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EN 1987 WERNER HERZOG YA HABÍA PROBADO SU CAPACIDAD COMO CINEASTA, PERO TENÍA UNA PRUEBA POR DELANTE: UNA ÚLTIMA PELÍCULA CON KLAUS KINSKI.
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Es 1987 Werner Herzog lleva años sin filmar un proyecto nuevo. Su última película de ficción “Dónde las hormigas verdes sueñan” no recibe el reconocimiento que esperaba, al contrario, lo que recibe es una serie de críticas que la asimilan a una obra de ficción que lo único que presenta es la acción de deslegitimar el apoyo del gobierno australiano frente a los aborígenes… cosa que resulta curiosa, porque precisamente es una obra de ficción, pero su estilo de filmar hace que ocasionalmente uno piense que se trata de un documental.
Y eso fue en 1984.
Se prepara para un nuevo proyecto, y piensa primero en alguien y en alguien nada más: Klaus Kinski. Gracias a él, sus obras han adquirido un reconocimiento importante, además de generar expectativa en taquilla y en el boca a boca de los medios de comunicación, porque su relación es inestable, violenta, al borde de lo imposible… y siempre funciona. Herzog está enamorado de su actor maniaco, y desde el posible abandonado de las colaboraciones en Fitzcarraldo (1982) –con un Mick Jagger más blando que un helado derretido- no lo ha vuelto a pensar.
Así que lleva a Kinski el proyecto de Cobra Verde, el problema es, que Kinski tiene otros planes. Lleva por años intentando sacar un proyecto sobre la vida de Paganini, y es su sueño dorado, pero a la hora de presentarle el proyecto a Herzog, el director que lo saca de sus casillas pero que siempre logra proyectos imposibles, recibe un rotundo no, y lo paga de la manera que Herzog menos esperaba, porque hay una explosión por parte de este, llegando a hacer que cambien al director de fotografía por mero capricho suyo, y este es un Kinski que lejos de mostrarse deseoso de actuar, ya no quiere estar.
Esa fue la gota que derramó el vaso, porque Cobra Verde sería el último proyecto de los dos y uno que en un principio atraería controversia por el tratamiento de Herzog frente al tema de la esclavitud, de nuevo cometiendo el error de centrarse en un tema que no le competía al filme, porque se trata del desgaste de un viejo león.
Un anciano con violín nos empieza a relatar la triste historia de Francisco Manoel da Silva, un hombre que por sus desgracias y falta de apoyo, termina siendo el bandido llamado Cobra Verde (Klaus Kinski). Cobra Verde vaga por los pueblos de Bahia sin consuelo, ya que todo mundo le teme, y no tiene un alma en el que pueda apoyarse, salvo en un mesero deforme que le da de comer a pesar de no tener dinero y le cuenta la fascinante vista que ofrecen las montañas, en donde la nieve cubre hasta los animales durante cierta hora.
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La vagabundez de Cobra Verde lo lleva a un gran número de encuentros sin relación y relevancia, hasta que un día se encuentra en una plantación de caña de azúcar, en donde el tratamiento a un esclavo le llama la atención a Octavio Coutinho (José Lewgoy), quien recoge al bandido sin saber su pasado y este termina copulando con todas sus hijas. El castigo que Octavio y un consejo decide, es darle una misión a Cobra Verde, alejado de Brazil en Africa, en donde el bandido tendrá que tratar esclavos y reyes en una misión totalmente imposible.
Es una pena que las críticas frecuentes a Cobra Verde omitan el hecho de que Kinski, inintencionadamente hace un excelente papel basado en su total desinterés y desgaste emocional. Sus sueños y talentos estaban para Paganini, no para Herzog, esto de alguna forma sale airado porque se amolda a la perfección a un personaje tan triste y antipático como lo es Cobra Verde.
No es un héroe, mucho menos un bandido romántico, es una bestia descontrolada repleta de ira pero que no sabe qué rumbo tomar, que no sabe acoplarse a una sociedad y que también falla en las convicciones narrativas, porque lejos de volverse una figura al estilo de T.E Lawrence, la de un libertador de esclavos, se amolda a la situación, y cuando parece que va a tener un giro revelador, sigue siendo el mismo ser infernal, siempre volviendo a lo mismo: decir con tristeza y poco orgullo su nombre: Francisco Manoel da Silva, el Cobra Verde.
Y esto se plasma con agudeza en los ojos de Kinski, quien termina cediendo a los intereses de Herzog por plasmar siempre a personajes fuera de lo normal, que tienen un desbalance entre las intenciones extremadamente irreales y el mundo que los rodea, haciendo a Cobra Verde quizás el más complejo de todos, y a la vez el que más refleja la vida del propio Kinski, que no podía tener a nadie cerca y sentía muy en lo profundo ese abandono por todos, por considerarle más un animal.
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Tenemos que recordar que todo se nos relata través del canto de un anciano, así que la anécdota cruel de Cobra Verde y su destino cobra un aire poético que podemos percibir dentro de su narración a través de dos servicios; el guión –una adaptación del mismo Herzog– no toma el libro como base fiel per se, más bien está enamorado con la anécdota solitaria del personaje y por ello toma estos puntos sin motivos, más por el interés de mostrarlo renuente en su filosofía pasando de un punto a otro sin esmero alguno, incluso adopta un aire más triste posterior al fugaz asesinato de un hombre que no le quiere pagar, para después vagar y contemplar el océano ebrio tras haber tenido sexo con una mujer que no huyó a sus advertencias, va al punto que quiere plasmar y por ello no hace un juicio frente al tema de la esclavitud, ni tampoco termina obteniendo un tratamiento de shock value, es más probable que la audiencia capte un aire místico cuando Cobra Verde se traslada hacia África y la película también se atreve a dar cuestionamientos acerca de las decisiones de su propia gente en cuanto al tema.
Si el guión se encarga de darle un aire místico, es la selección de producción natural y fotografía la que le da más vigor al tema. Herzog decide filmar la película con ambientes naturales, y en una odisea multinacional, porque se traslada de Ghana, a Brazil –Herzog y su amor por el visual amazónico- usando recursos menores y construcciones ya adyacentes, esto apoyado por la poesía audiovisual de Viktor Ruzicka y Thomas Mauch en menor medida… porque si alguien logró despegarse del infierno de trabajar con Klaus Kinski fue la primera opción para fotografía.
Hacia el final, hay una escena memorable y que calca todo lo que Cobra Verde intenta dar a notar: su personaje intenta mover un bote hacia el mar con desesperación, soledad y tristeza… que termina siendo su último acto, recibiendo el cobijo de las olas que se llevan su cadáver.
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Klaus Kinski ya no sentía el ardor de pasión con la relación con su querido enemigo, por lo que prefería ser recogido ante la marea, hacia su propio proyecto… uno que sentía con tanto esmero pero que terminaría siendo un fracaso en todos los niveles, y después de ello, el actor de 63 años entraría en una depresión total que lo abandonaría de todo contacto profesional, culminando con su muerte tras un ataque al corazón.
Cobra Verde es una curiosidad y la joya final en el trayecto de una de las mejores colaboraciones entre director y actor de la historia del cine, y es una que recuerdo yo con cariño porque en mis años de aprecio hacia Herzog, pude corroborar el desgaste emocional de su actor, que capturó una esencia que casi nunca se ve en el cine.
El drama se sale en ocasiones de la pantalla grande, en el caso de Cobra Verde, lo que hizo fue adoptar ese rectángulo para en vez de narrarnos una historia de aventuras, ver el deterioro de una persona que será de todo, pero jamás se le puede tachar de pésimo actor.[/vc_column_text][vc_video link=”https://www.youtube.com/watch?v=RPah4WRvFiU” align=”center”][/vc_column][/vc_row]