En el 17 El Salón de la Crítica, el crítico de cine Enrique Figueroa eligió esta crítica de ‘Un asunto de familia’ para ser publicada.
Por: Carlos Andrés Torres Cabrera
Desencantos sutiles
En Un asunto de familia (2018), el director Hirokazu Kore-eda pone en escena la historia de seis personas que aparentan ser una familia. En realidad son familia por elección, no por vínculo sanguíneo. Los integrantes ejercen trabajos en ámbitos diversos, desde la construcción hasta el robo de tiendas, para lograr apenas un precario estilo de vida. A pesar de la pobreza y las actividades ilícitas, esta (no) familia, la (no) familia Shibata, se trata con afecto y cuidado. Pareciera, incluso, que viven con plenitud y encanto. No obstante, el encanto pronto se rompe y las ilusiones que cohesionan a los Shibata también se caen.
En una escena, Osamu, el “padre de familia”, hace para “sus” dos “hijos” pequeños, Shota y Yuri, un acto de magia. Al principio los niños se asombran, pero de pronto Nobuyo, la mamá, revela el truco. Hay en este truco frustrado no sólo un símbolo de la inocencia perdida y el fin del pensamiento mágico en la infancia, también una ilustración de cómo funciona la película. Por ejemplo, Shota había aceptado atracar tiendas con gusto, porque Osamu le dijo: lo que ahí se vende todavía no tiene dueño y por lo tanto no es malo robarlo. Mas, cuando Osamu rompe las ventanas de coches, Shota se da cuenta que también roban cosas con dueño y se cuestiona por vez primera el acto de robar. Un asunto de familia es un encantamiento que después se deshace. Si al principio vemos a Shota y a Osamu ejecutar con discreta precisión técnica el robo exitoso a una tienda, al final no podía suceder otra cosa que el atraco bruto, evidente y desencantado que termina en la cárcel y el hospital. Esa es la trayectoria dramática de la película: el desencanto.
Este desencanto se presenta de forma gradual y delicada. Podríamos considerar que la manera de dosificar la información y el drama en Un asunto de familia es una manera sutil. No hay grandes aspavientos, tampoco desmesura trágica como en esa otra tradición del cine japonés encabezada por Kurosawa. Más cercano a la estirpe de Ozu y Kawase, Kore-eda se decanta por los pequeños gestos, prefiere la discreción del carterista a la violencia del asaltante. Y aunque el mundo no deja de ser violento, la crueldad queda fuera del plano. Por ejemplo, la familia Shibata decide rescatar a Yuri, una pequeña que tiene los brazos lastimados. Nunca salen a cámara las heridas de Yuri, no vemos el momento en que la maltratan, sólo apreciamos los sutiles cuidados que los Shibata le proporcionan: le curan sus lesiones, la abrazan con afecto y terminan por adoptarla. Kore-eda evita el melodrama y abraza lo sutil.
Sin embargo, lo sutil es un arma de doble filo. Puede servir para abordar temas difíciles con cuidado, pero también puede afectar porque no permite decir las cosas por su nombre, porque habla con eufemismos. Cuando Osamu le pregunta a Shota con soltura si le gustan los senos y si tiene erecciones por las mañanas, Shota contesta con cierto pudor y reticencia que sí. Osamu parece no tenerle miedo al tabú del sexo y comunicarse sin eufemismos, pero le dice a Shota: “No te preocupes, es normal, a todos los hombres les gustan los senos y tienen erecciones por las mañanas”. Esa generalización que parece querer disipar las culpas por ejercer la sexualidad, en realidad da por zanjado el tema y evita hablarlo con mayor detenimiento. Simplificar es hablar parcialmente sobre algún tema, y no abordarlo de lleno implica utilizar eufemismos. Osamu simplifica porque no menciona, por ejemplo, a los hombres que no sexualizan los senos o a los que se enfrentan al problema de la disfunción eréctil.
Un asunto de familia relata el encanto con que una familia despreocupada y al margen de la ley se mantiene unida, pero también el desencanto crítico que la fragmenta. Lo narra de manera cuidadosa y sutil, aunque por eso mismo a veces evite ahondar en algunos temas que apenas toca. Esta (no) familia, esta película nos encanta y desencanta al ejecutar sus trucos sutiles.