Jorge Pantoja Merino fue nuestro Henri Langlois -el legendario fundador de la Cinemateca Francesa. No creo exagerar mucho con esta afirmación; si acaso la hipérbole nos acusa de no haberlo aprovechado suficiente, de no percibir el alcance de su legado entre nosotros. A semejanza de Langlois y a lo largo de una vida totalmente dedicada a la generosa divulgación de una cultura cinematográfica pasmosa, Jorge Pantoja ofreció a nuestra contemplación decenas de miles de películas cuidadosamente escogidas de entre lo más valioso de la historia del cine mundial y cariñosamente presentadas con su enorme erudición para su mejor comprensión y mayor disfrute.
A fines de los setenta, siendo un adolescente, comencé a frecuentar el Cine Club de la Universidad de Guanajuato. Asistir a esas funciones, sólo o acompañado era, por supuesto, el momento más álgido de la semana. Conservo todavía algunas de las hojas mimeografiadas que Jorge repartía antes de las funciones con largos y apasionados ensayos que situaban cada película en su contexto histórico, en la trayectoria de su realizador, en la historia del lenguaje cinematográfico.
Las conservo como las joyas que son: la de Pierrot el Loco, la de La batalla de Argel, la de Amarcord, la de Salmo Rojo, la de Mi noche con Maud, la de El matrimonio de María Braun (de la que presentó el estreno continental en el Teatro Principal). Los años en los que programó la barra de cine del canal 11 multiplicaron las horas de felicidad cinéfila de tantos de nosotros así como la procedencia y amplitud temporal de muchos placeres (recuerdo con fervor la primera vez que vi Badlands en canal 11 una tarde de domingo).
Su escritura sobre cine se fue decantando hacia un género inédito en el que las cualidades literarias de la crítica se emancipaban, por así decirlo, de su objeto. En el último libro que publicó con el GIFF, Trasuntos de cine, cada pieza, retrabajada de textos anteriores sobre alguna de sus películas favoritas, retrata al hombre que la escribió tanto o más que a la película a la que se refiere: su humor cáustico, su dominio y respeto del habla y la sabiduría populares de México, la voracidad de su amor por el cine y la fe en su papel de agente de la libertad…
La figura y el ejemplo de Jorge Pantoja seguirán creciendo año con año. Quienes lo conocimos no dejáremos de añorarlo y quienes no tuvieron esa suerte por lo menos podrán darse una idea a través de sus libros de la singularidad de este hombre extraordinario.