Con un equilibrio que sólo se alcanza por medio de la profundidad temática, dedicación y dote técnico, Peter Weir es artífice de un cine situado en la justa intersección entre industria y nervio creativo. Investido con el porte estético de Frank Capra, a quien consideraba una inspiración, entusiasta de la obra de Haneke y admirado por Kubrick, Weir se define a sí mismo como un exigente artesano.
Peter Weir es uno de los miembros reconocidos de “la nueva ola australiana”, un movimiento llamado así por la prensa, que incluía a actores como Mel Gibson y Judy Davis o directores como George Miller y Gillian Armstrong, artistas que salieron del país a principios de los 80, alcanzando éxitos que le valieron ingresar en el primer plano de la industria fílmica a nivel mundial.
En su colección de premios y nominaciones destacan los Globos de Oro, Premios Óscar, BAFTA, César, Berlinale, Cannes, Hamburgo o Varsovia. Es famoso también por su aguda dirección de actores, trabajando de cerca con personalidades de la talla de Robin Williams, Harrison Ford, Jeff Bridges, Linda Hunt, Saoirse Ronan, Mel Gibson, Rosie Pérez y Ed Harris.
Su película, The Truman Show (1998) aborda una crítica al poder de la televisión, la lucha por las audiencias y el vouyeur que todos llevamos dentro, trama que se antoja “orwelliana” evocando al libro 1984. El mayor logro de Weir es convertir un guión que se pensaba como thriller de ciencia ficción, en una divertida distopía; transformar lo que se preveía sombrío y depresivo, en una comedia luminosa.
Master and Commander (2003) representó una aventura hollywoodense multimillonaria para adaptar con elegancia, asombro narrativo, rigor histórico y preciosismo visual, una saga de 21 novelas escritas por Patrick O’Brian. Peter Weir se dedicó a ella con esmero, estudiando por meses la época histórica en que se desarrolla la trama y embarcándose en navíos que construyeron a escala natural para alcanzar el mayor realismo.
Destacan también obras como Picnic in Hanging Rock (1975), un elogio a la belleza que le supuso su primer éxito ante la crítica y el público, inspirada en la inquietante novela homónima; The Last Wave (1977), su incursión al terror, una fantasía llena de sueños apocalípticos y secretos que la humanidad no debería descubrir; The Year of Living Dangerously (1982), por la que Linda Hunt ganaría el Óscar y que le valdría a Weir la nominación a la Palma de Oro.
Le siguen Witness (1985), sobre la mirada comprometida y la maldición que conlleva el ser testigo de la verdad, pero también una historia acerca del amor y la empatía. También la aclamada Dead Poets Society (1989), un poema visual sobre la naturaleza inquieta de unos jóvenes hambrientos de libertad, de la cual recordaremos siempre la máxima: “no importa lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo”; Fearless (1993), uno de sus largometrajes más ambiciosos, con una fotografía del alma humana que contó con la actuación maravillosa de Jeff Bridges, sumado a los grandes papeles de Isabella Rossellini, Rosie Pérez y John Turturro.
Su más reciente producción es The Way Back (2010), obra épica que le tomó siete años desarrollar; un ensayo sobre la esperanza, la supervivencia y la fe en la humanidad, que narra la fuga de un grupo de presos de un campo siberiano y el largo viaje que realizan para atravesar Asia por completo.
El Festival Internacional de Cine Guanajuato, en su vigésima edición, se honra en entregar esta noche la Cruz de Plata a Peter Weir, artífice de un legado cinematográfico imposible de olvidar; un realizador que, como los mejores poetas, prefiere aludir a la esencia que señalarla, aumentando la complejidad del misterio en un acto de rebeldía contra las sencillas explicaciones comunes del cine contemporáneo.