En un año sin superhéroes en los cines, podemos recordar la película de uno de los más olvidados y proveniente de la mente de Sam Raimi, que además cumple 3 décadas este año.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Director: Sam Raimi
Elenco: Liam Neeson, Frances McDormand, Colin Friels, Larry Drake, Ted Raimi
País: Estados Unidos
Año: 1990
Duración: 96 minutos
En estos momentos resulta bastante peculiar la situación del género de superhéroes en el cine: han pasado de ser figuras y productos de nicho que eran alabados por la gente menos popular para después abrirse a un estándar abandonando los universos de papel para el beneplácito de estudios que todos sus planes millonarios involucran trazar la ya tan cansada noción de los universos compartidos. Y si bien uno puede llegar a gozar de estos productos como lo que son también sería ciego el no considerar las problemáticas que representan… que son muchas.
Dejando de lado el factor de que hacen daño a una industria cada vez más dedicada a estos y nada más que estos, también habría que considerar –ya de una vez aceptando esta condición fatalista, la verdad- en que llegan a ser muy genéricas una de otra. Todas ofrecen la misma cartera de valores positivos y hasta de fallas, y esto afecta porque los personajes de cómics llegan a ser variopintos y de distintos géneros presentes para ante una universalidad de públicos, pero que en realidad siempre terminan en un ángulo bufónico o por el otro extremo: seres oscuros provenientes de la cabeza de un adolescente que cuelga sus posters del guasón en todo el cuarto. Esto inevitablemente llega a afectar a los personajes que representan mis favoritos: los adyacentes al horror.
Sus condiciones los van a hacer muy difíciles de adherir a la cultura popular basándonos en los estándares fílmicos… más si tomamos en cuenta de que uno de los ejemplos más perfectos de este tipo de superhéroes, ocurrió hace 30 años, y no hay nada que se le pueda parecer.
Para finales de los ochenta, la figura de Sam Raimi ya era reconocida dentro del género del horror; sus dos entregas –hasta ese momento- de la saga de Evil Dead ya no sólo lo trazaban en el ámbito de director de culto, sino como uno bastante reedituable que los estudios terminarían en intentar adaptar a las exigencias de alto presupuesto, algo que Raimi ya tenía preparado, porque desde 1987 el director se había adelantado a la carrera por los superhéroes intentando conseguir los derechos de dos de sus personajes favoritos: Batman y La sombra. Del primero obtendría las noticias de que Warner Brosestaba ya sufriendo un infierno a la hora de intentar producir una película del caballero oscuro que buscaba alejarse de las concepciones dadas por la serie de televisión de Adam West, del segundo, la respuesta le resultó más dolorosa, porque al parecer Robert Zemeckis estaba muy involucrado con la producción de una película del personaje.
Raimi se quedó sin alguna propiedad intelectual, pero eso fue el factor que lo hizo concebir un guión en donde retomó elementos de los cómics que leía de niño, además de los monstruos clásicos, algo que de seguro le sirvió a la hora de tomar la afortunada decisión de mandarlo a Universal Pictures, los cuales quedaron encantados.
Es muy raro de pensar esto, pero Darkman se vendió antes que nada, como una película para adultos. Raimi se oponía a la idea de comercializar la figura que había creado al mismo nivel de alta prioridad que un estreno de verano, y pensar en que una película de este tipo, con una clasificación R y con un presupuesto de 16 MDD, es una noción bastante peculiar sobre todo si consideramos de que el estudio se entrometería de más a la hora del montaje porque en algún punto dejarían de ver con ojos curiosos lo que Raimi había estado laborando frente a sus narices.
A pesar de esto, Darkman es una película que no sólo se presentó fresca en su momento, sino que en relación con todo el cine de superhéroes que hemos llegado a presenciar, es única e irrepetible. Raimi logra hacer lo que nunca va a existir en estas películas de personajes trágicos: les da el mismo peso a la tragedia que nos hace sentir empáticos con la situación del doctor Peyton Westlake (Liam Neeson), un hombre que pierde toda condición humana y que queda como una mancha arrastrada de eterno dolor, o por lo menos para nosotros que vemos su horrendo rostro, porque él al adquirir poderes termina perdiendo su capacidad de dolo y a su vez, su psique termina explosionando haciéndole una figura poco confiable y maniaca como si la de un simio salvaje se tratase.
Westlake poco a poco va perdiendo su humanidad y termina abrazando a este ser sin barrera entre el ego, súper ego e id, haciendo que de verdad se vuelva un monstruo que no es precisamente justiciero per se y más un vigilante vengativo del cual su apariencia mugrosa y mórbida lo harían pasar desapercibido por la calle como un vagabundo encontrado en las pésimas condiciones marginales (quizás más diciendo de nosotros esta aceptación de estilo de vida de un ser humano en el proceso).
Esto funciona mucho por la actuación de Liam Neeson, quien de inmediato entiende la sobre exageración de su personaje y a quien termina dándole una dignidad patética a menudo bipolar… termina siendo un ser extraño y rechazado por el mundo a quien de pronto se vuelve el objetivo de personas demasiado violentas que no logran dar con él. Neeson además cuenta con una gran química a lado de Fraces McDormand quien interpreta a Julie Hastings, el amor de su vida que lo condiciona a esta tragedia y a quien intenta defender dentro de los márgenes del anonimato como la bestia que sabe que puede llegar a ser y que quiere evitar, pero Hastings es un personaje que más allá de ser la víctima en desgracia sempiterna, demuestra una posición dentro de su relación bastante adelantada para los estándares de los noventas: es una mujer reportera más participativa y de una posición más activa que la de Peyton quien resulta a menudo ser muy torpe y de buen corazón.
Darkman termina enfrentando como némesis principales a dos figuras que dentro de los tradicionalismos del horror, representan ser figuras de una mayor concepción monstruosa a comparación de este. Larry Drake como Durant es aterrador, porque se trata de un mafioso corpulento con extrañas parafilias que incluyen la colección de dedos de sus víctimas y siempre de un refinado gusto para vestir y andar (un personaje completamente alejado de lo que era Drake de manera popular, quien interpretaba al noble gigante de L. A. Law), y quien está al servicio del señor Larry Strack, un gusano de negocios prototipo del sujeto trajeado y de porte físico de principios de los noventas quien tiene un plan de apropiación urbana para terminar viviendo en su propio paraíso, alejado de la realidad que personas como Julie y Peyton representan: figuras que aportaban a su comunidad.
Es además, prueba de que las habilidades y lenguaje audiovisual a fin de Raimi, no sólo eran predispuestos por la necesidad económica de sus anteriores dos películas. Mucho antes de la saga de Spider-Man, Raimi ya jugaba con guiños y referentes que aparecen en la historieta, la posición dramática de las escenas que dan un tono similar al de un pop art o exageraciones en cuanto a los colores y los primeros planos de reacción ante el horror de un momento o para que la imagen sea reflexión sobre todo de parte del patético hombre desfigurado.
Darkman es un viaje descomunal y entretenido que se toma mismas partes serio y mismas partes vulgar y caricaturesco, dándole respeto a la entrada de tonos que normalmente no tendrían cabida uno del otro, y tristemente es una película que no se suele recordar a la hora de hablar de las grandes películas de superhéroes, quizás en parte porque no es precisamente una adaptación de un personaje definitivo (aunque tenga elementos mejor elaborados que las apariciones de los personajes que terminaba canibalizando) y sobre todo porque Darkman aparecía en el mismo año en donde Dick Tracy (Warren Beatty) y la sombra persistente de Batman de apenas hace un año dejaban marcadas a las audiencias.
Y ahí está, arrumbada en un rincón justo como su personaje, esperando el reconocimiento que a 30 años, ya es está tardando: como una película influyente para los que de vez en cuando ofrecen propuestas radicales para el cansado mundo del cómic en la pantalla grande, y como una de las más entretenidas películas dentro del catálogo de Sam Raimi.