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Cementerio maldito no logra aprovechar la tensión que puede ofrecer, y decide irse por el camino fácil del jumpscare que de tanto abuso termina por ofrecer tedio absoluto.
[/vc_column_text][vc_column_text]Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=”1/2″][vc_single_image image=”21248″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]Director: Kevin Kölsch y Dennis Widmyer.
Elenco: Jason Clarke, John Litgow, Amy Seimetz.
País: Estados Unidos.
Duración: 101 minutos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
La primera adaptación de Cementerio de mascotas está lejos de ser una obra maestra. Se le da este título y honor en fechas recientes por la mayoría de la gente que la recuerda como un elemento infaltable de su infancia y de sus primeras experiencias dentro del género del horror, pero lo cierto es que volviendo a ella tras 30 años de su estreno el paso del tiempo no ha sido el mejor. Hay una película un tanto torpe e inconsistente que no logra alcanzar los cuestionamientos presentes en el complejo material de Stephen King, quizás uno de los que más potencial fílmico tiene.
También hay que entender a la película y el tiempo en donde salió; Cementerio de mascotas fue un proyecto de importancia para Paramount dirigido por Mary Lambert–famosa por sus colaboraciones con Madonna– por 1989, año en donde tan sólo dos películas del género fueron dirigidas por mujeres, siendo la otra Stripped to Kill 2 de Katt Shea. Su Cementeriode mascotas ofrece una visión más a la par con el cine de horror de la época y es entendible porque de haberse puesto más filosófica la idea de una película adaptada de King para un estudio grande con un título tan estúpido en apariencia, no era algo que iba a suceder.
Han pasado 30 años desde el intento de Lambert en contar la experiencia de la familia Creed –y curiosamente de dirigir la pésima secuela de 1992- y Cementerio de mascotas había sido una de las películas que más sonaban a tener un remake tarde o temprano; de pasar a tener nombres interesados como Guillermo del Toro y Juan Carlos Fresnadillo, el proyecto pasaría un tiempo en pausa para después ser anunciado de manera inesperada apenas el año pasado por parte de Lorenzo di Bonaventura, su productor que da la idea de que esto es un proyecto apurado para no perder derechos tras tantos años insatisfactorios, por lo que resulta una ironía que la Cementerio de mascotas de este año sea aún más genérica que el primer intento.
El guión atropellado de Jeff Buhler y Matt Greenberg toma la historia base y uno que otro elemento que se habían olvidado del material original pero al hacerlo omiten la fuerza que debieron de haber planteado entre los personajes y sus relaciones, lo cual también es bastante anormal porque la película llega a ofrecer uno que otro atisbo de interés reflexivo o de temas que nunca llegan a tener resoluciones porque aquí lo importante es arrojar información de manera expositora que sirve para el contenido a desarrollarse a futuro y jamás en el sentido dramático que nunca logra desarrollar pero espera suplir.
Por otra parte la dirección de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer es peor, porque siguen esta línea marcada dentro del texto sin llegar a tener un interés creativo en el camino y porque deciden que esta, esta va a ser otra de de esas películas en donde la violación a los sentidos del espectador visual y auditivamente van a ser con jumpscares que terminan desensibilizando y perdiendo su fuerza, porque en este mundo al parecer la idea de que algo salte de manera agresiva funciona una, dos, treinta veces. Literal hay un momento y personaje específico que sirve para que la película se pause de lo que está contando, no logra asociarse de manera relevante y se dedica a gritar y demandar atención de manera obscena.
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La película busca obtener una efectividad de manera poco atinada como en la famosa escena de los niños realizando un ritual, la cual que no tiene un mayor impacto dentro de la historia simplemente sucede… y le da excusa a uno de los personajes de usar una máscara barata y horrenda.
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Estas decisiones afectan a sus actores, porque Jason Clarke (Louis Creed) y Jonathan Litgow (Jud Crandall), terminan siendo presa de una película que los usa nada más para abrir puertas o investigar y PUM con el ruido fuerte que aparece en la puesta, así que nunca conocemos el debate de fe que tiene Creed, o la benevolencia de un Crandall que cada que dice se delata. Quizás haya más potencial en el personaje de Rachel interpretado por Amy Seimetz, ya que tiene cercanía con los hijos, posee un conflicto moral más grotesco que el de su marido –aunque ambos provienen de manera incoherente- y de manera trágica expresa repugnancia frente a las decisiones de este.
Cementerio de mascotas es una película tediosa, que además vive a la sombra del culto de la primera versión y que por lo tanto quiere hacer sentir a la audiencia de dicha noción y hace cambios en su adaptación además de guiños, pero estos nunca terminan por ofrecer algo que de haber tenido los pantalones bien puestos, no hubieran ofrecido una mejor versión, hubieran ofrecido una buena película.
Puntos extras de insulto por tener un cover de Pet Sematary de los Ramones.
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