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La nueva película de Steven Knight es un fracaso que merece mucho verse en pantalla grande: sí, fracaso que vale verse en pantalla.
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Neil Breen es una excentricidad que vale la pena revisar respecto a sus propuestas fílmicas. No son para nada las mejores pero Breen posee un elemento distintivo que le hace entrever una falla dentro de su idea de hacer películas, porque el ser una persona de infinito poder que dirige, produce, escribe, y actúa sus películas en la prueba máxima de ego no le eximen de fallar como realizador debido a su falta de entendimiento de cómo hacer cine, y peor aún de su falla como narrador al no entender las limitantes dentro del guión, los cuales carga de un contenido simbólico y argumental que no permiten el adecuado desarrollo ni de sus ideas ni de sus personajes.
Neil Breen sigue en el desierto de Las Vegas intentando hacer cine, por lo que es bastante extraño considerar que de cierta forma un realizador dentro de las altas esferas Hollywoodenses con extrema experiencia caiga en las fallas de un sujeto al que fácilmente ellos pueden tachar de ser pésimo. La película en cuestión es Obsesión, de Steven Knight, una obra que no había recibido buena respuesta dentro del círculo de críticos de Estados Unidos ni que tampoco había sido un éxito de taquilla a pesar de contar con Matthew Mcconaughey o Anne Hathaway, nombres que se consideraban factores a la hora de que el público fuera al cine, pero que han estado en un constante retroceso popular.
El más sorpresivo sería el caso de Knight, quien ha demostrado ser un guionista capaz cuando no se encuentra en labores obligatorias y que con Locke (2014) había demostrado su afinidad directoral y creativa. En el caso de Obseción, lo que hay es un proyecto a la par de todas esas películas que fallan de manera monumental… y para analizarlo se tiene que hablar del proyecto en sí, lo que intenta ofrecer y lo que no parece entender.
Obsesión empieza con una especie de neoi noir, siguiendo la vida de Baker Dill (Matthew Mcconaughey), un pescador residente de Plymouth que tiene una venganza personal con un pez legendario al que no puede capturar. Cuando no anda de ególatra en su campaña que nadie entiende, se la pasa siendo un prostituto para una mujer de la isla – Diane Lane en un papel penoso- y peleando con su mejor amigo al cual no le deja de recordar los problemas que este tuvo frente a su esposa. Una tarde la propia esposa del pescador llega a la isla y le ofrece la oportunidad de obtener dinero fácil a cambio de que este asesine al esposo actual que tiene, puesto que abusa de ella y del hijo que ambos tuvieron y que Baker perdió en el divorcio. Hasta aquí las cosas se plantean con potencial, porque quizás el público quisiera saber de las razones por las que Baker Dill tenga una vendetta personal con un pez y si este está dispuesto a aceptar el trato y confiar con su compañero. Esta trama nos remite a tratamientos de thrillers eróticos propuestos en el pasado por gente más capaz como Paul Verhoeven o Roman Polanski.
El asunto está, en que la audiencia comienza a captar las pocas sutilezas presentes en el argumento de Knight. Existe un hombre “misterioso” con maletín que busca al legendario pescador, cuando se nos presentan personajes nuevos la cámara gira en torno a ellos como si fuera una grandiosa revelación, y las interacciones de Baker con su entorno giran en torno a un pez; no miento, cuando digo que el mundo de ese lugar está afianzado a revelar el secreto de una película que no soporta tener, con diálogos con personajes que saben todo y la poca pizca de responsabilidad del director de mantener un ritmo revelatorio… que se va al carajo con el hecho de que Baker se encuentra en un mundo digital.
En primera lo que está planteando Knight es una especie de fascinación respecto al libre albedrío que una inteligencia artificial tendría respecto a su entorno plenamente definido, lo que hace pensar a uno que entiende lo que en el mundo de los videojuegos se define como la vida de un NPC –personaje no jugable- que tiene una vida programada para responder frente al libre albedrío del jugador. Sin embargo, lo que Knight no parece entender es que los paradigmas narrativos del mundo de los videojuegos han cambiado mucho en poco más de 20 años, con desarrollos y lazos creados por el jugador frente a inteligencias que poco o nunca revelan la búsqueda principal del usuario frente a un fin determinante o meta… No vas por el mundo del oeste en Red Dead Redemption hablando con jugadores que te indican el mundo de cambio que estás viviendo o no acompañas a Ellie y a Joel en un mundo post apocalíptico con diálogos explícitos que dicen que este va a salvar a Ellie en un acto sumamente egoísta.
Y es al final, porque la fascinación de Knight gira a un cliché. Claro, el hijo de Baker es un niño genio, y como niño genio es uno alejado de este mundo, uno que programa como si se tratara del gif del gato que golpea el teclado y que de manera estúpida –y ciertamente irresponsable por parte del director- intenta justificar un acto cruento ficcionalizando la vida de un padre que no tiene, haciéndolo copular como loco en un extraño caso de Edipo, poniéndolo a pescar y armarse de valor para deshacerse del mal que le aqueja, siendo que lo más correcto y que quizás debiera entender tratándose de un niño genio sería en confiar en las instituciones de apoyo a las víctimas de abuso infantil.
Es un fallo enorme, como el que no había visto en años, y a la vez es uno extremadamente risible de ver. La película toma muy en serio sus referencias y temas sin lograr entenderlos u ofrecernos una visión que no hayamos visto en otras obras, y al verse totalmente entregada frente a una idea que poco puede vislumbrar, se aferra a su importancia con la falla de que el público no da crédito a lo que está viendo, causando risas inintencionadas. Este asunto en efecto, la vuelve una de esas películas “tan malas que son buenas”, un asunto al que si uno vuelve a ver –como yo lo hice- indudablemente comienza a tomar en cuenta la extraña insistencia de hacernos ver a Matthew Mcconaughey entregarse de lleno a un papel a tal grado de aparecer múltiples veces desnudo y gritarle a un dios injusto en el momento más dramático del filme con humor insospechado, además de ser partícipe en la peor escena de sexo en años.
Obsesión está destinada a volverse una obra de culto, con adeptos que quizás encuentren complejidad satisfactoria en sus postulados pseudofilosóficos, y otros imbéciles como yo, que no podemos dejar de pensar en que el pez gordo se llama “Justicia” y que tiene díalogos tan potentes como “I’m a hooker who cannot afford hooks”, es cuestión de elegir un bando y de no perderse una obra que hace sentir orgullosos a los Tarsem, Tommy Wisseau, y por supuesto Neil Breens del panteón de grandes soñadores.
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