Quién diría que una película gentil sobre dos ladrones que, en medio de su amistad, cocinan bisquets, sería uno de los mejores post westerns de los últimos años.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Dirige: Kelly Reichardt
Elenco: John Magaro, Orion Lee, Toby Jones, Ewen Bremmer, Scott Sheperd, Gary Farmer
Año: 2019
Duración: 121 minutos
País: Estados Unidos
Muchas veces damos por sentado que el género del western está muerto. Los libros de historia nos lo dicen al igual que nuestro sentido común, porque si el libro predica la desaparición de este género entre las audiencias que consideraron otros a partir de la década de los setentas, las salas de cine corroboran este hecho, con un montón de películas que aparecen en ellas, pero pocas veces una que ofrezca estos elementos de una pieza fundamental dentro de la historia del cine.
Sin embargo, ahí están presentes los westerns, y claramente aparecen bajo situaciones no dictaminadas por el marketing y más, en función a una decisión autoral que les aporta un sentido más artesanal de lo que se podría intuir, y por ende más obligado de considerar. Entre estas películas que aparecen de vez en cuando, está el trabajo de una mujer que también ha tenido una carrera muy por debajo del reconocimiento que merece y que nos ha deleitado con su segunda entrega en estos terrenos polvosos: First Cow.
Parte de la gracia de First Cow es que parece demasiado sencilla. Co-escrita entre Kelly Reichardt y su habitual colaborador John Raymond, la película propone una historia entre dos ladronzuelos que obtienen un vislumbre de estabilidad económica dentro de la época de las fiebres por el oro y pieles de Estados Unidos, sólo para terminar derrumbando este sueño frente a la realidad perceptible de sus posibilidades, pero en ella se establecen panoramas y temas muy poco habituales dentro del género.
El primero que salta a la vista, se trata de nuestros protagonistas. First Cow desde el inicio nos establece que esta es una historia trágica con una mujer del presente encontrando los restos óseos a quienes escuchamos y entendemos su vida, pero estos dos hombres distan mucho de ser los tradicionales protagonistas del western. Cookie (John Magaro) es un hombre sin rumbo, de apariencia bonachona y cuyas habilidades gastronómicas no son validadas entre su partida de pioneros que lo ven como extremadamente afeminado y por ende, un estorbo. La ligereza de Cookie es siempre en un tono respetuoso, incluso lo vemos deambular entre la naturaleza recolectando hongos comestibles con la misma delicadeza con la que ayuda a una pequeña salamandra… es un hombre solitario y que encuentra compañía -y amistad- en un rumbo totalmente inesperado a través de King- Lu (Orion Lee), un hombre chino desnudo en el bosque quien le cuenta las circunstancias por las que se encuentra así y que involucran violencia.
Cookie entiende el caso de este hombre sin nunca enjuiciarlo como un hombre menor por su apariencia y etnia, y al apoyarlo es como si se sintiera identificado: son dos almas que en estos rumbos de posible éxito no lo logran por ser minimizados. Existe una belleza dentro de esta percepción del personaje, porque Reichardt nos contagia de este perfil, al que también vamos entendiendo dentro de sus actos y vamos percibiendo que estas metas que los dos personajes establecen en un matrimonio de esfuerzos -y en un sentido metafórico- son para escapar de sus realidades y de este mundo repleto de fango y personas desdeñosas.
Estas percepciones alternas a las masculinidades habituales de los héroes vaqueros y las complejidades del sistema capitalista que sirve a muy pocos y deja a los demás en aras imposibles de superar, también se prestan sutiles encuentros temáticos que First Cow ofrece, siendo más particular su visión del colonialismo, con personajes secundarios de un origen nativo dentro de Estados Unidos quienes aparecen a escena dentro de sus actividades, siendo más respetuosos por el espacio -e incluso apariencia- y cuestionando las decisiones extrañas de deseo blanco por obtener ingresos a niveles que revelan su poca conformidad como seres supuestamente superiores.
Reichardt relata esto con una paciencia divina. La cámara de Christopher Blauvert –quien filma en formato de 4:3 y con un ilusorio grano fílmico que se adecúa a estas percepciones centenarias de la historia que nos traza- en compañía del montaje que ella supervisa dan espacio de darnos además una idea de cómo Cookie percibe su universo. First Cow tiene tomas largas y a menudo con un nulo movimiento de cámara, para que constatemos la relación del cocinero con el ambiente natural, y tiene un interés en revelarnos las acciones y día a día de los personajes secundarios; principalmente esto no tiene relevancia dentro del argumento, pero Reichardt constituye así un universo palpable dentro del relato y con personajes sumamente coloridos e igual de notorios que los protagonistas, a los que simplemente no tenemos la fortuna de encontrar en este filme.
En un mundo de películas frenéticas, de universos compartidos y de una incertidumbre dentro de lo comercial por situaciones pandémicas, una película como First Cow revela un estrato del cine que busca nuevas lecturas bajo viejas modalidades. No verla resulta un crimen tan similar como el de hacer panecillos con leche robada.