En el 25 El Salón de la Crítica, el crítico de cine y periodista Edgar Apanco eligió esta crítica de ‘La 4ª Compañía’ para ser publicada.
Por: Juan José Cruz Cortés
El cine mexicano contemporáneo es todo un caso –uno muy complicado para discutir– pues involucra pensar inmediatamente en comedias románticas (mayormente intrascendentes) o historias vistas hasta el cansancio, protagonizadas por los actores de siempre y que, además, están ubicadas en contextos con los cuales no hay identificación alguna. Sin embargo, también hay propuestas interesantes (sean buenas o no), ya sea por su temática, por los recursos técnicos de los que se hace gala o por mostrar acontecimientos históricos de los que no tenemos ni la menor idea.
Un delincuente juvenil, tras ser recluido en el penal de Santa Martha Acatitla, anhela ingresar al equipo de futbol americano conocido como Los Perros, pero esa ilusión termina involucrándolo en el crimen organizado, pues dicho equipo es La 4ª Compañía, un grupo de internos que controla los beneficios dentro de la prisión en provecho de los directivos, administra la circulación de droga y azota la ciudad con el robo de vehículos lujosos y asaltos a bancos.
La 4ª Compañía es un ejemplo de ese cine mexicano que apuesta por lo diferente. Los directores Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván nos adentran de una manera realista a las costumbres del penal de Santa Martha Acatitla, todo a través de la historia de Zambrano (un magnífico Adrián Ladrón) y su relación con los demás presos. Con un gran arrojo y crudeza, somos testigos de fuertes escenas respaldadas por una profunda y notoria investigación de los acontecimientos que tuvieron lugar en el México de los 70, donde el sistema carcelario lleno de corrupción, protegidos y secretos (sí, igual que ahora) se dedicó a cometer actos atroces bajo el permiso de las autoridades. “Lo que la sociedad te deba se lo vas a cobrar”, lo llaman ellos.
La narrativa de la cinta se ve enriquecida por la decisión de colocar fragmentos de notas periodísticas en las que se reconocen los logros obtenidos por Los Perros a lo largo de su carrera; estos generan un contraste sumamente poderoso entre lo brillantes que estos reclusos eran para el deporte, la imagen que proyectaban al exterior y las repugnantes decisiones que tomaban para sobrevivir en la cárcel.
Por otro lado, aunque al inicio se nos presenta a muchos personajes con los que Zambrano se relaciona y pareciera que formarán parte fundamental de la trama, la gran mayoría de estos quedan relegados a apariciones sin mayor trascendencia. El guion de Arreola es atractivo, pero saturado, la empatía con los reclusos solo existe por momentos, lo cual resulta decepcionante porque algunos de ellos protagonizan escenas memorables y sus arcos podrían haber beneficiado la crítica que los directores buscaban lograr. En cuanto a la aparición de presos reales, fue un arma de doble filo: benefició al realismo y la crudeza vistos en pantalla, pero evidenció un desequilibrio en las actuaciones, en especial al momento de compartir pantalla con histriones profesionales.
La saturación no solo se queda en el guion, también se traslada a ciertos aspectos técnicos, como el montaje de los juegos de futbol americano, que en ningún momento lucen tan apasionantes como es referido a lo largo de la película. La recreación de la época también es irregular: mientras que el diseño de producción es notable, la caracterización no se pone a la par, y queda una sensación de que los personajes están disfrazados. Las pelucas, sumamente distractoras (y no en pocos momentos), le restan puntos a poderosas interpretaciones de Hernán Mendoza (Palafox), Andoni García (Combate) y Carlos Valencia (El Tripas). Sin embargo, en la fotografía de Miguel López La 4ª Compañía alcanza uno de sus puntos más altos, siendo el uso de locaciones reales una de sus grandes ventajas. Resulta irónico que en un lugar como Santa Martha Acatitla se deje ver una fotografía hermosamente cruel, en la cual la oscuridad y la inmundicia, tanto de las instalaciones como de los presos, esté presente a lo largo de las casi dos horas con la suficiente naturaleza para evitar caer en una apología.
Al final de sus 116 minutos, la propuesta de los directores es evidente: abrir las puertas a una conversación –incluso reflexión– de cómo el paso del tiempo no es sinónimo de evolución, sino, en ocasiones, de retroceso. Lo que vemos en pantalla es reflejo de un fragmento en la historia de nuestro país, uno del que no se habla mucho, pero que gracias a apuestas como esta podemos descubrir. La 4ª Compañía posee su atractivo y reconocimiento en la documentación y el reflejo que se hace de la época, pero deja con la sensación de que pudo ser una experiencia más profunda. Se nota un interés por hacer las cosas diferentes, bien, y sacarle el mejor provecho a los recursos disponibles. Sin duda, es un ejemplo del camino a seguir, uno donde la mezcla de buena historia y solidos valores de producción no sea la excepción en la industria cinematográfica nacional, sino la regla.