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Podríamos pensar que es “Un relato necesario sobre un tema abanderado de la noche de los Oscar”, pero la más reciente película de Sebastián Lelio realmente busca lo que su título menciona: una exploración muy compleja y personal de una mujer fantástica.
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Gran parte de mi descontento actual con los premios Oscar se encuentra en la categoría de mejor película extranjera. Me parece que seleccionar un grupo de películas que entrarán en competencia fuera de las proezas norteamericanas habla mucho del desinterés de Hollywood en saber del cine extranjero que ocasionalmente resulta ser mejor que el que generan. Al final de cuentas la selección de nominados y ganadores resultan ser posibles proyectos apuntados para remake, y eso lo percibes porque a pesar de ganar el premio a la mejor película de toda la noche, compitiendo entre otras naciones–un premio sin dudas más complicado de ganar que el de mejor película- y los aplausos y discursos son extremadamente cortos. La ocasión de este año no fue la excepción, y aunque Una Mujer Fantástica fuese la gran ganadora de la noche, el primer premio para Chile, y una película que abrazaba los conceptos del respeto y libertad de la noche y de varias ocasiones a lo largo de casi 20 años, la cámara pasaba a los espectadores quienes groseramente se mostraban desinteresados.
Supongo que ellos se lo pierden.
Sebastián Lelio dirige Una Mujer Fantástica proveniente de una idea que estuvo construyendo gracias a Daniela Vega, una cantante y actriz transgénero que en un principio estuvo involucrada como consultora creativa en el guión, pero que Lelio terminó posicionando como su protagonista. El resultado es una obra que habla de primera mano sobre las experiencias que una persona afronta frente al mundo y las decisiones en torno a nuestra sexualidad y personalidad como pocas.
Marina Vidal (Daniela Vega) es una mujer que se desvive entre las tardes donde labora como mesera en un pequeño restaurante dentro de un carnaval, y como cantante en un bar nocturno. Marina a pesar de los contratiempos laborales, es feliz porque tiene una persona que le ama, un hombre llamado Orlando (Francisco Reyes) que a pesar de doblarle su edad parece que con Marina revive su juventud y se siente tan feliz, muy a pesar de que últimamente ha estado teniendo problemas respecto a recordar donde deja las cosas.
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Una noche de fiesta y baile para los dos termina en hacer el amor y planes para viajar al Iguazú, pero el problema que Orlando tenía esa misma tarde se complica ya que en su imposibilidad para poder dormir se revela que el hombre está sufriendo un aneurisma, por el cual desgraciadamente fallece. Así, la vida de Marina comienza a tener un vuelco inmediato, porque tiene que conocer a la familia pasada de Orlando, que saben de la existencia de la amante de su ex esposo y padre, pero no de la orientación sexual de esta. Y al tratarse de una familia cerrada, lo que menos quieren es que Marina esté presente en el funeral de Orlando.
Lelio decide plasmar a Marina de forma muy curiosa, porque la mayoría del tiempo lo que la cámara registra es su rostro; su cuerpo en totalidad aparece para demostrar el contraste social de soledad que suele percibir o de rechazo, incluso en una detestable secuencia de invasión a su privacidad… pero tanto Lelio y su fotógrafo Benjamín Echazarreta consideran importante el rostro de Marina, específicamente porque contrasta con lo que se le suele tacha en la película, un rostro normal y agradable que los demás no pueden dejar de ver “como una quimera”.
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Así, comienza el camino de aceptación y conflicto para Marina, lo cual pasa, y muy seguido. Lejos de afrontar los problemas sociales en un tono heroico y decidido a cambiar la visión de la gente que podría formar parte de su familia o entorno social, Marina lo que hace es seguir frente y decidida a ser lo que es, porque en ningún momento decide abandonar su feminidad –aunque hay una escena particularmente bellísima de ella al desnudo viendo un espejo que se encuentra en sus genitales- en un tono que podría pasar como poco exigente al espectador gracias a la costumbre tan habitual del medio en mostrarnos estas historias y a menudo como Oscar Bait.
Y Marina lucha internamente; no se quiebra en llanto y quiere respeto, busca otras soluciones a su duelo que no la hacen particularmente una heroína en el sentido formal de la palabra pero ¿Quién le puede culpar de ello?
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Daniela Vega se lleva la película con precisión, era necesario contar la historia a través de una persona que como el personaje tenga experiencia en el tema, y Vega como Marina es inteligente, capaz de sobresalir en sus aspiraciones y que al final logra su cometido. Este espíritu inquebrantable sólo podría funcionar con los demás personajes, los cuales a excepción de Orlando son sus retos a afrontar.
La aparición de Orlando es muy corta, pero a partir de su deceso, se vuelve un espectro que persigue a Marina, quien se pregunta de manera interna el por qué el suceso tan repentino que le arrebató al amor de su vida; tiene una función de guía hacia un misterio que también la película decide enfocar como objetivo secundario a Marina –respecto a un baño público al que asistía Orlando– mientras soporta la familia tan molesta de Orlando.
No era mi favorita a ganar dentro de la ceremonia número noventa del Oscar (estaba más inclinado hacia The Square de Ruben Ostlund), pero no le hace menos meritoria de haber ganado. Lo que hay detrás de Una Mujer Fantástica es una película simple, sin aspiraciones a buscar una tragedia elegante, y en su naturalidad dentro del tema, sin buscar el melodrama aspiracional, pero sí latente dentro de su poderío visual, hay una película emotiva que como su personaje principal, lo único que queda es prepararse a cantar otro día más, que las pérdidas personales no plasmen el camino a realizar de cada uno, sino que cada individuo las afronte como el humano digno que todos llevamos dentro, y eso es más importante que el repudio que otros segmentos de la población puedan tener ante las decisiones de una persona por decidir qué le gusta.
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