Uno pensaría que la más popular historia de un chico y su perro a nivel mundial no presentaría un mar de lágrimas infantiles, pero hace 50 años Snoopy vuelve a casa nos mostró lo contrario al darnos una probada dentro del misterioso pasado del Beagle, para desgracia de Charlie Brown.
Estos días he estado metiéndome en un agujero sin fin bastante peculiar y pesado: en medio de un severo cuadro depresivo que arrumba a uno al rincón de la casa con la mente totalmente vacía y una severa infección ocular que se une sin invitación para como afirmarle a uno que este sentimiento de pesadez es totalitario, no era la mejor de las ideas el estar adentrando e investigando el asunto casi tabú de las películas traumáticas de la infancia. Pero para distraerme de los asuntos de la cabeza lo hice y ya con la atención curiosa al tema de verdad enfatizo el calificativo de tabú, ya que el tema de los traumas de la infancia dentro del arte es un terreno completamente virgen y que no ha sido analizado de forma académica o compleja, a menudo dejado de lado en una posición dentro de la conversación meramente popular con inacabables listados dentro del internet que enumeran los perfiles de ruptura de personas que congenian con estos momentos de verdadero estrés para una etapa temprana de la vida.
Es un tema que vino a la mente cuando en estos días se celebró el aniversario número 80 de Bambi (David Hand, 1942). Si bien el estudio de Walt Disney no es ajeno al traumatismo mental que sus películas formalizaron desde la primera ocasión con Blanca Nieves y los siete enanitos (David Hand, William Cottrell, Wilfred Jackson y otros) en 1937, sin lugar a dudas Bambi fue EL fenómeno. En parte por la construcción de su mise-en-scène, de la que de seguro ustedes ya saben a la que me refiero sin siquiera decirlo.
Bambi registró un conmovedor movimiento crítico entre sus audiencias en medio de ser un enorme fracaso de taquilla en vísperas de la aceptación de la entrada de Estados Unidos a los terrenos de la Segunda Guerra Mundial, y que no conectaban con estos anhelos críticos ambientalistas que la película del estudio Disney presentaba en una visión completamente libertaria ajena al tradicionalismo
republicano lo cual tampoco es de sorprender que los principales enemigos de Bambi afuera de las salas de cine serían las asociaciones pro armamentistas.
Ejemplificando con Bambi se puede instituir un marco referencial si intentamos adentrarnos a las películas traumáticas infantiles: sus implicaciones dentro y fuera de la pantalla grande y el panorama social dentro de las audiencias mayoritariamente norteamericanas nos ayudan a entenderlos.
Y a pesar de esto, remarcar estos elementos no quita la punzada que uno recibe al ver semejante momento tan destroza infancias, porque las películas traumáticas tienen como principal condición eso: la ruptura de un mundo sin complejidades que de una forma cruenta, nos revela la naturalidad de lo que implica vivir. Así como padecí de Bambi durante mi infancia, también dentro del mes de agosto se acerca otro trauma personal y que veo que no es méramente individual –dadas las reacciones que pueda otorgar la anónima legión de internet- y que bien vale la pena repasar, a través de un perro y su mejor amigo: un niño con un mal corte de pelo.
Snoopy vuelve a casa se estrenó hace 50 años; dentro del aspecto histórico se presenta también como una especie de regalo para el propio Charles Schulz quien se encontraba también en vísperas de su cumpleaños número 50, y con él un crecimiento notorio en cuanto al impacto de Peanuts o Rabanitos, si leías el periódico dominical por la mañana en nuestro país.
Ya no era nada más una tira cómica sobre niños, ahora era un representante poco usual dentro de Estados Unidos, porque Peanuts y sus personajes eran adoptados desde un tradicionalismo a través de sus especiales de televisión que amoldaron no solamente las concepciones festivas sino del formato de la caja chica en sí (y en donde cada fecha especial tuvo su revisión de parte de los niños y el perro), pasando a ser una especie de figuras rebeldes y contraculturales. Para las figuras dentro del verano del amor, Charlie Brown y Snoopy definían parte de su infancia como lectores del cómic desde los cincuentas, pero también sus filosofías de vida dentro del patetismo de parte de los dos y sus amigos que a menudo mencionaban o cuestionaban al sistema en retóricas infantiles, aunados a la música estridente del jazz de Vince Guaraldi.
Por supuesto que las figuraciones de producto hicieron de las suyas ante esta aparente pasión universal por Charlie Brown… pero esto poco a poco terminó siendo revelado como más atención de parte del perro.
Snoopy a lo largo de este tiempo pasó a tener un valor y personalidad mucho más definida que la de muchos niños dentro del cómic, y con ello también pasó a ser el personaje más icónico, porque claramente la gente estaba más dispuesta a comprar peluches de un perro vestido de astronauta –en, también un pionero dentro de los fenómenos de temporada al ser el juguete de moda tras el alunizaje de 1969- que la de un niño con poca suerte.
Precisamente estas atenciones dieron pie a que la segunda película de la pantalla grande de Peanuts tratara sobre el perro de Charlie Brown. Snoopy vuelve a casa toma como referencia el pequeño arco propuesto en 1968 sobre el origen de este, y la gran revelación de que antes de Charlie Brown, tuvo un dueño en forma de una frágil niña que visita en el hospital. La calidez de Snoopy frente a un niño de tal forma no era algo tan común, mucho menos ver una vulnerabilidad del personaje y la amenaza del alejamiento de este frente al barrio que todo mundo conocía, y es precisamente una idea que termina por expandirse en la película… con todo y final simplón y humorístico.
Esto es algo que la crítica denotó dentro de Snoopy vuelve a casa, como una película cuyas ideas pasan de un conflicto lacrimógeno a una confirmación de que sus personajes y sus problemáticas terminan en el mismo posicionamiento sin una escala de crecimiento personal y en gran parte razón tendrán porque dicho desarrollo de personaje y sus arcos narrativos son algo que suele carecer en productos destinados a la lectura inmediata y reconfortante de apenas casi 4 páneles autoconclusivos. Pero podría decirse que de esta forma las películas de Peanuts aluden a su origen como parte de historias autoconclusivas y en donde la gente puede sacar su propio entendimiento y gozo, y en el caso de Snoopy vuelve a casa lo que tenemos es un viaje interesado en el perro y su constante encuentro con zonas anti caninos, pero lo importante siempre es Charlie Brown.
El niño no es olvidado en la película y es parte de este trauma, porque puede ser que Snoopy vuelve a casa haya sido la primera película que me enseñó la idea de que nuestras relaciones con seres queridos no siempre van a estar. Charlie Brown padece constantemente de un olvido a través de su perro y pasa de entrar en un conflicto en donde se siente manipulado a servirle como esclavo, a pasar de entre todas las cosas a cuestionarse de forma existencial pidiendo a gritos en forma de una canción de los Hermanos Sherman –los mismos de Mary Poppins ()- y la película captura a la perfección este sentir deprimente que suele tener la gente en estado de duelo, despertando por las noches considerando un grado de culpabilidad, hasta preparando algo de comer que nunca llega a proceder. Es muy inusual que el cine para niños y el de esa época decidiera retratar un poco de consideración de las dificultades de un protagonista al enfrentar los cambios de su vida que las audiencias pudieran contextualizar dentro de sus propias vidas, y es algo que logra de forma fascinante.
Dentro de la tetralogía de Bill Melendez Snoopy vuelve a casa es la más sólida. No llega a ser tan cruel como la primera película y el viaje que enfrenta Snoopy y Woodstock es una proeza de la comedia física, encima de la rareza de no contar con Vince Guaraldi en la música le aporta una imitación a la fórmula de Disney con canciones bastante pegajosas… y curiosamente retomando a Bambi, fue un fracaso de taquilla enorme.
Se le podría adjudicar la llegada de una nueva década que además demandaba un cine más cínico, pero la realidad es que las películas de Peanuts formaban parte de los planes aspiracionistas de CBS de adentrarse dentro del mundo del cine a través de la división de Cinema Center Films. La productora si bien tuvo un éxito de taquilla con Un chico llamado Charlie Brown para el año de 1969 –el mismo año que se fundó
nunca volvería a tener el mismo efecto en las audiencias, con producciones que terminaron costando demasiado y que hicieron desangrar a la productora de tal forma que 3 años después, el presupuesto tan pequeño de Snoopy vuelve a casa a pesar de ser igual que el de la primera película, no podía darse el lujo de tener una campaña
publicitaria ni de distribución, y de ahí que una película de un millón de dólares recabara al final de su año la ridícula cantidad de 245 mil dólares.
Posteriormente Snoopy vuelve a casa tendría una revalorización dentro de las audiencias precisamente en el entorno más aceptado de la franquicia de Peanuts que orilló a que las películas fuesen menos constantes: la televisión, y es que la realidad es que el aspecto visual de Charlie Brown y sus amigos tiene este rasgo sucio y amateur a comparación de la fineza presentada por el principal aportador de animación norteamericana –Disney– y que hacía pensar a las audiencias el por qué pagar por algo que básicamente llegaba de forma “gratuita” en la caja chica. Pero esta aproximación le dio espacio a Snoopy vuelve a casa y una revaloración, y con ello el obligado e infame elemento de cicatriz de niños que, en medio de la despedida del perro, se unían a las lágrimas y berreos de sus personajes favoritos.
Snoopy vuelve a casa se encuentra dentro de la plataforma de Apple TV.