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Clint Eastwood tiene una afinidad al querer contarle al público del paso del tiempo entre él, la sociedad, y sus personajes que por lo general comparten este mutágeno de idea. Uno pensaría que este tema no daría para mucho material a explorar, pero lo cierto es que hasta este momento han ocurrido 5 películas bajo su dirección y actuación son símiles, La Mula es el más reciente ejemplo.
Filmada sin glamour y a la par de un proyecto cuya recepción negativa también se reflejó en la taquilla –El 15:17 a París (2018)– es además, un interesante proyecto en donde se plantea la posición de la crítica por diversas partes del mundo. En Estados Unidos la película ha sido tachada de misógina, xenófoba, y entre las peores cosas que he leído: “una apología al muro de Trump”; son palabras y frases graves que a decir verdad resultan graves y suelen omitir las intenciones propuestas dentro del filme.
El Earl Stone de Eastwood no es un protagonista noble. Ciertamente ha sido un imbécil toda su vida y se ha alejado completamente de su familia para atender su trabajo, creando flores perfectas y hermosas, lo ha sido por dos generaciones de personas con su esposa e hija -interpretadas por Diane Wiest y curiosamente por Alison Eastwood– pero lo encontramos en un punto de redención casi obligado en donde empieza a congeniar con su nieta tras la pérdida de su negoció de horticultura.
Los razonamientos de generar un cambio dentro de un personaje demasiado avanzado por la edad quizás sean un tanto raquíticos al inicio que es donde la película se siente sin mucho peso dramático porque se nos presentan estas propuestas para el crecimiento del personaje con mucha exposición, y también se solventan de manera inusitadamente amoral, porque es a partir de que toma la misión de transportar cocaína en la que comenzamos a congeniar con Earl.
Y a partir de su primera misión, el punto es ver a Clint Eastwood pasearse por las carreteras de Estados Unidos –apoyados por una excelente cinematografía de parte de Yves Bélanger que captura ese panorama desolador y de tonos oro con las puesta y salida del astro rey- cantando, comiendo, generando una amistad con los narcotraficantes que le enseñan a usar nueva tecnología, y jamás cuestionando el origen y destino de la mercancía. Earle entra a un mundo violento disfrutando y quizás esperando que al igual que él, la perspectiva de los criminales se suavice, pero también el mundo del crimen es un destino inherente y que a través de la película el personaje se termina dando cuenta de ello en momentos donde reflexiona de su auténtica soledad.
Es tan imperante el destino y desarrollo de su personaje, que todos los demás no se sienten con el mismo peso, quizás hasta resulte curioso ver a Bradley Cooper llevar una cacería contra el transportista de drogas junto a Lawrence Fishbourne y Michael Peña en automático, irónicamente encontrándose con el personaje de Eastwood que posee un carisma absorbente. Es muy extraño ver a Eastwood abandonado de todo peso de ser “cool” y la rudeza que tanto asociamos a su rostro duro y verlo como un anciano con fallas y hasta en ciertos momentos libidinoso que le dan un encanto a la película dada la rareza de verlo aproximar tonos de comedia en donde él es el que termina siendo la burla, y creo que eso habla mucho dentro de su capacidad de reflexión.
Quizás no deberíamos preguntarnos cada que sale una película de Clint Eastwood pensar en hasta cuándo va a dejar de hacer películas, y agradecer y analizar cada que lo hace… porque ciertamente habrá un momento en donde el de los ojos que matan, ya no pueda estar con nosotros y tengamos a sus películas como puntos de reflexión infinita.
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