Catalogada como una película vulgar que exuda un salvajismo y sensualidad de pubertad, lo cual es cierto… pero Conan el Bárbaro también representa un majestuoso punto y aparte en la consagración del género de fantasía entre las audiencias del blockbuster moderno.
Robert Ervin Howard tuvo la poca fortuna de ser un hombre inconexo a su momento y tiempo. Proveniente y atrapado en Texas toda su vida siendo este un espacio que aún se estaba adecuando a la intensa relación de odio y entendimiento entre norteamericanos y mexicanos y personas de color, amén también de las consecuencias de una revolución que ocurría en el país vecino y que hacía de la senda de violencia una condición habitual de sus habitantes.
Su familia nuclear se encontraba dispersa con un padre médico ausente en el hogar la mayoría del tiempo y una madre sobreprotectora que lo apoyaba en sus afanes de investigar y encontrar pasión por la historia. Howard trató de saciar las virtudes de sus dos padres a su propio ritmo; de parte de su padre este comenzó a encontrar fascinación por el cuerpo humano y sus límites, llevando a una estricta rutina de ejercicios que hasta lo hizo protagonizar algunos encuentros de boxeo clandestino y adquirir una apariencia corpulenta, de parte de su madre… comenzaría a hacer lo que precisamente le daría el reconocimiento que el boxeo no pudo darle: escribir.
Y es que Howard encontraría a través de este lazo maternal un aspecto casi sanador para su vida, ya que afectado de numerosos complejos de inferioridad y de cuadros depresivos que no trataría de forma médica –probablemente por temor a los prejuicios en torno a la salud mental- en su obra veía el espacio en donde podía extender sus ideologías, ser alguien más, alguien más valioso y más valiente y más apuesto y más poderoso… evocaciones que no se salvan de ser complicadas y de antaño. No solamente expresan su revalorización sobre figuras de eterna masculinidad inquebrantable en una sociedad que los ve como arcaicos, sino que considerando de dónde provenía y la época, también intervienen algunos elementos misóginos, de connotaciones raciales y de apología hacia la superioridad aria… situación por demás controversial y que manchan un legado perfecto (aunque también si somos honestos el propio Howard –ya bautizado en su pila autoral como Robert E. Howard- terminaría retractándose de varias de estas tipificaciones dentro de sus historias e incluso volverse más sensible frente a personajes femeninos o de color).
Su innovación como autor es de destacar, porque Howard a través de sus aventuras relegadas a la revistas de ciencia ficción extraña y pulp trazó un mundo factible desde el principio de los tiempos en la llamada Hiperbórea al cual también dotó de diferentes razas y culturas con una formalidad geográfica inaudita e incluso antes que Tolkien y su Tierra Media, con continuidad en algunos de sus personajes y con una aproximación de relatos que les otorgan una atemporalidad atractiva, particularmente en el caso de su personaje más popular: Conan el Cimmeriano.
Desgraciadamente Robert E. Howard fue víctima de su mente en 1936, su último año en la tierra: sus novelas no vendían como antes por la cancelación de las revistas que le publicaban, era considerado un vendedor de historias inmundas –misma tragedia compartida por una generación encabezada por H. P. Lovecraft, quien fuera confidente y amigo de correo- y, con la inminente muerte de su madre tras una ardua batalla de años contra la tuberculosis, con la idea de no tener más a su musa y principal protectora terminaría por suicidarse de un tiro en la cabeza, dejándonos con la duda eterna de si pudimos haber visto a un autor que pudo haber cambiado conforme los tiempos y amistades y sobre todo, poder haber sido más presente en el impacto que su prosa logró en este mundo.
El mundo de Conan es básicamente una chispa dentro de un barril de pólvora en la literatura norteamericana –y prácticamente en donde aparezca el personaje- a la que se le sumarían un montón de imitadores y seguidores y que a lo largo de las décadas posteriores terminaría por influir a generaciones más allá de la de Howard. Si Conan había expuesto las bases para el género de la fantasía y espada en los libros, también este terminaría por influir en otro medio, uno que para los setentas estaba siendo igualmente repudiado tal y como le tocó a las revistas pulp, demostrando que esto del deteste hacia medios inferiores es cíclico: el cómic.
De la mano editora y escritora de Roy Thomas y los trazos de Barry Windsor Smith y John Buscema, Conan llegaría a engalanar las filas de Marvel Comics en un punto crítico para la empresa que en necesidad de buscar personajes populares que pudieran adaptar consideraron al bárbaro bajo demanda popular, y de manera insospechada terminaron con un cómic que revitalizó a la empresa volviéndose uno de los más vendidos y que además se daba la oportunidad de ofertarse a un mercado tanto adulto como juvenil. El reinado de Conan para Marvel no es para nada mundano, con cerca de 3 décadas de spin offs y numeraciones regulares que no hicieron otra cosa más que la de posicionar al personaje en las filas de los más memorables de la ficción norteamericana.
De hecho la llegada de Conan a lo que nos compete –en forma cinematográfica- resulta ser otra piedra angular, tal y como lo fuera en la literatura y en el cómic. Se trata de una película que técnicamente es la primera adaptación de un personaje de Marvel en llegar a las salas de cine, en un año reñido dentro de la industria en donde gozó de popularidad taquillera y también terminaría generando un montón de películas pastiches del género fantástico, género que a lo largo de los años setentas había encontrado vacilaciones un tanto torpes en comparativa.
Aunque todo este valor histórico de parte de Conan el Bárbaro, es algo que ha quedado en el olvido a cuarenta años del estreno de la película, con la mayoría de la crítica o audiencias estableciéndola como una película de cajón dentro de la consagración del cine de acción ochentero, y una película de contenido simplón y de poca vanguardia que además recalcitra los elementos misóginos y de fantasía sexual juvenil de aparente inmadurez.
Y… pues algo tiene de razón en este punto. Conan el bárbaro es vulgar, es sexual, es violenta, es fogosa y es por sobre todo, una oda al machismo y poder varonil que no solamente entendemos por ser una película protagonizada por Arnold Schwarzenegger, sino porque es la intención de John Milius de la que no rehúye bajo dirección y guión. Si bien Milius al igual que Oliver Stone y su guión sacado de una pesadilla febril post apocalíptica –que no aparece en escena- no crecieron con las historias del personaje como para considerarse fanáticos, entienden las aristas que este ha creado en la ficción y por parte de Milius este termina interesado en las simplificaciones temáticas que Conan y sus aventuras representan y de las que tienen significancia por ser vacilaciones que comparte dentro de su filosofía de vida, a las que creo que merecen más atención que los calificativos despectivos que suele tener… los cuales entran más en función con la secuela que Richard Fleischer realizaría dos años después y que carece de todo el sentido reflexivo de la visión de esta primera entrega.
Después de todo no sería extraño ver que Milius encontrase predilección hacia el personaje y sus conceptos que inyecta dentro del filme: la noción de que Conan sea un paria sin rumbo y sin una vocación más que la del día a día que puede pasar de todo tipo de oficio, siendo una máquina de matar perfecta en mutis que encuentra némesis a través de Thulsa Von Doom (James Earl Jones), un tipo grandilocuente de fortaleza mental, ciertamente un proto narrativo clásico del poder sobre las ideas y que va adjunto a la reflexión temática de la película presente en el acertijo del acero.
También con el hecho de que el héroe tenga una necesidad de saciar su venganza, muy a pesar de que en el fondo dicha campaña le arrebate lo poco que tiene para terminar en la casilla con la que inició y que de hecho parece afectarle de forma profunda hacia el término del filme (con Conan casi reflexionando sobre su propia entidad literaria).
Son esos momentos de pausa y de ritmo poético, los que se han quedado más conmigo ahora que veo Conan el Bárbaro en estos tiempos.
La película siempre había sido una de las favoritas dentro del hogar y al encontrarme con ella a tan temprana edad también hizo inevitable la adherencia de las aventuras escritas por Howard de entre mis favoritas, que acostumbraban a estar debajo de la almohada para antes de ir a dormir. Es una película que exuda alta cantidad de nostalgia, pero realmente creo que ha envejecido de manera digna y que crece con la identidad y aprecio fílmico de cada uno, porque Milius aprovechando la oportunidad de filmar una película de gran escala, también lo hace para hacer referencia –emulando a su gran amigo George Lucas- del cine con el que se formó. Ver Conan el Bárbaro ya no sólo remite al espíritu del personaje y ciertos momentos claves de sus historias sino rememorar a Kurosawa, a David Lean y a Masaki Kobayashi, y es lo que creo que tiene por encima de todas las demás películas derivativas de fantasía que buscaban el éxito de Conan el Bárbaro.
La industria europea –en gran medida por Dino de Laurentis- veían proyectos baratos de filmar que revivían la fórmula de esas películas de antaño religiosas que podían procesar como fábrica, pero irónicamente la llegada de un tipo que desconocía el material original le terminó otorgando lo que ninguno otro le dio a sus proyectos: entenderlo bajo un aire de respeto y comprensión de que más allá de los vicios del cliché y el semillero de ideas del que formó, existía una complejidad dramática que estaba esperando ser explorada con la suficiente madurez tanto para animarse a postular una que otra idea, así como para de vez en cuando tomarse de forma vacilona y hacer lo que ya casi no se hace en estos tiempos: cine palomitero de primer nivel.
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