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Hace 20 años, Dreamworks inició como estudio de animación apostando a lo grande: Enfrentando comparaciones con la obra maestra de Cecil B. Demille y apuntando a un nivel de seriedad que nunca volvería a obtener en una de las obras más olvidadas de la animación de los años noventa.
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Jeffrey Katzenberg puede llegar a ser un completo imbécil. Lo había demostrado desde sus elecciones cuando era el CEO principal de Disney, que claro que eran exitosas y revivieron del letargo a la compañía a partir de La Sirenita (Ron Clemens y John Musker, 1989), pero sus aspiraciones estaban más acomodadas a su ego y la recalcitrante necesidad de que la empresa obtuviera un premio de la Academia. Volviéndose máxima preocupante el hecho de que Katzenberg se diera crédito total por la nominación de La Bella y la Bestia (Gary Trousdale y Kirk Wise) a mejor película – la primera vez en la historia en la que esto sucedía- Michael Eisner junto a Roy E. Disney obligaron su salida de la compañía, un golpe duro a su ego porque Eisner fue su amigo desde que trabajaban en Paramount y que exiliaron a la casa del ratón juntos.
Durante el desarrollo de Dreamworks, Katzenberg quedó a cargo del campo de la animación y ahí surge su primer acto de venganza: robarse ideas de su anterior trabajo. El más conocido fue controversial porque inició una competencia entre dos estudios – Dreamworks y Pixar– a la hora de crear películas sobre insectos el mismo año Hormiguitaz (Eric Darnell y Tim Johnson) y Bichos (John Lasseter), que incluyó llamadas de atención, negociar el cambio de fechas, insultos telefónicos y posibilidades legales que implicaban demandar a un sujeto que cometió espionaje corporativo. Lo cual también redujo el impacto de la única buena idea que presentó ese mismo año, porque Katzenberg siempre quiso hacer una película religiosa durante su estadía en Disney, en específico sobre la épica de Moisés, y pues da la casualidad de que Spielberg, uno de sus compañeros en la odisea del estudio sea fanático de la obra más representativa de las pascuas a nivel mundial, quien de inmediato accedió a la idea, y consiguieron un equipo sinigual, con animadores de Disney e incluso al letrista musical Stephen Schwartz quien abandonó a la empresa durante el desarrollo de Mulan (Barry Cook y Tony Bancroft, 1998), y una tríada de directores de animación que incluía a Brenda Chapman (la primera mujer en dirigir una película animada de estudio), Steve Hickner–antiguo director en Amblimation de Spielberg– y Simon Wells, el nieto de un tal H- G. Wells.
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Tenía años que no veía El Príncipe de Egipto, una película a la que siempre he defendido como el bastión de calidad de Dreamworks, al ofrecer un producto muy liberado de las presiones de estudio… o por lo menos eso recordaba, y es que a lo largo de la película hay decisiones muy extrañas que probablemente provinieron de Katzenberg, como la aparición de animales –para fines comerciales- o el diseño de ciertos personajes que contrasta mucho, con la fisiología de otros personajes que apuntan a un diseño mucho más natural, y precisamente estos animales y “sacerdotes” se sienten como extraños, y promotores de un nivel de comicidad que no siempre funciona.
No es un impedimento para disfrutar lo que la película posee, una magnificencia a nivel técnico superior a lo presentado por otros estudios del mismo año, y sobre todas las cosas, una madurez narrativa que el estudio nunca volvería a obtener, porque aquí el principal motivante de ver el filme, no es tanto la liberación de los judíos –que sabemos de antemano va a pasar- sino el desgarre emocional que significa la tragedia implícita de los dos hermanos.
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En Moisés encontramos un conflicto interno que magnifica su presencia heroica y de redención… después de todo es uno de los personajes literarios que presentaron las bases del camino del héroe implementada en muchos otros personajes de nuestros tiempos, lo cual me parece curioso que hasta este punto se quisiera desarrollar las inquietudes de un personaje al que generalmente veíamos estoico y decidido. Un hombre joven que encuentra su vida radicalizada por la barbarie de su pueblo y que abandona a su pueblo y a su hermano para encontrar la paz vigente en un pueblo del desierto, en donde aprende a ser feliz y obtener el amor de una esposa que le estima y protege. Precisamente en este punto la película se vuelve mucho más interesante, porque es con la llegada de Yahve en la que Moisés realmente no sabe qué hacer o cómo hacer lo que le dictamina una presencia reconfortante –alejada del encaprichamiento comúnmente asociado al dios del antiguo testamento- y que expresa su carga moral al presenciar la lastimera lucha de liberación entre judíos y egipcios.
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Mejor ejemplificado en la canción de las plagas, el segmento que plantea los pensamientos de Moisés y Ramsés ante la mirada melancólica y dubitativa de un hombre que no se siente el adecuado para responder ante el llamado de Dios frente a la reacia idea de su anterior hermano que ve como alta traición lo que ocurre a su pueblo al que le intentan revocar su tradicionalismo… en esencia creando una canción de villano por la interpolación de los pensamientos y la devastación ocasionada por Dios.
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Simplificaríamos la grandilocuencia de Moisés si este se enfrentara ante un hombre cruento, como había pasado en anterioridad en la dualidad de Charlton Heston/Yul Brynner, pero gran parte del que podamos ver la dificultad dentro de la misión de Moisés yace en un Ramsés que de verdad ama a su hermano, a pesar del origen de este y que encuentra desconcertante la idea de presentarse como el eslabón débil dentro de la cadena de poder que Moisés no puede entender en totalidad por su conformismo de ser el menor y por ende, al que siempre veía como un hombre caprichudo y que adoraba hacer bromas que le afectaran en forma de castigos de parte de su padre.
Y eso es lo que más me sigue sorprendiendo al paso de los años, ver una película de animación que en primera no tenga miedo a mostrar conflictos morales complejos realzando el valor humano y de sacrificio al que siempre se le asocia la historia clásica, y el aprovechamiento de los animadores en base a esa noción, de entregar un material dramático potente, porque no solo los escenarios son magníficos, sino el detalle de la expresividad corporal. El Príncipe de Egipto fue, y es una de las pocas películas norteamericanas que logran capturar emociones registradas en los rostros humanos, obteniendo una naturalidad frente a lo que habitualmente se pensaba como dibujitos a los que después se les otorga una voz en la post producción.
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Gran ejemplo de esto, es el momento en el que Ramsés se da cuenta de la necedad de su hermano, primero por decidir capturar este encuentro con los personajes siendo minúsculos bajo la sombra de su antiguo padre, y en segunda por las reacciones de un Ramsés que pasa de la decepción, a la aceptación y cólera.
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El Príncipe de Egipto es un grandioso filme. A pesar de sus tropezones y decisiones que no impactan o desarrolla en varias ocasiones, cuando se atreve a narrar un contenido complejo lo logra en cada momento… y es una pena de que sea tan olvidada no sólo por las audiencias, sino por el propio estudio que jamás quiso volver a presentar un proyecto de semejante madurez, y cuya senda de decisiones nos hacen pensar en un estudio cercano a los chistes de flatulencias y cultura popular.
Pero que quede el registro de que hace 20 años, lo lograron antes que nadie: lograron hacer una mejor revisión de un clásico que a la fecha sigue siendo imponente.
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