Michael Myers profundizó al slasher con una reflexión acerca del inherente mal y la familia Vorhees aventó todo eso a la basura, popularizando tendencias que a cuarenta años seguimos percibiendo.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: Friday the 13th
Dirige: Sean S. Cunningham
Elenco: Betsy Palmer, Adrienne King, Harry Crosby, Laurie Bartram, Mark Nelson, Kevin Bacon
País: Estados Unidos
Año: 1980
Duración: 95 minutos
Halloween, de 1978, tiene un final estremecedor; después de que el Doctor Loomis (Donald Glover) confronta a tiros a “la sombra” para poder salvar la vida de la joven Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), éste recibe una pregunta casi infantil, reflejo del shock de la última superviviente de la noche… ¿Ese era el coco? De hecho sí lo fue.
Loomis confirma la maldad inherente en su paciente, que tuvo que desterrar de este mundo porque ni él, ni la ciencia, ni la justicia podría entender, sólo para dar un último vistazo a su antiguo paciente y con horror ver que no se encuentra tieso en el suelo, ha escapado. El ambiente huele a humedad por todos los fluidos corporales que el duelo y el sexo puedan generar, y la música del fondo es el respiro de efectivamente el coco, presente en sus escenas de muerte, presente en el corazón de lo desconocido. Las audiencias salen consternadas de las salas de cine, y obviamente eso es algo que los estudios ven: no la reflexión que Carpenter indica en su película, sino el morbo de las audiencias que se forman una y otra y otra vez para hacer de Halloween, en su momento, la película independiente más exitosa de la historia.
Es por ello que Halloween apadrina al slasher y la competencia de otros realizadores no se hace esperar, muy pocas veces con una concepción tan bien pensada. Entre esos que quieren una rebanada del pastel slasher se encuentra Sean S. Cunningham, quien ve los resultados de la obra de Carpenter como el vehículo que necesita para salir del bache perpetuo de películas pornográficas y comedias sin gracia que le hacen perder dinero eternamente.
Cunningham al lado de Victor Miller idean la fórmula detrás del éxito de Halloween y mientras que el segundo comienza a establecer un guión sobre una serie de asesinatos en un campamento de verano incitado por su compañero -a regañadientes puesto que no es asiduo fanático del horror-, pero encontrando empatía en la figura de una madre sobreprotectora que venga a su hijo, el primero sospecha que el gran éxito se encuentra desde el título; si Halloween hizo algo, fue hacer del día de brujas algo preocupante y después de todo es una fecha que la gente no necesita con previa información o separada en nichos. Cunningham, de esta forma, encuentra atractiva la idea de tener una película que recuerde a todos la infamia del “Viernes 13”.
Viernes 13 es el claro ejemplo de que en ocasiones el misticismo e impacto de una película llegan a ser más sobresalientes que el proyecto en sí. Es muy notable que dentro del guión y en producción, hay atisbos de otros proyectos, acuñando bien la frase “no hay mejor elogio que el robo”. Desde la relación mórbida de madre e hijo de Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, pasando por el frenesí del guignol de la gran dama presente en múltiples producciones de William Castle, el punto de vista del asesino como lo hiciera Halloween y Tiburón (Steven Spielberg, 1975), de esta misma el uso del score para acentuar el peligro de los campistas, y el sobresaliente gore europeo que a los norteamericanos todavía les da miedo ofrecer en escala de gran producción, esto cuaja un proyecto como Viernes 13 y, a pesar de esto, persiste una notoria falla por parte de Cunningham, porque es como si este entendiera la importancia de los elementos pero no puede ofrecer otra cosa más que la de reverenciarlos en calca, dejándonos a merced de fallas dentro de la concepción de personajes que para bien o mal influyeron a la concepción del género del horror y del cómo debes de escribir protagonistas.
Al hacer esto, o más bien víctima de su carencia, Viernes 13 se vuelve un filme en donde no podemos conectar muy bien con sus protagonistas más allá de un morboso sentir que va apareciendo entre todos nosotros, porque de manera inusitada en el género deseamos que acaben con sus vidas. Seres molestos que no quedan muy de acuerdo a la juventud ochentera -ni habría de hacerlo considerando que apenas está entrando la década- con una personalidad compleja como la de personajes sacados de un juego de rol de medianoche.
A pesar de su latente falla, al hacer esto entendemos que Cunningham no apunta a un estrato muy complejo de su película gamberra, él sólo quiere hacer pasar un rato… pero de manera insospechada afectó a la industria, todo con una pequeña película de asesinatos en un lago. Si los elementos previamente mencionados no fueron efectos suficientes, uno también puede percibir que el incesante menester de Viernes 13 en mostrar el acto de copular fue más allá de obtener las entradas de pubertos calenturientos, generando una advertencia ante los peligros del sexo casual de parte de una película, y su posterior franquicia, que condena el acto a través de antagonistas justicieros que padecen del acto copulatorio de campistas nefastos, que además son vestigios de una generación que ha sido olvidada.
Viernes 13 en este sentido antecede por mucho al cine que se construye en respuesta a la pandemia del SIDA que también sería evocada por el subgénero del body horror y lo fascinante es que esta malsanidad sin mucha proyección de estudio, fue igual de controversial y exitosa en su momento. Paramount nunca estuvo presente durante la calmada producción de Cunninghman, pero al ver el proyecto terminado compraría los derechos en una carrera contra otros estudios y de paso obtenía su franquicia cinematográfica más exitosa durante la década en una serie de películas que, a excepción de 1983, nunca faltaron en las salas de cine, ni en los hogares.
Por extraño que parezca, Viernes 13 es un filme muy evocador a la infancia, a cuando uno se quedaba viendo el maratón de semejantes bodrios en Canal 5 con lujo de detalle y escenas picantes a las que tenías que ver a sabiendas de tus padres pero tapándole un ojo a tu hermano, porque claro que éste podría ver la justicia que propiciaba alguien contra estos jóvenes.
Así, en 1980 la gente veía Viernes 13 para espantarse, o atestiguar la decadencia del cine norteamericano que personas como Gene Siskel acusaban sin tapujo alguno, para posteriormente, pasada la oleada de críticas y censura, comprobar que semejante calidad pasaba a un terreno de lo que no se puede comprender tan fácil, ante un ícono del horror. Ahora vemos Viernes 13 para, en medio de la sangre, los gritos y los niños en el lago, recordar que ya no somos parte de la inocencia cinéfila de esos tiempos.
En estos días de estar en casa, pueden ver Viernes 13 en iTunes como renta o descarga.