Hace diez años Sam Raimi volvería al género del horror que tanto le debe por última vez con una película repulsiva y que hablaba del temor de ser atrapado en el cruento destino con el problema de la burbuja económica de fondo… y que nadie quiso ver.
Para muchos de los que crecieron con la formación de rentas prohibidas de vhs y desveladas con canales nocturnos dedicados a las obras de horror, el nombre de un tal Sam Raimi es el de un héroe moderno. Raimi llegó de la nada y con la ayuda de sus amigos hizo películas de presupuestos miserables, pero que estaban a un nivel superior al de las propuestas de horror de los estudios grandes a tal grado de reavivar las prácticas de William Castle –maestro de maestros respecto a los trucos baratos como publicidad de un filme- y de llamar la atención de Stephen King, quien lo declaraba como una de las voces del género más llamativas.
Así, con tripas y cubetas de sangre, con atmósferas tensas y un humor sacado de una caricatura de los Looney Tunes, Sam Raimi y sus obras se reposaban en forma de póster pinchados en las paredes de miles de pubertos que lo adoraban, porque había logrado el sueño: hacer su cine.
También es cierto, que por más aprecio que se le pueda tener a Raimi, también es una figura que tiene como registro tener una cruenta batalla con respecto a eso, de hacer cine a su manera. Pasando de hacer la trilogía de Evil Dead con diferentes estudios gracias a las dificultades con productores –lo cual hace que la idea de tener un box set en tu colección conlleve a que unos sujetos en trajes y defensores del copyright se agarren a golpes- a separarse de los Hermanos Coen con quienes trabajaba en el área de montaje y a quienes apoyó con la elaboración de El gran salto (1994) y los conflictos de interés que tuvo con Darkman: el hombre sin rostro (1990) y Rápida y mortal (1995).
Tras el western con Sharon Stone hay una pausa de Raimi de 5 años en donde abandona las pretensiones del horror y se enfoca a películas de corte dramático que no todo mundo recuerda con facilidad, más bien todo el mundo lo tendría en conocimiento popular tras ser el valiente en dedicarle casi una década al trepa muros favorito de todo mundo: con la saga de Spider-Man incluida, en total son cerca de 17 años en donde no volvería a ver el género que tanto le nutrió como director y en donde dejó huella.
Y es que tras cambiar al cine de superhéroes con una trilogía que para la última etapa lo dejó peleado con un estudio es más que evidente de que su siguiente película la tomó como una especie de respiro. Tanto Sam Raimi como su hermano Ivan aseguraban haber estado trabajando en un guión sobre horror durante los años noventa separado del universo de Evil Dead titulado La maldición, una especie de relato admonitorio que por las cuestiones laborales del primero nunca se materializó en algo concreto, pero ahora se encontraba libre de ataduras y con un peso decisivo propuesto por Universal Pictures -los cuales debemos recordar hicieron migas las ideas de Raimi respecto a Darkman y el proyecto de ensueño que este tenía con el personaje de La Sombra– del cual nunca volvería a tener como director.
Seguimos la vida de Christine Brown (Alison Lohman), una chica de pueblo que trata de subsistir en la urbe de Los Ángeles. Christine podría parecer tener una vida perfecta, con un trabajo dentro de un banco que le promete grandes puestos y un novio que es igual de torpe y lindo que ella… el problema radica en que ni el banco ni su pareja le toman en serio… simplemente por Christine. Un día decide armarse de valor y lo que decide hacer es negarle la hipoteca a Sylvia Ganush (Lorna Raver), una desagradable anciana que tras verse en vergüenza al no recibir respuesta de sus súplicas, le promete venganza, la cual obtiene esa misma noche al atacar a la pobre Christine y revelarle que a partir de ahora, su vida estará marcada por la mala vibra y pésima suerte por tres días seguidos, que culminan con la llegada de Lamia, un poderoso demonio que arrastrará al infierno su alma.
Aquí es quizás la mayor prueba de su inusual habilidad bilateral porque el mundo de Arrástrame al infierno es uno escalofriante, trágico y cruel por igual, representado de la mejor manera en la pobre de Christine, una joven que no le hace daño ni a una mosca, una chica ensoñada y casi perfecta, reducida a un ser sin identidad ni peso por los que le rodean. El hecho de que Christine tome una decisión fría y quizás necesaria –que para términos históricos en el tiempo que se desarrolla el filme se trata de un mundo en plena recesión económica- sucede de manera casi instintiva, pero termina sufriendo a partir de entonces con un demonio mañoso, ya que si le va a joder la vida, que este martirio se refleje a través de situaciones en donde podemos percibir de que Lamia se está materializando en el propio lastre y tragedia de la propia Christine, a quien podemos deducir que tuvo un pasado de trastornos alimenticios.
Si la chica termina por ser humillada y atacada físicamente, también esto se evidencia en un degenere de su propia estabilidad emocional y por la cual termina tomando decisiones cada vez más incómodas que hablan de la presión en la que se encuentra… y a pesar de sentir empatía por ella, uno no deja de pensar en cada rato de que este tormento es más que nada una especie de justicia superior retorcida, que quiere ver el mundo en blancos y negros, tachando una decisión que lleva, a una serie de momentos de alta comicidad.
Esta cruenta historia en manos de otra persona sólo sería otro filme de torture porn o de un pesimismo, sin embargo estamos con Raimi quien de manera bastante peculiar nos muestra esta agonía de la mano de una delirante comedia, de donde parece también burlarse de los clichés narrativos del género, creando momentos casi perfectos de gran tensión con jumpscares efectivos –oh sí, estos pueden existir- que mutan a una situación que busca que sueltes una carcajada. En este sentido Arrástrame al infierno es un ejemplo perfecto de que la comedia puede yacer dentro de ser testigos del sufrimiento ajeno.
También es, que esta guasa fílmica funciona por el compromiso que Alison Lohman quien posee un rostro de tristeza agónico a la que no hace más que hacernos sentir una empatía casi benigna, ya que Christine es una persona entrañable, una persona del mundo real que probablemente hemos conocido o fuimos, atrapada en un río de vómitos y posesiones. Es de hecho bastante furibundo ver el tratamiento que recibe, porque Justin Lin (Clay Dalton), Jim Jacks (David Paymer) y Stu Rubin (Reggie Lee) parecen actuar en otro canal que parecen no percibir las necesidades de Christine, que parece echar más sal a la herida.
Igual de impresionante, y quizás el mayor logro de Christopher Young en tiempos recientes se dio con el score musical. Ya trabajando de manera formal con el director por segunda ocasión, Young interpretó la historia como una que necesitaba de una gama de sonidos que elevan la escala de las escenas a un tono épico, con una orquesta sacada del mismísimo averno y que acompañan a un violín satánico, haciendo obvia referencia al instrumento del maligno y al origen de la villana del filme: en diez años no recuerdo un tema musical del género tan opresivo y notorio.
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Fue una pena de que Arrástrame al infierno fuera presa de las ambiciones externas, principalmente del estudio, el cual de manera idiota no supo cómo vender la película. Lejos de ver el impacto y estilo de su director que debieron recalcar se fueron por ambiciones más generadas por el horror actual de ese 2009 que iba en una tendencia genérica y que aquí había una película que iba contra la oleada que al parecer no vieron, y es por ello que había un gran contraste con la gente que se encontraba decepcionada de un filme que les prometía mojar los pantalones pero que no entendían la dinámica de Raimi.
Y así, han pasado 10 años, 10 largos años. Raimi cada vez dirige menos y sus películas se encuentran con problemas de producción, se dedica enteramente a abrir puertas para directores del género con películas a menor escala y se encuentra cansado de responder las mismas preguntas sobre la saga de Evil Dead. No lo culpo, después de todo hace 10 años volvería al género que tanto le dio y que hizo escuela, pero se encontró con un choque contracultural y eso es uno de los grandes pecados de nuestros tiempos.
Hay un montón de personas que a lo largo de mi vida las he escuchado decir que Arrástrame al infierno es “tan mala que es buena”, creo que eso no es darle crédito a una obra maestra del género que merece más reconocimiento: así como lo leyeron.