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Tras todo el hype y revolución cultural que abandera la nueva película de Ryan Coogler, habría que preguntarse si esto de verdad se logró dentro del producto en sí, la respuesta es: algo.
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Black Panther es un personaje difícil de adaptar; no es un superhéroe común ya que su servicio radica exclusivamente a servir su nación de Wakanda, entre terroristas, ladrones, esclavistas… y los problemas por parte de países ajenos que ven a su ciudad como fuente invaluable de tecnología y también con un dejo de deteste, porque se trata de un pueblo africano obteniendo el auge del que a nivel histórico nunca se le ha dado.
El éxito que radica por parte de gente a la que siempre se le vio indefensa y en etiqueta de esclavos.
Eso, a la hora de hacer una película, tiene que quedar en el personaje, en su conflicto, en su villano y en toda la aventura… de ahí que pasaran años sin obtener un avance para su proyecto independiente. Wesley Snipes por todos los años noventa estuvo intentando hacer una película del personaje a la par que interpretó a Blade, el primer personaje afroamericano de Marvel en llegar a la pantalla grande (y ciertamente el que inició el boom de lo que vivimos desde hace 20 años). No fue hasta el surgimiento del UCM con Iron Man (John Favreau, 2008) que la idea de hacer una película del personaje fue evidenciándose en los directivos. Primero como un “easter egg” probablemente por la falta de derechos del personaje –Marvel tiene una fascinante historia de cómo perdió tantos personajes en otros estudios- pero conforme el público adoptaba estas películas con pasión y dinero, también viene la posibilidad de apuntar a otros mercados.
Y no hace falta decir que el éxito de Wonder Woman (Patty Jenkins) el año pasado es muestra de que el público está abierto a otras historias y otros personajes fuera del sexo masculino, o americano. Los que están detrás de la corrección política no comprarán cómics –y los atacan constantemente- pero… son apasionados a la hora de comprar boletos de cine. Black Panther llega con bombo y platillo en medio de una celebración al personaje en los medios sociales, lo cual seguramente es bonito de presenciar y de vivir, pero ciertamente ha funcionado como un colchón respecto a las críticas plausibles de la película, que no es para nada mala, pero tampoco abarca con éxito ciertos elementos latentes en la película.
El guión de Ryan Coogler y Joe Robert Cole tiene dos dinámicas: la de presentar una película de acción y héroes, y la de presentar un drama de corte político con peso en temas raciales. El primero casi no se menciona, pero en este estrato Black Panther es una película que está enamorada de su concepto.
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Desde el inicio la producción suda pasión por la cultura africana y este denominado Afrofuturismo. Está el diseño de producción de Hannah Beachler que pone en matrimonio los trajes y animales del continente madre con la eventualidad de que este sea la epítome de la tecnología y sociedad, la fotografía de Rachel Morrison que a pesar de unas fallas otorgadas en un apurado CGI no deja de ser preciosa y… eventualmente ofrece un plano secuencia de acción que está a la par de la pelea de Adonis en Creed (2015)… y ese score….ESE SCORE monumentalmente creativo de parte de Ludwig Göransson.
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Estos elementos hacen la labor de crearnos un universo palpable y novedoso, que en ningún momento nos hace cuestionar sobre el uso de vestimentas tradicionales frente a la alta tecnología o del cómo los Wakandianos usan armas como lanzas frente a las amenazas como las armas de fuego.
Aquí la película pasa por diversas etapas: desde una extraña pero provechosa dinámica sacada de una caricatura ochentera otorgada por la familia de T’Challa (Chadwick Boseman), con su madre interpretada por Angela Basset que refleja el estándar clásico del gobernante de su ciudad y que de inmediato se pugna frente a la visión de Shuri (Letitia Wright), la hermana joven, rebelde y súper inteligente de T’Challa quien le genera toda su tecnología de punta y se burla de él sin tomar en cuenta de su papel de regente… a una película de espionaje y acción con dos potentes aliados femeninos en forma de Nakia (Lupita Nyong’o) y Okoye (Danai Gurira) y un villano exageradamente maníaco en forma de Klaw (Andy Serkis) el cual… termina desperdiciado como carne de cañón para la llegada triunfal de Killmonger (Michael B. Jordan), al cual, la película le tiene pasión y es parte del conflicto que trata de generar en su segunda estadía.
La de un drama político.
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Coogler y Cole presentan cuestionamientos potentes como el del pecado de nuestros padres que pesa en paralelismos tanto a T’Challa como a Killmonger, terminando en una unificación de ideales, más no de acciones. Pocas veces un villano de Marvel tiene estas intenciones y tiene un punto cumbre esta semejanza en una escena –la mejor- en donde los dos personajes asisten a un mundo espiritual para recibir consuelo y ayuda de sus antepasados, llegando a cuestionar su posición en este mundo donde obtienen todo pero no han sido lo suficientemente exitosos como para tratar de erradicar el mal a nivel global.
Estos elementos existen, y me alegra ver que Coogler tenga esta pasión por personajes que viven en la sombra del patriarcado (algo tradicional en su obra), el problema, es que el cine no es meramente de intenciones, y Black Panther por la mayor parte del tiempo termina engendrando un falso clímax épico proporcional a sus aspiraciones políticas.
Hay una guerra civil… pero esta dura una media hora. Hay una derrota por parte de nuestro héroe que debería hacerlo reconsiderar sus fallas… y termina obteniendo todo de manera fácil gracias a sus aliados. Debería de haber una diferencia entre el supuesto reinado de un villano extremista… pero tampoco nunca vemos a la gente de Wakanda fuera de sus líderes políticos y por lo tanto no nos importa el por qué un tipo de extremismos debería importarles si no vemos conflicto de intereses.
Esto en un punto de la película llega a sentirse apurado, no dejando tiempo para que la audiencia asimile la propuesta, dejándose llevar por escenas de guerra y encuentro del bien y el mal clásico un poco incoherente -y lo digo porque en un punto de la película se puede llegar a perder la acción por los trajes similares de los contrincantes… que dejan pensando en por qué Killmonger tendría afecto por una máscara que luego tiraría a la basura- para tratar de reivindicar las acciones del villano con una escena que, de haber tenido el ritmo y paciencia adecuada, surtiría efecto en la audiencia pero en cambio, se denota una torpeza por querer acabar un conflicto que se desinfla.
Con ello no digo que Black Panther sea pésima. Cuando logra tener escenas de acción emocionantes, lo logra como pocas veces se ve en este tipo de películas, y las relaciones, tradiciones y conflictos del héroe frente a su pueblo son más interesantes en un punto de la película que invita a palomitero común y corriente a adentrarse a un mundo relativamente nuevo en la industria… sólo que al final, Black Panther, con todo lo que es, con todo lo que podría suponer dentro de un Hollywood de aparentes cambios, no es perfecta, pero sin duda alguna se agradece la intención y la llegada de un mensaje positivo a un público que quizás nunca haya agarrado un cómic en su vida, pero ve en los héroes de la Casa de las Ideas, a esos héroes que necesitan como abanderamiento en sus realidades.
Y eso, ningún crítico de cine se los podrá arrebatar.
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