Joe Dante aceptó de manera desinteresada la oferta de hacer una secuela de Gremlins, lo que nadie esperaba es que sería una película que criticaba el consumismo y la necesidad de segundas partes por parte de los estudios en una anarquía total.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: Gremlins: The New Batch
Dirige: Joe Dante
Elenco: Zach Galligan, Phoebe Cates
País: Estados Unidos
Año: 1990
Duración: 106 minutos
Ver la adaptación de La Dimensión Desconocida (1983) revela algo curioso, el ambicioso proyecto de ese año buscaba revitalizar la legendaria serie de Rod Serling a través de cuatro realizadores que se declaraban fanáticos incondicionales, cada uno dedicado a una historia que les marcó y que considerando que adaptaban la favorita de cada uno dentro de todo el catálogo, esto podría conllevar a nuevas formas de percibir dichas historias o aderezarlas con su estilo; los cuatro directores presentes eran Steven Spielberg, John Landis, George Miller y Joe Dante y… si no escuchamos mucho de la adaptación de La dimensión Desconocida es porque esta falla en la mitad de los segmentos, curiosamente los dirigidos por las figuras más notorias para ese año dentro de Hollywood.
Landis y Spielberg se perciben desinteresados en la producción gracias al infame accidente que el primero causó y que manchó la reputación -y amistad- de Spielberg. Si el primer segmento se siente ofensivo por parte de Landis quien muestra un competente filme con Vic Morrow antes de lanzarle un helicóptero encima todo por afán ególatra, Spielberg no mejora el terreno con Kick the can, ofreciendo una historia sosa, esa que cabe dentro del cliché de su cine que a menudo sus detractores remarcan.
La Dimensión Desconocida caería en un bache de tedio… de no ser por los otros dos: un australiano que sólo Dios conoce que realizó dos películas de Mad Max que logra conjugar absoluto horror al lado de Jon Litgow en Pesadilla a 20, 000 pies, y Joe Dante, un hombre que presenta una obra maestra del surrealismo que diluye la división entre la realidad y la caricatura en Es una buena vida. Joe Dante –y Miller– recibirían elogios detrás del fracaso de taquilla, y es algo que percibió Spielberg, quien tomó el nombre de Dante –y quien se había vuelto famoso por dirigir una parodia de Tiburón con Piraña (1978)- y a quien cobijó al año siguiente con su película más famosa: Gremlins.
Gremlins, una comedia de horror navideña en temporada de verano fue inusual y adelantada a su época por querer exprimir las restricciones de clasificación de Estados Unidos, pero esto se reflejó en volverse la tercera película más taquillera de 1984, y darle a Dante… no las oportunidades que uno esperaría. Filma otras producciones de Amblin –la casa productora de Spielberg– e intenta despegar por propia cuenta con la infravalorada comedia negra No matarás al vecino (1989), todo en afán de querer desasociarse del nombre de los mogwais, los cuales por obvias razones estaban en busca de una secuela por parte de Chris Colombus, Steven Spielberg y Warner Bros.
Las discusiones sobre qué hacer con una secuela de Gremlins resultan tan infructíferas, que terminan rogándole a Joe Dante para que vuelva y este accede bajo la determinante condición de tener el control total del filme, algo que no tuvo la primera vez y que se percibe durante el acto final del filme en donde parece ser auto referencial pero con un freno que debe ceder al argumento principal. Sin nada qué perder, los involucrados acceden a las demandas de Dante quien pide de manera burlona mandara a los Gremlins como turistas por la Gran Manzana, una demanda que elevaría en demasía los costos de producción y que condiciona mejorar, haciendo que la película transcurra en un lugar cerrado.
Joe Dante sigue el modus operandi de su amigo Tobe Hooper quien también enfrentó un dilema similar cuando tuvo que hacer una secuela de la insuperable Masacre de Texas (1974): Si la primera entrega era perfecta, el razonamiento para hacer una secuela solamente iría por un sentido negativo, por lo que lo ideal sería hacer una película diametralmente opuesta en tono. Así mismo, si la primer Gremlins era un filme de horror establecido en una temporada navideña, Dante no quiere que esto sea un patrón para la secuela –Gremlins celebrando día de acción de gracias o Gremlins contra el día de San Patricio- decidiendo que Gremlins 2: La nueva generación sea una comedia disparatada en tono fársico que de manera no tan sutil logra dinamitar las intenciones del estudio que pidió la secuela, también alimentado dentro del guión de Charles S. Haas ante las torpezas en la vida real que Ted Turner presentaba: un hombre de una empresa millonaria incapaz de entender las nociones del arte… ya la vida real terminaría arrebatando el parecido a Turner para asociarlo hacia Trump.
Si Turner se enfrentaba al escarmiento público por querer colorear las películas en blanco y negro, acá lo que tenemos es una versión suavizada, torpe e ilusoria por parte de un genial John Glover en el papel de su carrera: el empresario Daniel Clamp, quien rige la torre con su apellido y cuyo logotipo es un planeta tierra prensado por una llave: el mundo está a disposición de Clamp bajo un orden no muy útil, totalmente reflejado en su torre, en donde si bien no es un tipo malvado, la falta de atención ha hecho que su paraíso sea controlado por oficinistas hambrientos de poder que denigran a los trabajadores, y que encuentran delicias en Billy (Billy Peltzer) y Kate Beringer (Phoebe Cates), los héroes de la primera entrega quienes enfrentan la dura realidad de madurar en un entorno que los ve como anormales al salir de su entorno sacado de una ensoñación de Frank Capra, alejados de la familia, y de incluso el perro por el que Billy tanto armó pleito y a quien de manera muy cruel lo vemos entre la basura.
Es de hecho el reencuentro con Gizmo, uno que carece de un sentido emocional, porque Billy está más ensimismado con sus problemas laborales y sentimentales para desgracia del pequeño animalito quien también representa estos relatos que quedan olvidados en un terreno urbano de alta densidad y cuyas reglas parecen ser totalmente ridículas para las personas a quien advierte el pobre de su dueño.
Naturalmente el caos se revela, y aquí Joe Dante deja que Rick Baker -quien ahora suple a Chris Wallas– de rienda suelta a su creatividad, con los diseños de los mentados Gremlins. Baker les otorga a estos y a Gizmo de unos rasgos más distintivos: los hay estúpidos, los hay malvados, los hay lunáticos; para cuando estos se encuentran con los experimentos del departamento de investigación de Clamp, la creatividad termina más desbordada con bestias sacadas de un imaginario que en ningún momento deja de reflejar las pasiones infantiles de Joe Dante.
Quizás esto termina afectando a Gremlins 2: La nueva generación para los más acérrimos fanáticos de la primera entrega, porque Billy y compañía son dejados casi de lado para que un desorden anárquico de los monstruos presenten chistes y muertes a diestra y siniestra, pero ya para este punto la película ha alcanzado un ridículo que logra mantener una escala retadora para el estudio quien no pone un dedo encima al material e intenciones de Dante, al grado de incluso aceptar que este pueda traer al héroe de su infancia –Chuck Jones– para que anime a sus dioses: Bugs Bunny y el Pato Lucas.
Esto no conectó con las audiencias: La gente quería ver una secuela al pie de la letra de Gremlins, no las ensoñaciones febriles de un director que parece expresar lo primero que viene a su mente en la pantalla grande, pero es este tono que Gremlins 2: La nueva generación posee que la pone al nivel de artesanos del absurdo como lo fueran los Python o Mel Brooks y los hermanos Zucker. Siempre dejada a un lado como parte de una película que se ve de manera más obligada como el choque de la franquicia que nunca quiso ser franquicia, a 30 años la segunda aparición de estos monstruos merece una reevaluación como la mejor comedia de horror de 1990, y es prueba máxima de la tragedia presente para Dante: siempre con un potencial y visión que no tuvo la audiencia indicada… pero vamos, la sonrisa nadie se la va a quitar.
Hacer que un estudio gaste dinero en tu proyecto de locura posicionándolo como película clave de verano, es el sueño húmedo de cualquier cineasta.