Con 6 nominaciones al Oscar, estamos ante un buen guión de Aaron Sorkin, con el pequeño detalle de que lo dirige la persona menos preparada para dirigir un proyecto así: Aaron Sorkin.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: The Trial of the Chicago 7
Dirige: Aaron Sorkin
Elenco: Eddie Redmayne, Sacha Baron Cohen, Mark Rylance, Frank Langella, Joseph Gordon-Levitt, Jeremy Strong, John Carroll Lynch, Alex Sharp, Yahya Abdul-Mateen II, Michael Keaton
Año: 2020
Duración: 129 minutos
País: Estados Unidos
Al ver El juicio de los 7 de Chicago, la primera impresión que uno tiene es que Aaron Sorkin es el indicado para dirigirla; si bien llega de tercer rebote tras una propuesta inicial de escribir el guión por parte de Steven Spielberg para que éste dirigiera, para que después el proyecto terminase en manos de Paul Greengrass, ya será trabajo de cada uno hacer esas maquinaciones mentales para pensar en cómo hubiera resultado el proyecto en las percepciones autorales de cada director mencionado. Sorkin, en ese lapso de más de 10 años, ya se encuentra más preparado con el reconocimiento de sus guiones más populares como los de Red Social o Jobs y además dirige.
Pero quizás la asociación más directa que uno pueda tener y por ende la más esperanzadora, es que el propio Sorkin daría de qué hablar en su carrera por allá en 1989, cuando Hombres de Honor era la obra más candente de Broadway, que había escrito con tanta habilidad que parecía innata, a tal grado que en 1992 Rob Reiner la adaptaría a la pantalla grande, y con Sorkin de la mano en el guión, puliendo para muchos el filme perfecto de corte judicial… y resulta que El juicio de los 7 de Chicago pertenece a este género.
Sorkin en la doble función de guionista y director, sigue sin lograr convencer. Si nos vamos al terreno de donde lo conocemos, estamos frente a un guión con su característico manejo de diálogos pseudo intelectuales y adheridos a una condición icónica de parte de los protagonistas, en medio de una película didáctica que se presta a conocer un poco del caso real de los 7 de Chicago. Si bien no es función de la película el prestarse a ser un documento fiel al pie histórico y como única verdad, en varias ocasiones esto le afecta a El juicio de los 7 de Chicago, porque termina siendo pomposa, reaccionaria, e indulgente, sin llegar a tener un colmillo crítico sobre lo que presenta o quiere presentar.
Para Sorkin y su habitual centrismo, parece adecuado presentar una película que demuestra las ineptitudes del sistema judicial en personas de color a través de la historia de Bobby Seale y Fred Hampton más como un cameo sin mucha gracia y alterando la base histórica para el beneficio dramático del filme, y sobre todo con la decisión de manejar este pensamiento en personajes de la vida real como Abbie Hoffman (Sasha Baron Cohen), declarado hombre de izquierda a quien llega a declarar que este filme que el sistema está bien, solamente que hay personas malas encargadas… a eso y que le demerita cualquier carga política para simplemente retratarlo como un simple bufón reaccionario al filme gracias al montaje del propio filme.
Ocasionalmente Sorkin logra tener un ritmo mediano pasional dentro del tema, particularmente mejor logrado como cuando vemos las recreaciones de lo acontecido que decide filmar en un tono documentalista para presentar las diferencias entre juicio y realidad, y a pesar de que su encanto con las palabras no alcanza el status memorable de sus otros proyectos -incluso se encuentra entre los que causan pena ajena, con frases como “Este juicio son los premios de la Academia de las protestas”)-, los actores parecen gozar de estar en un filme del célebre autor. Mark Rylance como William Kunstler quien se vuelve un estándar de paciencia y un hombre que a pesar de las trabas del gobierno por buscar un culpable busca seguir con el camino de la rectitud y legalidad, lo cual causa un gran contraste con la condición de Bobby Seale en Yahya Abdul-Mateen II, furioso por ser el objetivo poco disfrazado del asunto.
Hacia el final, El juicio de los 7 de Chicago adquiere una propuesta positiva por parte de su realizador, lo cual para muchas personas puede que se vuelva un filme inspirador, pero para otras, esto termina rayando en un filme que asimila a una parodia, sobre todo por lo insípido de su proceso audiovisual que solamente está para darle servicio a la característica más primordial de Sorkin, lo cual da notoria percepción al cojeo de éste como director y deja claro que debe seguir tratando de pulir su manera de dirigir.