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La obra maestra de Isao Takahata no deja de ser atrevida, cruda y una de las experiencias más potentes para cinéfilos de todo mundo a 30 años de su estreno.
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Tenía 10 años que no veía La tumba de las luciérnagas. La primera y última vez que pasó fue con mi hermano un domingo sin nada qué hacer y antes de comer, algo que quizás no tenga mucha relevancia, pero al término de la película había un alto nivel de incomodidad por parte de los dos, que veíamos nuestro plato de alimentos como algo profano y del cual, no debía desperdiciarse nada.
La película me afectó de un nivel del que no quería volver a verle, ha sido la única experiencia non grata que haya recibido en la vida y este duelo personal duró varios días en los que repasaba sus escenas y me seguían pareciendo más trágicas.… pero eso fue hace 10 años; mi entorno ha cambiado en muchos aspectos, y ya no soy el muchacho de antes, si a un película le debía una revisión era a esta que nunca he tenido el interés de volver a repasar hasta hace poco y por dos razonamientos: el de que la película cumpliese los 30 años este lunes, y en un tono más trágico, por la pérdida de su director Isao Takahata a sólo unos días de que se pudiese celebrar estas tres décadas.
Así que, la volví a ver, tradicionalmente el domingo como ese mata ánimos del pasado, sólo que la experiencia fue completamente diferente.
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No hay muchas películas como La tumba de las luciérnagas, incluso dentro del catálogo de los estudios Ghibli es una anomalía, porque ninguna otra alcanza los estándares de horror que la película de Takahata tiene, y más porque reverencia el origen de su trama a partir de la historia corta de Akiyuki Nosaka que creo para combatir la pena que sufría ante la pérdida de su hermana durante el término de la segunda guerra mundial. Es precisamente este horror y lamento lo que Takahata vio como similitud entre la juventud que sufría un rechazo frente a otra generación, pero quizás lo que más trató de buscar era el relato de esa generación perdida.
Es una película que lejos de mostrar una postura pro japonesa, decide enfocarse en los intentos de supervivencia de dos hermanos que no tienen cabida en el conflicto armado y que sufren por las ideologías de su natal Japón. Esto se deja bastante claro con el choque de ideales egoístas de su tía que los ve como ineptos a pesar de haber perdido a su madre, y en más área gris con Seita.
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Porque Seita debe de ser una de las representaciones más interesantes de un adolescente en la historia del cine. Sus acciones derivan en grandes consecuencias que de inmediato sabemos ya que la película no se da el tapujo de ocultar su inmundicia, pero es a partir de ese momento en el comenzamos a conocerlo, y sus decisiones nunca rayan en un egoísmo… es sólo un joven que intenta reaccionar de la mejor manera ante su entorno y para el cuidado de su hermana. Es interesante ver cómo va pasando de esperar con ansias el regreso de su padre –al que tiene idolatrado y cuya única imagen que recupera es la su foto militar- para luego terminar agradeciendo los ataques por parte del enemigo aéreo porque son estos los que les permite obtener comida y materiales para la supervivencia de él y su hermana.
Y no lo puedes culpar, muy en el fondo sabes que tú hubieras hecho lo mismo, comienzas a ver con incredulidad la actitud de los demás que tratan de moverse a niveles demasiado adelantados como para poder darle un espacio de duelo a dos niños que desgraciadamente deben “madurar” en el entorno… sólo para ser devorados por este, en anonimato.
[/vc_column_text][vc_single_image image=”18872″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]Y es por ello que su destino sea el de unos fantasmas, que pasean por la ciudad que va creciendo hacia la modernidad, y esa mirada de Seita al final ambigua, porque no sabemos si es una mirada de lástima o de comprensión.[/vc_column_text][vc_column_text]
Y ayuda mucho, que la dirección fuera de Takahata, que es impecable. Su tratamiento de Nosaka es fidedigno al 100% y muestra que el medio de la animación era el adecuado para retratar los paisajes bruscos y ajenos a la paz para los dos personajes, pero este también toma influencias del Neorealismo Italiano para contarnos el peso de esta devastación, de la indiferencia de su gente y los contrastes de momentos de paz frente a las amenazas que no pueden evitar, con un toque de “cine lento” e introspectivo, con escenas cotidianas que gracias al montaje crean una atmósfera de la que no te das cuenta de niño, pero que son el apoyo necesario para que el drama se sienta tan natural y expresivo.
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¿Cambió mi perspectiva frente a La tumba de las luciérnagas? Por supuesto. Creo que la segunda revisión es menos lastimera, y te permite apreciar el perfil del personaje de Seita así como esos momentos calmados de los que no solías ver en el campo de la animación de los ochentas. Eso no la hace más digerible, pero su apariencia de punzante dolor ya no se percibe cuando comienzas a hacer investigación de fondo para lo que es una película extremadamente compleja, tanto que no sabemos en qué punto tiene una lectura estable por parte del director.
La visión de Takahata frente a su obra maestra siempre fue la de un misterio, porque la gente de inmediato vio en La tumba de las luciérnagas una película anti guerra, algo que hasta el final de su vida rechazó. Tiene algo de sentido porque la película en sí no trata sobre el conflicto bélico en el sentido estricto, pero la idea de Takahata sobre un filme anti guerra era de que este debería detener el conflicto, cosa que no va a lograr, lo que si puede hacer es volverse un punto de ponderación para la audiencia, cosa que de verdad espero que pase, porque en mi experiencia La tumba de las luciérnagas no sólo es una película triste que sirve para saber quién es un desalmado y no, es una de las más grandes expresiones de descontento que puede ser bella y atroz que debería tener más respeto que el que tiene.
Al final de todo el cine es una experiencia única, mi favorita de entre todas, muchas veces es una maravilla que nos asombra y nos inspira, otras veces nos lleva de la mano por el lado más pesimista de nuestra historia: en ninguno de los dos casos deberíamos volvernos necios, ambas experiencias nos ofrecen un crecimiento.
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