En el 21 El Salón de la Crítica, la crítica de cine Gina Szclar eligió esta crítica de ‘Todo sobre mi madre’ para ser publicada.
Por: Luis Jesús Sánchez Ramírez
UN TRANVÍA LLAMADO ALMODÓVAR
Hay dos frases en la película de 1951 dirigida por Elia Kazan que podrían resumir (y justificar) la obra de Almodóvar, que a su favor no ha envejecido un ápice, a poco más de veinte años de distancia. Manuela (Cecilia Roth) es la encargada de donaciones de órganos en un hospital de Madrid, madre soltera a cargo de un hijo adolescente (Eloy Azorín) con aspiraciones artísticas que sin saberlo bautiza a la película y que como parte de sus regalos de cumpleaños le contará por fin la historia de su padre, la tragedia se cierne sobre ambos cuando a las afueras de un teatro, mientras corre detrás de Huma Rojo (Marisa Paredes), talentosa actriz que interpreta a Blanche Du Bois en una de las tantas encarnaciones teatrales de la obra de Tennessee Williams, es detenido por un automóvil que lo impacta y causa irremediablemente su muerte. Como parte del duelo y cierre del ciclo, Manuela decide viajar a Barcelona recorriendo las huellas que había intentado dejar atrás, con la intención de avisarle al padre la muerte de su hijo.
Es a partir de ahí donde surge uno de los “problemas” narrativos de la fábula Almodoroviana, ya que los lazos femeninos se forjan de manera, no forzada, pero si precipitada, es aquí donde cabe perfectamente la primera frase pronunciada por Vivien Leigh, (a quien además está dedicada la película española), y la frase es: “Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños”. Y es que casi todos los personajes son extraños que hacen lazos muy fuertes entre sí, sin otra razón aparente más que la inicial confianza ciega que se depositan entre ellas, una confianza totalmente infundada y que perjudica el desarrollo creíble de una narrativa que sin embargo se sale con la suya en demostrar esta utópica solidaridad entre espíritus femeninos sin importar la ideología o hasta sexo, siendo el personaje “Agrado” (Antonia San Juan) el mejor estructurado y encargado de los mejores momentos emocionales y de cohesión entre el resto del reparto, lamentablemente la propia visión incluyente del director se torna extraña cuando “Agrado” se lanza en contra de los drags, pero sobre todo cuando deja intencionalmente de lado al personaje más complejo de todos, la “epidemia” (bautizada así por Manuela) de nombre “Lola”. Eso sí, con buenas actuaciones en general, excepto para su inmersión al mundo teatral donde los actores dejan de ser humanos para convertirse en robots arriba de un entablado. Todo lo anterior en una historia sobre dramática que me lleva irremediablemente a la siguiente frase de Du Bois.
En el universo que Almodóvar nos plantea, no solamente las mujeres (sin conocerse) se reconocen como humanos en busca de ayuda, además su arco argumental (en medio de la tragedia) nos conducen a un final feliz de cuento de hadas, no dejaba de resonar en mi cabeza la voz de Blanche diciendo casi a modo de disculpa: “A mí no me interesa la realidad, yo lo que quiero es magia”. Y es que argumentalmente el drama se eleva a tal grado que el final feliz (en todos los ámbitos al menos) se preveía imposible, pero no es así, todo este positivismo y color rosa en el melodrama es un choque que resulta no solo insatisfactorio sino negativamente contrastante, y queda claro que como a Du Bois, al director no le interesa ser realista o consistente, sino mágico, busca cerrar su fábula de manera inmaculada para sus personajes sin importar las tribulaciones que se nos plantean en más de la mitad de la historia, todo ello, vale la pena resaltar, de una manera técnicamente magistral, donde cada uno de los planos cuentan, la música acompaña las bellas y coloridas imágenes (esta música sin duda también me remite a la obra de Elia Kazan), y un desarrollo visual que pese a las constantes muletillas del uso de inter títulos para los saltos en el tiempo es bastante efectivo, le da mucha fluidez y un gran ritmo, que además hace del entorno un personaje más que nos habla de muchas maneras, todo lo cual le otorgó (merecidamente) el reconocimiento mundial y la lluvia de premios.
Son muchos los temas que “Todo sobre mi Madre” pone sobre la mesa, a veces de manera muy clara, a veces de manera casi metafórica y si bien pareciera que este escrito tiene la finalidad de minimizar la obra de Almodóvar, es porque me parece más valioso exponer lo (poco) que me hacía ruido mientras la veía, en lugar de llenar el espacio de alabanzas que en más de una ocasión y desde hace dos décadas se pueden encontrar por ahí, con los elementos suficientes como para complacer (hipotéticamente) incluso a Tennessee Williams o el propio Kazan, una oda al amor materno y fraternal entre las mujeres, capaz de brindarles las fuerzas para solventar cualquier circunstancia sin importar lo infranqueable que ésta parezca.