Mórbida, pionera y divertida, la película de Rogelio A. González sigue siendo a 60 años de su estreno, una de las mejores películas mexicanas que se han hecho.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Dirige: Rogelio A. González
Elenco: Arturo de Córdova, Amparo Rivelles, Antonio Bravo, Angelines Fernández, Luis Aragón
País: México
Año: 1960
Duración: 92 minutos
México es un país de innumerables problemas sociales, de género, de pobreza y de homogeneidad cultural. Recurrimos al humor para encontrar alivio y, o, volvernos más enjuiciadores respecto a los problemas de los que somos parte; es un arma de doble filo que además ha estado presente desde nuestros orígenes, después de todo le celebramos a la muerte, le dedicamos canciones a su actuar y recordamos a nuestros seres queridos en estructura ósea, deriva en gran parte del humor negro y éste dentro del desarrollo del siglo pasado era habitual encontrarlo a detalle en los medios, atendiendo los suplicios del morbo y el escarmiento social, pero por alguna extraña razón, en donde no era habitual, fue dentro del cine nacional.
Tenemos cintas de humor, claro, pero éstas son definidas por un humor de clase media en donde se suele enfatizar la nobleza del pobre frente a la crueldad y desentendimiento de quienes se aprovechan de él, bajo este sentido el humor político y ácido persiste en figuras clásicas del cine como Cantinflas o Tin Tan, pero no hay mucho humor negro.
Quizás atendiendo las necesidades de censura, es que los estudios nacionales no se atrevían a formular una película de esta calaña, pero esto cambió el día en el que Luis Alcoriza tuvo la labor de adaptar al contexto mexicano El misterio de Islington (1927), de Arthur Matchen, adaptación que finalmente sería dirigida por Rogelio A. González bajo el título de El esqueleto de la señora Morales.
El filme en cuestión es fascinante en todos sus niveles de producción, es un duelo de posiciones morales analizando a lupa y detalles al matrimonio Morales. Primero vemos a Gloria (Amparo Rivelles), una mujer hipocondriaca que vive a cuerpo y alma para los servicios del salvador, una mujer que rodeada de figuras religiosas atiende con más cariño y atención al padre de la localidad (Antonio Bravo) que a su esposo, a quien desprecia por ser un hombre aberrante, maltratador, lujurioso y hereje: un monstruo. La gracia nos la presenta la misma película, porque la aparición de estos dos personajes actuando en un confesionario extremadamente personal como lo es la habitación de Gloria, es interrumpida por los gritos de alegría de Pablo (Arturo de Córdova), quien llega a su escabroso hogar que parece el de la familia Addams, pero que representa todo lo contrario a la expectativa de un lugar repleto de animales muertos. Pablo se detiene para juguetear con los niños y perritos del barrio, ofreciéndoles dulces y comida; los niños entienden la excentricidad de Pablo viendo en él un corazón noble que no conecta con los feligreses de la localidad, los niños le agradecen a Pablo por los dulces dándole bichos para su colección y estudio, y todo esto bajo la mirada enjuiciadora de los que se encuentran dentro de la casa.
De inmediato Alcoriza posiciona un duelo de ideologías bastante inusual dentro del cine nacional: Gloria es una mujer encomendada a Dios pero esta jamás es presentada como un ser noble o a quien le debamos una mirada de compasión, al contrario: es una mujer que en su campaña ha dedicado a hacerle la vida miserable a quizás el único hombre que le entiende y aprecia sobre todas las cosas, muy a pesar de su convalecencia que le hace sentir como un monstruo (situación que la película llega a mostrar con un tono de horror que para Pablo, no existe ni existirá). A quien sí entendemos es al taxidersmista, un hombre que para empezar ha alejado la fe dentro de su actuar, interesado más en el razonamiento científico expreso en su labor: los choques de ideales de hombre y mujer simulan ser actos de guigñol previo a la masacre, dos caricaturas lanzando indirectas y ataques de fastidio, sobre todo encaminados a la cuestión de la muerte: una le teme y espera las reprimendas de una figura inexpresiva, el otro entiende que la muerte es parte de un entorno natural, la abraza y prefiere el goce de la vida presente.
Esta preferencia del goce en la vida, es algo que a Pablo no se le presenta en todo el filme, siendo una figura de impotencia a pesar del deseo que este tiene frente a su mujer. Obviamente los duelos de los Morales van minando la paciencia de uno al otro, llegando hasta la inevitable locura y el guión de Alcoriza tampoco se detiene ante los cuestionamientos.
Si anteriormente nos había presentado a la religión como punto de inflexión, ahora -y de manera muy novedosa para la época- lo que El esqueleto de la señora Morales hace es cuestionar a la audiencia, hacernos reflexionar sobre el descenso de Pablo, quien es una figura cruenta de pronto, y a quien no dejamos de sentir en pleno de goce de sus facultades y habilidades. Reflexionamos sobre la violencia implícita y de si este es un héroe de la sociedad por salirse con la suya, algo que llega a percibir en un punto tan villanesco que detalla su acto como último esboce de su obra maestra, sólo para recibir un castigo que nos recuerda los tintes humorísticos de la obra.
Arturo de Córdova es perfecto como la figura de Pablo. Quien anteriormente poseía un atractivo y magnetismo masculino que lo catapultó a la fama, ahora queda rebajado a una figura patética de la cual Córdova no puede prestar como un patriarca dentro de su casa y por lo cual, recurre a altibajos sarcásticos que se adecúan mucho al delicioso tono que tenía como voz. Igual de lograda es Amparo Rivelles, siendo este el personaje más complicado de trazar y de incluso proponer a las figuras del cine nacional de ese entonces; Rivelles enfatiza la belleza de una mujer podrida desde adentro, avejentada por su apatía y falta de razón dentro del matrimonio.
Y nunca faltará mencionar, que la dirección de González es fantástica. El esqueleto de la señora Morales suele remarcar a través de primeros planos no los gestos de sus personajes, sino sus muletillas corporales y objetos inusuales, esto lo hace con un posicionamiento de cámara bastante inusual que resulta más dinámica, que compromete a la audiencia en el acto cruel sin siquiera verlo a detalle -dejándonos con una imaginación provista de visceralidad- pero del cual ya somos cómplices frente a figuras que tratan de revelar el misterio que ya sabemos.
El esqueleto de la señora Morales fue muy adelantada a su época, más si tomamos en cuenta su salida durante la llegada de Psicosis (Alfred Hitchcock) y Peeping Tom (Michael Powell) del mismo 1960, miradas hacia un asesino que trataban de expandir las concepciones del entendimiento ante semejantes monstruos. Esta visión cínica y sin compromiso de quedar bien con la sociedad para regocijarse en la falla de la relación humana es algo que hasta la fecha sigue sin presentarse con tanta gracia dentro de nuestras pantallas nacionales.
Pocas veces superada y alabada, pero rara vez vista por audiencias modernas, la obra maestra de Roberto A. González merece más espectadores y cariño.