña bruja Kiki descansa recostada, mira al cielo mientras escucha el radio, el cual anuncia la llegada de la luna llena. Una abeja se acerca a una flor, Kiki se inclina y mira por unos segundos la entrada del mar. Se pone de pie y corre a su casa para avisarle a su madre el pronóstico y su decisión de volar en su escoba esa misma noche. Tiene que cumplir su entrenamiento personal durante todo un año y que es tradición familiar.
Los personajes y la naturaleza reciben a Kiki con bondad; el abrazo de su padre, los buenos deseos de sus amigas, la tormenta que la hace descender a un vagón de tren, incluso el recibimiento de las personas sin temor. El mar sigue la mirada de Kiki, mientras su nueva vida comenzará en el aire, realizando entregas a domicilio.
Color y movimiento son recursos utilizados en el cine reconocido por “animado”, pero cabría pensar, ¿cuál es su virtud aquí en relación con dicho concepto? Es claro que la intención de realismo no es bajo la piel ni el ojo humano. El color otorga seguridad, lo que nos hace pensar en el exterior sin amenazas grandes. Bajo esta condición es posible que el movimiento se enfatice; el fuerte viento que previenen los gansos silvestres, el sudor por el nerviosismo de Jiji, las hélices que prueba Tombo con su bicicleta, posteriormente su caída de ambos, el césped cortado por su impacto, las gaviotas alrededor del mar. Esto otorga el sueño del impresionista: hacer del color y línea, la sensación de movimiento.
Walter Benjamin tuvo un sueño similar cuando escribió acerca del ratón Mickey Mouse, donde vio en su creación un significado del sueño humano, como anulación o exageración de su propia experiencia, de esta forma fue posible ingresar aspectos de la naturaleza al medio técnico. Mickey no es analizado con la animación, pero nos invita a pensarlo como una forma de representar la vida sin sus complicaciones o temores. Esta situación parece tener mayor eco cuando Kiki pierde la comunicación con su gato y su escoba deja de volar. Hay algo en su experiencia que ha cambiado, su vida ha dejado de ser sencilla y tras intentar diversos métodos, sabe que necesita el apoyo de otra persona. Regresa con Ursula, una pintora que conoció durante la entrega de un peluche. Ella es una persona con la suficiente paciencia de dibujar a los cuervos en el techo de su casa, como de pintar en un lienzo, una escena nocturna de posiblemente animales mitológicos. Su primer encuentro las convierte en amigas, posteriormente Ursula la invita a su casa a manera de descanso. Caminan por las calles de Koriko, toman el transporte público y mientras suben una colina, Kiki se detiene y respira de satisfacción. Hacen autostop y finalmente llegan a un bosque a las afueras de la ciudad donde se encuentra la cabaña.
Ursula le pide que sea su modelo para dibujar su rostro. Cuando ambas se colocan en sus respectivas distancias, vemos en un instante el cuaderno de Ursula comenzar el dibujo, pero este nunca se completa. Al igual que los cuervos o incluso el Mickey de Benjamin, pueden referirse a un boceto para dar inicio a su proceso pictórico. Kiki por el contrario, no se muestra interesada en ver su retrato. Solo piensa en lo que Ursula le dice: “La pintura y la magia se parecen”, palabras que tienen significado en su trabajo, para Kiki es el indicio de un buen presentimiento.