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La tercera entrega de la insufrible muñeca fea posee elementos sustanciosos y la base para una película entretenida del género del horror, por desgracia el proyecto queda a cargo de la persona menos indicada del proyecto que no sabe aprovechar dicho material.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=”1/2″][vc_single_image image=”21432″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]Título Original: Annabelle comes home.
Director: Gary Dauberman.
Elenco: McKenna Grace, Madison Iserman, Katie Sarife, Patrick Wilson, Vera Farmiga
País: Estados Unidos.
Duración: 106 minutos.
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Si en algo ha tenido éxito la franquicia de El Conjuro en relación con otras del género del horror, es que debe de ser la única en la que la propuesta de spin offs no ha resultado en rechazo por parte de las audiencias, al contrario: si uno revisa la recaudación de las películas, se encontrará con la sorpresa de que La Monja (Corin Hardy, 2018) resulta ser la más taquillera, y esa ni siquiera es parte de la cronología base, a la que ahora los spin offs le han ganado en cantidad de proyectos que superan el número dos.
Precisamente el primer intento de hacer este experimento proviene de la efectiva primer secuencia de la también primer entrega, en donde además de generar un universo viviente a la James Bond –es decir, que independiente de que la audiencia vea cada entrega siempre se nos presenta una especie de prólogo ajeno a la consiguiente aventura- puso incómoda a la mayoría de las audiencias con la presentación de la muñeca Annabelle, inspirada en la muñeca y supuesto caso real del matrimonio Warren… la cual, me parece de lo más barato.
El diseño de la muñeca dista mucho de asimilar al real que se trata de una muñeca Rageddy Ann, la cual es mucho más escabrosa porque nos parece decir que el mal se encuentra en todas partes, incluso en lo más seguro. En vez de eso tenemos una muñeca grotesca a la que aparentemente en este universo la gente consigue sin siquiera preguntarse en por qué es tan fea. Esta falta de sutileza es la mayor arma de éxito de un público más inmediato que suele huir frente a la creación atmosférica y más acostumbrado, al espanto fácil, lo que nos sirve casi de resumen sobre la perspectiva del horror en audiencias modernas, porque Annabelle a pesar de ello y de una serie de películas insulsas, ya se puede mencionar como la figura icónica de la franquicia y hoy estamos hablando de su tercera entrega en el cine.
Ha sido un camino extenso de Annabelle en el cine y este tiene a un hombre en común: no es James Wan –que funge como productor en toda la franquicia- sino en Gary Dauberman, y Dauberman… es un misterio de por qué está en ese puesto habiendo otros guionistas con más preparación y con más trabajos destacables. Dauberman es notorio por seguir las tendencias modernas, situación que uno parece repetir hasta el cansancio en cada una de estas películas pero que se resume en: ama el jumpscare, a tal grado de que abusa de este.
Annabelle 3: Viene a casa no es la excepción, y en esta ocasión en la que Dauberman funge como guionista y director, entendemos que el modus operandi de toda las demás películas recaen en su incapacidad de comprender la escena y atmósfera que incluso él ha logrado dejar plantada con potencial, porque sí: Annabelle 3 es otra igual a las demás, pero de alguna forma tiene uno que otro detalle que deja pensando en el qué pudo ser.
La película en primera cuenta con el regreso de la familia Warren, cuyas dinámicas si bien son un tanto alarmistas –ya que se trata de una validación histórica a lo que fueron siempre charlatanes- lo que la película pone a fondo, es la relación de estos con su hija Judy interpretada por McKenna Grace y sus dificultades viviendo en un entorno en donde sus padres se encuentran alejados de ella, y viven para resolver las labores espectrales, por lo que la niña sufre de una soledad en un entorno escolar tradicional de los años sesenta. Son las escenas con los Warren apoyados por los siempre entregados Verga Farmiga y Patrick Wilson con su hija, las mejores del filme, porque esos lazos familiares se vuelven cálidos, y son aspectos necesarios para que los personajes nos terminen importando.
Si bien ellos aparecen como un cameo medio glorificado, el protagonismo queda en manos de Grace y con un grupo de adolescentes, que siguiendo las pautas establecidas en clásicos preventivos como Evil Dead (Sam Raimi) hacen caso omiso dada la naturalidad estúpida de esa edad en los filmes, y quedan a disposición del mal en diferentes encarnaciones de antiguos casos de los Warren. Eso termina siendo más entretenido de lo que uno espera porque incluso hay ciertos momentos de creatividad respecto a la puesta en escena y los espectros… aunque ahí es donde también termina siendo gran parte del fallo del guionista/director, porque no logra que dichas secuencias tengan una cohesión y resoluciones en crescendo, terminan siendo escenas independientes sin conexión… y pues ya previamente hemos visto que a Dauberman cuando todo lo demás falla, termina usando el jumpscare porque piensa que eso es una solución competente a las más de 10 secuencias que terminan desensibilizando incluso en un ritmo de izquierda, derecha, izquierda: bu.
Potencial siempre ha existido en la franquicia y gran prueba de ello son el interés que la audiencia termina teniendo con los tesoros de los Warren, que poseen una historia independiente de este encuentro y que probablemente el estudio vea con ojos en forma de símbolos monetarios, pero son las relaciones humanas y nuestra capacidad de preocupación por ellas lo que hacen al buen horror, lo que haría que aceptáramos dicha noción abusiva con carteras abiertas, pero la cosa es que Annabelle 3 es en gran medida, una casa del terror de viejo carnaval, igual y entretiene un rato, pero son tales las fallas que uno termina en tedio, pensando en el momento en el que esto se va a acabar. Diría que lo mejor sería cambiar al guionista y director para futuros proyectos, pero incluso el propio James Wan ha cedido las riendas de la franquicia a personas con poco entendimiento de la balanza, lo cual se puede traducir en automático a más de lo mismo.
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