En el 19 El Salón de la Crítica, el crítico de cine Mario Székely eligió esta crítica de ‘E.T., el extraterrestre’ para ser publicada.
Por: Andrea Castrejón
Esta historia circular, filmada cronológicamente, emerge de un manto estelar inmenso arropado por los sonidos propios de un bosque durmiente y que por un lado, narra la transparencia de la niñez como una fuerza que convence, sana y transforma; no importa la diversidad en las especies “tenemos en común, principalmente, el corazón”. Por el otro, estamos frente a un argumento que explica las secuelas provocadas por los terrícolas que movidos por el miedo, pretenden diseccionar todo cuanto desconocen.
Tres hermanos envueltos en dinámicas adultas toman por los cuernos la aparición del ser extraño hasta completar la misión de reunirlo con los suyos. Nos llevan por caminos de resoluciones nada complicadas, el poder de su imaginación los exime de meterse en camisa de once varas para cambiar la historia y provocar la evolución
y transformación de los actantes, en relación a sus personajes.
A través de un montaje y lenguaje cinematográfico clásicos, se develan muestras de un paralelismo equitativo entre universo, vida animal y seres humanos, entre lo inasible y lo artificial: la relevancia innegable del hogar para poder sobrevivir; la onomatopeya “ouch” para nombrar el dolor; la presencia de humo, vapor o niebla como antecesor a la aparición de los seres del espacio a manera de un leitmotiv visual.
El diseño de los sonidos en plano y fuera de campo, evocan a un Jacques Tati ochentero que de forma contundente nos coloca frente al monstruito, pegados a Elliott, moradores del armario, cómplices de tiernas peticiones; la música se imprime en la diégesis y al vínculo que puede coexistir entre natura y lo que se encuentra fuera de lo ordinario en la cotidianidad.
Hay ciertos momentos en que diálogos, aparentemente sin relevancia, toman fuerza y sentido al materializarse en los personajes: Elliott le indica a su hermanita que no puede decirle a su mamá ni a nadie que esconden a E.T porque “…los mayores no pueden verlo”. Más adelante en una escena entre ellas, el “hombre de la luna” le
pasa por las narices una y otra vez a la madre y literalmente no lo ve; menuda forma de crear metalenguaje.
Estamos frente a una obra potente por su guion, las actuaciones magistrales de los protagonistas y los efectos especiales artesanales más la implementación innegable de avances tecnológicos. Una obra que alecciona en secreto al espectador pero que también continuamente es redimido por un dedo índice dador de vida, cual Miguel Ángel creando a Adán.