Honey Boy es una de las películas más catárticas de los últimos tiempos y una prueba definitiva de que Shia Labeouf merece más respeto que el que tiene.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: Honey Boy
Dirige: Alma Har’el
Elenco: Shia Labeouf, Noah Jupe, Lucas Hedges
País: Estados Unidos
Año: 2019
Duración: 94 minutos
El caso de Shia Labeouf duele. Es similar al de muchas otras estrellas juveniles que conforme pasaba el tiempo, comenzaban a apagarse y a involucrarse en asuntos personales que los dejaban fuera como opción dentro de la gran industria de Hollywood, la diferencia es que Labeouf realmente se ha esforzado en sobrellevar sus demonios internos, con un ritmo de trabajo que intenta demostrar su valía.
Alejado de la saga de Transformers y generando un veto por parte de Steven Spielberg gracias a sus comentarios tras la participación de la última entrega de Indiana Jones, Shia Labeouf se inclinó a hacer cine independiente, cortos, videos musicales y variadas expresiones artísticas demostrando su interés en las motivaciones y reacciones generadas por tomar el camino de la actuación de método… y a pesar de todo su esfuerzo y notables papeles, no deja de ser el niño de Transformers para la audiencia masiva.
Es algo muy incómodo, porque es como si a cada rato te recordaran un error que cometiste de niño, a pesar de tus intentos de seguir adelante. El 2019 puede que se trate de su año más fructífero respecto a esta etapa, porque no sólo demostró poder entregar un protagónico emotivo y divertido en The Peanut Butter Falcon (Tyler Nilson y Michael Schwartz, 2019) al lado de un actor con síndrome de Down, sino que de una vez por todas decidió encarar a sus demonios internos, esos que lo han llevado a un camino de decisiones erradas y problemas de conducta, en un filme llamado Honey Boy.
Honey Boy es un relato que Shia Labeouf decidió realizar tras salir de su clínica de rehabilitación en donde se le diagnosticó síndrome de estrés postraumático, inspirado en sus experiencias personales y la relación que tuvo con su padre, personaje al cual interpreta de manera sin igual. Labeouf sube de peso, obtiene un peinado extraño, un sentido de la moda carente del mismo, y es agresivo… muy agresivo; al hacer esto no realiza una caricatura de su padre sino que le dota de una expresividad que pocas veces se percibe en el cine, ya que es un hombre que está interpretando a una persona que en la vida real le hizo daño, sin quebrarse en los momentos en donde llega a ser un consumado idiota, pero también evocando a su situación mental tratándose de una persona con el mismo trastorno psicológico que en estos tiempos es algo que carga su hijo.
James es un personaje nefasto y que poco quiere cambiar, pero jamás se muestra desinteresado para el filme, en una gran habilidad de Alma Har’el de dejar expresar a sus actores momentos sin cortes innecesarios o montajes banales, decidiendo filmar con una proximidad bastante claustra en relación al espacio de sus personajes que la mayoría del tiempo viven en un motelucho barato, también en relación con el montaje que interpola a Otis del presente en una clínica de rehabilitación con el Otis de los noventas, de manera más crítica y pesimista en un guiño referente a la gracia del propio Labeouf en relación a la franquicia de robots transformables, que en perspectiva a sus inicios con el conglomerado de Disney, no era tan alejado del factor explotativo que los estudios imponían con la finalidad de entretener a unos cuantos.
El sentimiento sobrecogedor de Labeouf no funcionaría si estuviera gritándole a una piedra, y en el caso de Otis, la versión de Noah Jupe es punzante su dolor frente a un padre con el que no puede conectar y que busca evadir una realidad cruel que no conecta con el mundo de comedia que intenta ofrecer a las audiencias masivas, en ocasiones llegando a enfrentar de manera física a Labeouf de una forma tan creíble, que uno podría cuestionar hasta en qué punto no estaría repitiendo estos traumas el actor sobre la figura que lo encarna.
Es claro de que James obtiene tintes irredimibles incluso para el propio Labeouf. Honey Boy no intenta formularlo como un héroe victimizado, o ir por una senda tradicional de este tipo de películas, es un relato muy agónico y que de manera paradójica, es bálsamo del alma; Labeouf termina haciendo las paces con su pasado y aprovechando lo que es verdadera magia del cine –el arte que lo ha visto crecer y quizás el único que le queda disponible tras décadas de tropiezos- logra hablar con su padre, quien en un momento de lucidez lo abraza, y viajan juntos entendiéndose como fichas de un momento que les tocó, pero que intentan superar, y esto te retuerce el alma como ninguna otra película lo hiciera el año pasado.
Esto ya debería bastar para el actor, que acaba de encarnar un papel que no muchos se atreverían a desarrollar con tanto ahínco.