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La nueva película de Gaspar Noé es un frenético mal viaje que te deja alterado.
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Todos hemos ido a fiestas, o escuchado anécdotas sobre algunas, en las que las cosas terminan mal debido a que alguien pone una mala vibra con sus acciones después de beber de más o meterse una sustancia que afecta sus sentidos, y justo de eso trata Climax, pero llevado al extremo. Con el ya característico estilo provocador de Gaspar Noé, una reunión para celebrar un logro importante termina convirtiéndose en una experiencia infernal en la cual los presentes sacan lo peor de sí mismos tras tomarse una sangría a la que se le ha agregado un peligroso ingrediente extra sin que nadie lo sepa.
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Situada a mediados de la década de los 90, esta cinta orgullosamente francesa -como es presentada en sus créditos iniciales- se desarrolla en un viejo edificio en el que un grupo de bailarines profesionales lleva algunos días ensayando para montar con éxito una elaborada coreografía. Tras largas jornadas de trabajo y tratando de olvidar el cansancio por un momento, los personajes se disponen a festejar y mientras presumen sus mejores pasos al ritmo de la música de Daft Punk, Aphex Twin y el mismísimo Giorgio Moroder, entre otros, poco a poco, como suele pasar en prácticamente todas las fiestas, comienzan a sincerarse entre ellos, teniendo pláticas que van de los temas más serios a los más escabrosos.
Los tracks son soltados uno a uno por el Dj en turno, algunos hablan -de drogas, sexo, abortos, lo que significa el baile para ellos, sus vidas y lo que esperan del futuro, junto a otros temas-, otros sólo ponen atención para intentar ligar a alguien, la gran mayoría baila con euforia y sacando toda su frustración; esto es una fiesta, una en la que los beats van transformándose en el fondo musical de una alucinación colectiva que concluye con violencia, sangre, caos, sexo salvaje y revelaciones que le pondrían los pelos de punta a cualquiera sin importar lo open mind que presuma ser. Seguramente alguien morirá, tal vez sea alguien que se lo merezca o tal vez no, y conforme van avanzando las escenas descubrimos que ahí podría suceder cualquier cosa.
Como ya es costumbre con Gaspar Noé en su siempre polémica filmografía, el cineasta encuentra de nuevo la forma de llevar una situación al extremo y de entregarnos personajes difíciles de olvidar, a los cuales tortura mientras sufrimos al ver cómo sufren y mientras estamos atentos sin saber realmente qué pasará, porque con un director así nunca se sabe, aunque lo único que es seguro es que veremos algo magnífico.
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Secuencias en las que la cámara se mueve frenéticamente de un lado a otro capturando desde diferentes ángulos el mal viaje de los personajes y haciéndonos ver a todos lados para poder ser testigos de todas las cosas que pasan al mismo tiempo, largos planos secuencia desde una perspectiva aérea, escenas que marean al dar vueltas mientras se capturan las acciones, un montón de situaciones ocurriendo a la vez, pocos diálogos, mucha intensidad, ataques brutales con consecuencias mortales, intentos de violación, escenarios oscuros que vibran al ritmo de la música que nunca deja de sonar, una madre desesperada por el riesgo que corre su hijo, una futura madre que pasa por una tortura infernal, gente gritando por doquier como consecuencia de sus alucinaciones y una fotografía acompañada de luces neón que parece sacada de una cinta de terror; así es Climax.
Con una efectiva combinación de elementos propios del drama y del thriller, en medio de una atmósfera narrativa no apta para estómagos delicados y personalidades sensibles, esta producción resulta cruda y directa. Es un arriesgado ejercicio cinematográfico que destila honestidad y al que hay que ver en una sala de cine para disfrutar al máximo la tortuosa experiencia fílmica que es. Estamos ante la mejor película, hasta ahora, de Gaspar Noé.
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