El nuevo filme de Sebastian Hoffmann es una rareza entre la cartelera, porque las audiencias esperan la película simplona de siempre, y lo que obtienen es un logro de comedia negra exquisita sobre el deslavado valor de las vacaciones.
Hay una idealización sobre las vacaciones o los viajes que solemos tener todas las personas, en parte porque mínimo buscamos desconectarnos una semana o dos de nuestras presiones y tratar de vivir tranquilos con la calma de la playa o el vértigo acelerado de un parque de diversiones. Por alguna razón mis vacaciones familiares están llenas de recuerdos preciosos como muchas otras personas, pero me es imposible el no olvidar verdaderos momentos en donde mis padres estaban hasta el tope de presiones dentro de estos días por tratar de mantener un aire de perfección a algo que, realmente no lo necesitaba: de pensar en cómo manejar en medio de una carretera desconocida, escuchando hasta el cansancio Fragile de Yes porque el coche no quería escupir el disco, cenar con mi padre en medio de un silencio viendo el atardecer lluvioso que no nos permitió ir al parque acuático. Las vacaciones no siempre tienden a ser esta perfección idealizada que les ofrecemos, mucho menos cuando tienes una suerte fatalista… recordé mucho mis experiencias con la nueva película de Sebastian Hoffmann.
Tiempo compartido nos habla de Pedro (Luis Gerardo Méndez), un hombre que con muchas dificultades logra llevar a su pequeña familia conformada por su esposa Eva (Cassandra Ciangherotti) y su “ratón” a unas vacaciones de ensueño aprovechando un hospedaje de oferta que suena demasiado perfecto para ser verdad… porque terminan compartiendo el inmueble con una familia que a los ojos de Pedro resultan detestables. La dinámica de Pedro es patética, porque es la de un hombre que se tambalea en su posición como el patriarca de su familia ya que no puede ofrecer una imagen de respeto externa e internamente en su círculo familiar, y sobre todo porque pensaba en el destino playero como el momento adecuado para desfogar su apetito sexual y relación paternal; termina atrapado en una vorágine de insatisfacciones y desdén en donde la película cumple la labor dentro del terreno de la comedia, con una ligera sospecha puesta al más atento de las audiencias, de que esto no solamente se va a tratar de la vida imposible de Pedro, Tiempo Compartido se revela más y más como una película agresiva y con un tema morboso, más de lo que la audiencia esperaría.
Esto sucede gracias a la interpolación en la narrativa de Andrés, con un Miguel Rodarte en su mejor papel hasta el momento. Rodarte interpreta a un hombre enteramente destrozado, descuidado en su aspecto físico y mental gracias a una tragedia que no se puede sacudir, que es precisamente lo primero que vemos cuando comienza el filme. Sebastian Hoffmann y Julio Chavezmontes exploran en Andrés una lectura mucho más crítica, porque el personaje es víctima de un sistema invisible que está dispuesto al servicio de los sueños de aquellos que pueden pagárselos pero que omiten la individualidad de seres que arreglan camas o que están detrás de lo que aparenta perfección.
Este ente fantasmal se pasea por las instalaciones sin que alguien opine sobre su semblante triste y que está en constante conflicto contra su psique gracias a las alucinaciones que trata de controlar por medio de un pastillero y las cuales resultan ser una ironía de que estas se representen con un flamingo –la idealización del paraíso tropical- pero, lo que requiere un poco más de lectura resulta ser la interacción que tiene con otras personas que pueden o no estar presentes en la vida real plasmada dentro del filme, pero que señalan de manera impecable la posición de Andrés dentro de la paradoja del Leviatán que los devora, que no busca que salgan del sistema, y que están eternamente condenados a vivir entre sus vísceras, en un cuarto de lavado.
Inevitablemente tanto la historia de Andrés y la de Pedro se cruzan, y también sirve para hacer una denuncia alarmante sobre las empresas que venden sueños inalcanzables y que a través de la afinidad digna de un villano o espía, aprovechan el dolor humano para intentar disfrazar su frialdad y necesidad de crecimiento económico… algo que no sólo aplica en destinos turísticos sino en el qué hacer del mexicano común y corriente que sabe de las actividades casi de secta de ciertos familiares o conocidos.
La audiencia que estaba conmigo durante la función de Tiempo Compartido esperaba un producto más simplón, y la brusquedad de sus intenciones los agarró desprevenidos, porque el humor negro chocaba contra sus primeras impresiones… o por lo menos deseos de lo que esperaban del filme. Afortunadamente Sebastian Hoffmann ha realizado una película perdurable, con un tratamiento engañoso como el tema que está explorando tema vigente en la sociedad que da paso para la realización de una pesadilla Katfkiana de un pobre diablo, de la liberación de un aplastado de identidad farmacodependiente, de una de las comedias negras mejor realizadas en nuestro país.