En el doceavo El Salón de la Crítica, la crítica Marcela Vargas Reynoso eligió esta crítica de ‘Mi vecino Totoro’ de Hayao Miyazaki para ser publicada.
Por José María Melchor Rangel
Por los años cincuenta, un profesor universitario se muda junto a sus dos hijas, a una casa rural cerca de un bosque mientras su esposa se recupera de tuberculosis en un hospital comunitario. La cinta es un retrato de la inocencia de la infancia a través de dos hermosas niñas, Mei y Satsuki que descubren la existencia de los Totoros: espíritus guardianes del bosque, que solo pueden ver las personas que tengan un corazón puro.
Conocemos a las hermanas Mei y Satsuki, son las protagonistas de este entrañable largometraje. Satsuki es la hermana mayor, madura y muy cariñosa mientras Mei representa esa infancia llena de energía y alegría por descubrir el mundo y al mismo tiempo imita a su hermana mayor en todo. Al estar ausente la madre, Satsuki asume la gran responsabilidad de ser al mismo tiempo una mamá para Mei.
La narrativa es bastante familiar que permite disfrutarla tanto como niños y adultos. Los escenarios son bastantes detallados que la convierten en un encanto visual. A diferencia de muchas películas animadas occidentales, esta no muestra el bosque como un lugar “peligroso”, representa a la naturaleza como un lugar que debe ser explorada por un alma viva y alegre.
Todos pueden decir que Totoro puede ser una criatura mala pero resulta siendo un amigo para estas dos pequeñas hermana. En lo particular, pienso que Totoro representa “la muerte” pero al mismo tiempo “la esperanza” de no creer en que la muerte es el fin de la vida. Al final del día, Satsuki y Mei solo querían ver de nuevo a su madre por medio de este singular vecino nos enseña la hermandad y la espiritualidad de la naturaleza.
Una de las mejores escenas donde la inocencia, el amor y la bondad a la infancia se refleja es cuando vemos a nuestras protagonistas Satsuki y Mei en medio de la lluvia, con esos par paraguas, esperando a su padre de su trabajo, y en ese momento aparece mágicamente Totoro y le dan otro paraguas, después de jugar con él, lo usa correctamente y es fascinado por el sonido de las gotas de la lluvia, a tal grado que salta de alegría y sacude todas las gotas de los árboles.
Sin embargo, hay una escena bastante dramática, y que a nadie le gustaría vivir, es cuando la madre de estas singulares niñas empeora su estado de enfermedad, es ahí cuando vemos un equilibrio de emociones por ambos personajes, Satsuki, con su energía jovial ocultando el “amor” total que le tiene a su pequeñita hermana
mientras la inocencia y la ternura de Mei corona la profundidad de los personajes.
Es una escena que todos los hijos con hermanos ha vivido, que en ocasiones, podemos decir que no los soportamos pero haríamos cualquier cosa por ellos. Y ahí aparecen esos Totoros que a pesar de la situación, se suman para dar ese mensaje de que todo estará bien. Es una animación muy hermosa, que puedes
sentirte parte de ese bosque encantando donde todo puede cobrar vida pero al mismo tiempo creíble para el espectador.
Para concluir, en tiempos de coronavirus, esta película es la opción perfecta para poder ver el mundo distinto, porque te permite reflexionar que a pesar de como este el mundo de caótico, los niños siempre lo verán como con imaginación y esperanza al mismo tiempo.