Homenaje DANNY BOYLE
Estamos frente a Danny Boyle, ese cineasta británico de los matices extremos y los contrastes enloquecidos … estamos frente a la extraordinaria persona de pasión y energía desbordadas que pudo sacar al cine de su país de los academicismos con una sola de sus miradas … estamos frente a ese singular creador tan lleno de vida, que el sólo pretender llevar su biografía a la pantalla, demandaría ya la dirección obligada del mismísimo Boyle.
Nacido en Radcliffe, Lancashire el 20 de octubre de 1956, en el seno de una familia católica irlandesa, acata desde muy pequeño ocupaciones como ser monaguillo de su iglesia por más de ocho años. A los catorce a punto estuvo de abandonarlo todo para entrar al seminario, si no fuera porque topó con la muy afortunada advertencia de un sacerdote, la cual viraría el trayecto del adolescente en rumbo de su indiscutible vocación. Hasta hoy, Boyle desconoce si este consejo lo libró del sacerdocio, o si el sacerdocio se libró de él. Lo cierto es que la Iglesia perdió a un muy singular elemento mientras que el cine ganó a uno de sus más grandes realizadores.
Boyle se define hoy como un ‘ateo espiritual’, y repetidas veces a lo largo de su trayectoria ha encontrado semejanzas entre el mundo de la religión y el de las artes. Nos queda clara la versatilidad artística de Boyle, que si bien nos tiene acostumbrados a la intensidad de su mundo fílmico, ha destacado por igual en la producción televisiva y la dirección teatral. Desde su primer contacto con las artes dramáticas, este joven de 56 años no ha parado un segundo de explorar y experimentar nuevas formas de contar historias.
Un par de momentos dejan sellado su destino como cineasta. El primero, un temprano visionado de La Naranja Mecánica de Stanley Kubrick durante las escasas semanas que perduró en cines antes de verse sumida en la controversia; Boyle no niega haberse visto innegablemente afectado por su violencia, sexualidad y estilo, influencia todavía identificable en el frenesí de su filmografía.
El segundo momento, y con el que su vida cambiaría para siempre: Apocalypse Now de Coppola. Destrozó mi cerebro por completo, –narra Boyle– yo era un chico de veintiún años, impresionable hasta los huesos. Mi cerebro no había sido regado hasta entonces con el agua de la gran cultura. Y ahora se veía de pronto golpeado por el poder del cine (…)
Boyle sabía ahora únicamente una cosa: debía ser director de cine. Y vio finalmente cumplido su sueño en 1994, debutando con Shallow Grave, comedia oscura que sorprendió como la más exitosa película británica de 1995, y que propició la inmediata producción de su siguiente obra, convertida muy pronto en pieza clave dentro del cine contemporáneo y dentro del estilo personal de su realizador: Trainspotting, basada en la novela homónima de Irvine Welsh y en la que Boyle dirige una mirada vívida y corrosiva al bajo mundo de las drogas escocés con lujo de ironía y humor negro. Bastaban ya este par de metrajes en la trayectoria del joven cineasta para ubicarlo como el nuevo y verdadero revitalizador del cine británico de los ‘90s.
Rechaza luego involucrarse con la cuarta entrega de Alien para dedicarse mejor a la producción de A Life Less Ordinary, utilizando reparto y financiamiento ingleses. Las presiones por incorporar al prodigio británico dentro del sistema hollywoodense culminan con La Playa, protagonizada por Leonardo DiCaprio en Tailandia y que dejaría a su director el sabor agridulce de las superproducciones y la certeza de ya sólo querer hacer cosas a su modo en lo sucesivo.
Tras dirigir dos películas televisivas para la BBC en 2001, Vacuuming Completely Nude In Paradise y Strumpet, da salida a su siguiente proyecto, que en colaboración con Alex Garland supone una de las más refrescantes propuestas de horror moderno: 28 days Later (Exterminio) sobre la dispersión de una extraña enfermedad en territorio inglés. Y en 2005 demuestra una vez más su carácter multifacético con Millions, pequeña película de limitado presupuesto y en la que homenajea a sus padres, al florecimiento de la imaginación infantil y a la integridad familiar.
Para su siguiente proyecto en 2007, colabora nuevamente con Alex Garland en la película de ciencia ficción Sunshine, donde explora con enfoque siempre extraño y misterioso las posibilidades del género. En 2008 estrena Slumdog Millionaire, película que le vale un Premio de la Academia y con la que cosecha además la merecida cifra de ocho estatuillas. Recientemente, Boyle volvió con su metraje 127 Hours, donde detalla la lucha de supervivencia del protagonista, interpretado por James Franco, en una situación extrema dentro de un cañón en Utah.
La obra de Danny Boyle oscila agitadamente con una fuerza inagotable, va del ruido a la calma, de lo convencional a lo excéntrico, dejando siempre clara su identidad: un sello a la vez surreal y desafiante, una energía necesaria y esencial. La sensibilidad de Boyle se ha ido agudizando película a película hasta quedar naturalmente calibrada para comprender lo marginal, para redimir a los sectores más desfavorecidos de la humanidad. Con su experiencia, su técnica, su versatilidad, su agudeza, el mundo puede estar tranquilo, sabiendo que tiene a uno de los hombres más talentosos detrás de una cámara que haya dado nuestro tiempo.