La nueva película de Sony Animation Studios es un atisbo de luz divertido, enternecedor y de gran valor representativo. Estamos frente a la mejor animación del estudio sin Spider-Man involucrado.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: The Mitchells vs The Machines
Dirige: Mike Rianda
Voces en inglés: Abbi Jacobson, Danny McBride, Maya Rudolph, Mike Rianda, Olivia Colman
Año: 2021
Duración: 109 minutos
País: Estados Unidos
Han pasado 15 años desde que Sony Pictures inaugurara su división animada y en esa quincena temporal el estudio se ha visto envuelto en una principal problemática, la de expresar un tono complaciente tanto para las críticas como para las audiencias, porque en realidad cuando uno piensa en la filmografía del estudio de inmediato saltan productos que más allá de chistes escatológicos y referencias a la cultura popular -en algo que llevamos arrastrando desde hace 20 años con Shrek (Andrew Adamson y Vicky Jenson)-, lo que sale a relucir con mucho mayor daño son una serie de películas animadas de una finalidad corporativa fría y carente de alma, en un proceso de marketing similar a lo que Sony y su división cinematográfica ha cosechado con la carrera de Adam Sandler.
Incluso peor que encontremos una película sobre las caritas que usas en tu celular, se encuentra la opacidad autoral de estas películas que si de por sí hacen complicada la labor de distinguir las intenciones del estudio, mucho más imposible será el definir si existe de verdad una voz directoral o de escritor de valía, después de todo está el registro de lo que le ha pasado a Gendy Tarkakovsky, quien alguna vez fuese una de las figuras más representativas de Cartoon Network al crear títulos como El Laboratorio de Dexter (1996) y Samurai Jack (2001), ahora se encuentra en un estado de secuestro dentro de la dirección de la franquicia de Hotel Transilvania que incluso le ha imposibilitado realizar proyectos de ensueño como su película sobre Popeye, de la que sólo queda un demo que el estudio rechazó y que se puede encontrar fácilmente en internet.
Afortunadamente las cosas parecen establecerse en un lado propositivo para Sony, con varias decisiones en relación a sus franquicias, y en el campo de la animación… también tras un impulso de credibilidad y oportunidades tras haber ganado un Premio de la Academia por Spider-Man: Un nuevo universo (Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman, 2018). Son precisamente los productores de esta película –Phill Lord y Christopher Miller– quienes han estado presentándose como las figuras centrales de las películas del estudio. Si ya antes habían estado en sus primeras glorias al dirigir la infravalorada Lluvia de hamburguesas (2009), ahora ellos deciden qué proyectos tienen posibilidad, y más que nada: corazón.
A primera instancia, Los Mitchell contra las máquinas no teme a seguir esta línea vulgar y escatólogica previamente mencionada, encima de querer hablar en un tono referencial moderno para estas futuras generaciones de asistentes al cine, pero la gracia del filme escrito y dirigido por Mike Rianda, es que no lo hace en un tono disyuntivo, más bien aludiendo a estas nuevas tecnologías y percepciones juveniles tanto crítica, como propositiva. Rianda hace un matrimonio generacional obviamente apoyado por las funciones dramáticas de una película cosechada dentro del género del road movie en una película que más que funcionar dentro de la dinámica de Vacaciones (1983) de Harold Ramis, alude más a cosas como Goofy: La película (Kevin Lima, 1995). Es decir, es una película sensible en medio de sus chistes de eructos y de lamer traseros que dentro de sus pretensiones sentimentaloides también intenta derrumbar conceptos de forma ácida como la familia tradicional – de lo cual existe un chiste auto referencial demasiado intencionado al poner al matrimonio de John Legend y Chrissy Teigen como unos insoportables millonarios inconexos de la familia que seguimos que es fantástico- además de la decadencia del llamado viaje norteamericano familiar.
Si bien esto no es nuevo, la forma en la que lo vemos trazado, con referencias al mundo del internet y de memes, o videos viejos que forman esta estructura del llamado shitposting, son planteadas de una forma muy innovadora, porque estos elementos no están nada más para endulcorar al filme y su humor, sino que son devaneos instantáneos de parte del personaje de Katie Mitchell (Abbi Jacobson), una adolescente de creatividad explosiva que intenta pragmar hacia sus padres y que poco a poco va obteniendo aceptación.
De hecho esto, en medio de sus dibujos de explosiones y animaciones bizarras, esconde un subtexto encantador, porque Katie Mitchell se siente desplazada de manera activa en su comunidad, como dentro de su estructura familiar, y no solamente por el hecho de ser cinéfila. Hay detalles dentro de Katie y su andar, además de su vestimenta y forma de hablar que dan detalle de su identidad sexual y que también apunta a unas aspiraciones de descubrimiento que ella intenta avanzar hacia lo desconocido en su única oportunidad, y esto es una representación bastante astuta, sobre todo si consideramos que resulta tan normal dentro del ambiente en el que se desarrolla el filme, y sin la oportunidad de omisión para posteriores mercados como lo hace la competencia del ratón.
Abbi Jacobson es genial como Katie, y también tiene una química con su núcleo sanguíneo. Danny McBride tiene una voz medio irreconocible como Rick Mitchell en un papel que le demanda una autoridad y madurez que pocas veces hemos visto en la pantalla; de hecho el personaje de Rick no es propuesto como un villano, y ciertamente uno va entendiendo tanto al padre como al hijo en esta dinámica disfuncional de la que, quizás, si se sentaran a platicar como lo propone Linda Mitchell -una explosiva Maya Rudolph– estos roces de aspiraciones y el miedo al fracaso se pierden. Es algo extraña la voz de Aaron Mitchell por parte de Mike Rianda, pero tiene un objetivo mucho más personal, al trazarse como el hermano menor dentro del filme igual de raro que su hermana y quien tiene algo de miedo de sentirse perdido en medio del crecimiento y decisiones de esta… que tienen algo de base dentro de la propia vida de Rianda.
Los Mitchell vs las máquinas es un deleite, no solamente por los chistes y referencias, sino que visualmente la película adopta una que otra noción otorgada por la ya mencionada película animada de Spider-Man. La animación es torpe de manera intencionada con mugre, escupitajos y desenfoques, contribuyendo así a la naturalidad de la familia Mitchell; los colores saltan en una simulación de estilo tradicional y las secuencias de acción poseen una coreografía que incluso los responsables de algunas películas live action podrían voltear a ver con envidia, lo que la hace digna de volver a ver para seguir encontrando más detalles. Además, cuenta con cierto buen humor que pasa tan rápido que siempre se siente fresco. Puntos extras por seguir la noción de que los Furby’s eran criaturas infernales que no merecemos en nuestra sociedad.