En la edición más reciente de nuestro El Salón de la Crítica, revisamos la película Encuentros cercanos del tercer tipo y esta fue la crítica elegida por el crítico de cine Charlie Del Río para ser publicada.
Por: Ofelia Ladrón de Guevara
Lo infinito de un encuentro
Platillos voladores, luces extrañas en el cielo. En Encuentros cercanos del tercer tipo hay una tensión enigmática, desde las primeras escenas en el desierto de Sonora, que envuelve al espectador. El entresijo que despierta el testimonio del anciano que avistó las luces en el cielo: “El sol salió anoche, y me cantó” se acrecienta con la aparición de los cinco aviones del vuelo 19 (misteriosamente desaparecido en 1945) y toma forma cuando, al ocurrir un apagón y recibir órdenes de su jefe de revisar las líneas eléctricas, Roy Neary (Richard Dreyfuss) ve unos discos voladores. A partir de ahí es inevitable no advertir el rumbo de la historia: se está frente a la posibilidad de un encuentro, frente a lo desconocido. Los apagones, los efectos especiales, los sonidos, todo se convierte de pronto en testimonio, en voz y huella de la presencia extraterrestre.
¿Es miedo, curiosidad o regocijo lo que experimentan las personas con el encuentro? Es imposible saberlo. Las emociones se mezclan, acentuando en el espectador el misterio, pues si no se sabe qué causa en las personas, mucho menos la implicaciones que tendrá en ellas, en el rumbo de la trama. De esta manera es que Steven Spielberg logra sostener la tensión de la historia, pues, aunque sabemos de la existencia de los platillos voladores, es imposible determinar qué consecuencias traerá su aparición y, más aún, cuáles son las intenciones de los extranjeros que sobrevuelan los cielos terrícolas.
“No puedo describir lo que siento ni lo que pienso. Esto significa algo y es importante”, dice Roy Neary a sus hijos, señalando la exuberante cantidad de puré de papa que ha puesto sobre su plato. En la escena siguiente se le ve haciendo la misma figura, pero a mayor escala, para luego salir de la casa y, denotando su desesperación, arrojar la interrogación hacia el cielo: “¿Qué es?” Con este tipo de escenas, Spielberg alimenta en el espectador el misterio, lo invita a participar, a compartir el ansía de los personajes por convertir lo ignoto en algo conocido y, a su vez, anhelar un medio de comunicación, de entendimiento entre terrícolas y extraterrestres, porque sólo así, a través del intercambio, es que el enigma se disiparía. Mientras tanto, Jillian Guiler (Melinda Dillon), una mujer que también vio los platillos voladores y cuyo hijo fue secuestrado por ellos, se une a Roy Neary en busca de respuestas, entrecruzando su pesquisa a la de los científicos quienes, dirigidos por Claude Lacombe (François Truffaut), investigan estas apariciones extrañas.
Lo sorprendente de Encuentros cercanos del tercer tipo es la forma en que logra mantener al espectador en suspenso, en una tensión que, sin sacar bostezos, lo convierten en cómplice de lo que los personajes experimentan. De pronto, al igual que para Roy Neary, todo se transforma en señal de la llegada extraterrestre, porque, a pesar de que los platillos voladores no aparezcan en todas las escenas, ellos están siempre presentes en la mente del espectador. Como el viento, los ruidos extraños y las sombras que, al acampar en una montaña, parecen al campista manifestaciones sobrenaturales y ya no simples ráfagas de viento, Spielberg amalgama la presencia extraterrestre a los sonidos, a los efectos visuales de lo inusual que les ocurre a los personajes en la historia, pues, de pronto, para el espectador todo se convierte en la imagen de un platillo volador sobre el cielo, en la pregunta: ¿qué es?