Por: Alfredo Narvaez
El primer Salón de la Crítica presenta una de las dos críticas de la película mexicana Cadena perpetua, que eligió el crítico Carlos Gómez Iniesta. El autor participará próximamente El Taller de la Crítica.
Lo de antes, de Luis Spota, fue publicado en 1968 y Arturo Ripstein hizo una adaptación en 1978, llamada Cadena perpetua, cuya escena final sigue teniendo sentido. Ese primer plano sostenido a la expresión de Pedro Armendáriz Jr. exige al espectador una reflexión, pues esa es la realidad, una en la que el mexicano quiere ser bueno pero no puede por las condiciones sociales en donde las condenas tras las rejas son subjetivas y las penas reales se viven en las calles.
Ripstein fue nombrado director, Vicente Leñero colaboró en el guión y Jorge Stahl con la fotografía, resaltando los colores ocre para reflejar un espectro de la sociedad urbana mexicana. La masa citadina se mueve alrededor del personaje principal, un ciudadano reformado que es extorsionado por un comandante de la policía para volver a la delincuencia significando su única forma de supervivencia. Mientras el condenado pide clemencia a Dios y busca alternativas, la gente en aparente inocencia, e inconsciencia, solo habla del partido a jugarse entre México y Alemania. La sociedad mexicana es un personaje secundario y tiene un solo diálogo, dicho mientras el protagonista tiene sangre en la solapa: “¿Vas a ver el juego?”.
La distancia entre la novela y la película radica en la visión de los autores. Mientras que Spota sugiere que la forma de vivir es la que conviene según las condiciones del sistema, la perspectiva de la adaptación cinematográfica es distinta: la culpa o la responsabilidad es de Dios, no de la corrupción policíaca, no del pasado criminal del protagonista, no de la gente que pasa sin ver. La moraleja es que la vida delincuencial es mala, “El Tarzán” evita regresar a ella por todos los medios porque la moralidad dicta una vida ideal basada en la familia promedio con fines materiales y un trabajo mal pagado pero estable que ancla a la clase media; eso parece estar bien, la mirada acusadora del final defiende y critica en la misma medida ese estilo de vida.
El elenco tiene actores de amplia trayectoria y peso dentro del cine mexicano, Pedro Armendáriz Jr. a la cabeza; Ernesto Gómez Cruz, ganador del Ariel por la mejor coactuación masculina por esta película; Ana Ofelia Murguía, ganadora del Ariel a mejor coactuación femenina y las participaciones de Narciso Busquets y Roberto Cobo, íconos de la industria. El elenco permite absorber el melodrama de un maestro del género como lo es Ripstein. Los flashbacks del pasado de “El Tarzán” no contrastan, lo de antes complementa a la actualidad. Es verosímil.
Curiosamente, la actualidad del personaje de Armendáriz es una constante que se repite hasta 2018 en donde el debate de junio fue si México podría vencer a Alemania, en donde la corrupción es el tema principal del discurso del presidente y en donde los índices de robo y asalto en la Ciudad de México están en números rojos. La cadena perpetua es saber que “la vida es así” y no hay de otra, lo fue en 1978 donde López Portillo llevaba ya dos años en el poder, parte de un PRI que era el único plato a elegir, cuando se centralizó la educación para poder fortalecer el sistema neoliberal imperante y que hoy una “cuarta transformación” promete eliminar.
La cadena perpetua sigue.