Han pasado 20 años de un proyecto que es en realidad una obra cumbre de la ciencia ficción que merece más respeto del que tiene.
Por: Deusdedit Diez de Sollano Valderrama
Título original: A. I. Artificial Intelligence
Dirige: Steven Spielberg
Elenco: Haley Joel Osment, Frances O’Connor, Jude Law, William Hurt, Robin Williams
País: Estados Unidos
Año: 2001
Duración: 146 minutos
En 1980, Viviane Kubrick se encontraba de visita en los estudios Elstree de Londres. Para Viviane el espacio no era ajeno a ella, ya que hizo del estudio su hogar durante la longeva producción de El resplandor, que su padre había dirigido, pero ahora los estudios ya no resguardaban el espacio diseñado del hotel Overlook, sino que ahora planteaban un escenario mucho más complejo, porque ahora se volvía el pozo de las almas al que Indiana Jones tenía que adentrarse para recoger el botín de botines en Cazadores del arca perdida.
Lo que Viviane vio ese día, fuera de parecerle maravilloso era algo que le horrorizaba, puesto que la producción contaba con un número inmenso de serpientes de diferentes variedades que convivían una con la otra y que por sentido natural, terminaban devorándose y dejando cadáveres sin que la producción pudiese hacer algo al respecto para no frenar la filmación de la película. Viviane Kubrick de inmediato levantó una queja y el estudio paró la mega producción de Spielberg por un día entero.
Es interesante saber esto porque la relación entre Spielberg y Kubrick siempre es retratada bajo la seguridad y falsedad de los detrás de cámaras y documentales que hacen parecer ver una supuesta animosidad envidiable que estuvo presente desde que uno supiera del otro. Fue a partir del desarrollo de la carrera de Spielberg durante los años 80 que Kubrick pareció aprender a apreciar sus capacidades, particularmente tras el estreno de E. T. El extraterrestre, ya que el resultado era algo que le podía ayudar a realizar uno de sus proyectos imposibles.
El camino detrás de Inteligencia Artificial es de lo más extenso y confuso que uno pueda investigar, pero más o menos va así: en 1973, el autor de ciencia ficción inglés Brian Aldiss hizo una declaración dentro de su revista Billion Year Spreen en donde mencionaba que “Stanley Kubrick era el escritor de ciencia ficción de nuestros tiempos”, dicha declaración llegaría a Kubrick y éste ofreció una comida para conocerse en donde de la nada, le ofrecía la compra de uno de los proyectos literarios de este, publicado en 1969 dentro de las páginas de Harper’s Bazaar, un cuento titulado Los súper juguetes duran todo el verano.
Emocionado, Aldiss aceptó además de proponerle expandir la idea del relato del que apenas eran unas 6 páginas para un largometraje que pudiera desarrollar las ideas que dejaba como cabos sueltos, y Kubrick aceptó, pero de inmediato las exigencias fueron demasiado para el autor inglés. Claro que le pagaba 2 millones por el trabajo, pero si Kubrick terminaba trayendo a otro escritor al proyecto, Aldiss terminaría fuera… además de que este tenía estrictamente prohibido abandonar el país durante el progreso de la película, cosa que para Aldiss no tenía sentido cuando Kubrick se embarcaba en una producción ajena –El resplandor– y este tomaba un viaje a Florida con las mejores intenciones, incluso mandándole una postal deseándole una producción amena… sería despedido al regreso de sus vacaciones.
Con el paso del tiempo el guión de Los súper juguetes duran todo el verano ya tenía por título A. I. y era uno que estuvo poniendo a prueba con Spielberg a partir de sus reuniones por 1985, siempre titubeando sobre si era la persona indicada para filmar dicho proyecto, aunque Spielberg siempre le daba dádivas y mencionaba que sí, absolutamente: si alguien puede hacer una película de lo que sea, es Stanley Kubrick. Particularmente una de las problemáticas que encontraba Kubrick –y que dejan entrever el por qué quería tanto la asociación con Spielberg– era de que ante la condición robótica del protagonista del filme, este consideraba de manera fría en que la tecnología no estaba a la par de lo que podían hacer con un niño robot. Básicamente Kubrick pensaba que filmar a un niño robot era mucho más sencillo, que dirigir a un niño para que interpretase a un robot, algo afín a las virtudes de Spielberg considerando su vasta exploración de protagonistas infantiles que exprimían verdaderas actuaciones magistrales en un nicho considerado demasiado problemático.
Kubrick a inicios de los noventa intentaría renovar A. I. esta vez al lado de Arthur C. Clarke –la otra mente detrás de 2001: Odisea en el espacio– pero este rechazaba la oferta, proponiendo mejor a Bob Shaw, quien por un tiempo aceptó y que recibía inspiraciones por parte de Kubrick con Mind Children de Hans Moravec, el cual teorizaba de los avances de la inteligencia artificial a lo largo de 40 años a partir de 1988… y de entre todas las cosas, Pinocho de Carlo Collodi, pero de nuevo las condiciones laborales que el director imponía eran tales, que Shaw terminaría abandonando el proyecto al poco tiempo, rompiendo la cláusula de viajar en medio de la producción; esto hizo que Kubrick retomara el proyecto con el autor original al cual no había visto en 10 años: Brian Aldiss. Y… tampoco funcionó.
Principalmente la ruptura de estos dos se daba porque Kubrick cansado de que esta condición del argumento se trazaba entre dos personas, por lo que para acelerar las cosas decidió traer a Ian Watson a colaborar, y esto era algo que al otrora autor no le parecía correcto, es más: era insultante ponerse a colaborar de la mano de alguien tan mediocre como Watson. De los escritores dentro del proyecto, el más “mediocre” resultaría ser el que más aguantaría esta modalidad de trabajo con Kubrick, desarrollando A. I. a lo largo de la década, el cual tuvo que pausar en medio de la condición de ocupado del director tanto en su película sin filmar de Los papeles arios –que terminaba siendo aniquilada frente a La lista de Schindler de Spielberg en el año de 1993 y que lo confirmaba como el auténtico director detrás de su longeva producción- y finalmente Ojos bien cerrados, que tardaría 2 años enteros de producción y culminaba el camino con la muerte repentina de Kubrick el 7 de Marzo de 1999.
Y aquí entra enteramente al juego Spielberg. Lo más probable es que esta función de heredero del proyecto haya sido por saber de su génesis durante más de 10 años atrás, y por un sentimiento de honor frente a la labor, por lo que Spielberg bendecido por la viuda de Kubrick terminaría retomando el proyecto para básicamente hacer lo imposible: filmar a Kubrick sin Kubrick.
Inteligencia Artificial es una película que desde el inicio tenía la condición de perder todas las fichas que apostó. Las posiciones populares de los dos directores involucrados eran radicalmente opuestas ante las opiniones del público –Kubrick el artesano frente a Spielberg, el rey de las palomitas y entretenimiento muy a pesar de haber ganado credibilidad con dos premios de la Academia en la década previa al estreno de la película- y por lo tanto, la idea de que Spielberg se embarcase en una producción enlatada de parte de un sujeto que se hizo popular por su perfeccionismo, rayaba en un absoluto sacrilegio.
Las críticas demeritorias no se hicieron esperar de Inteligencia artificial, con críticos y audiencias tachándola de una película sentimentaloide de un procesamiento inmundo y que tenía el entero aliento de Spielberg quien no respetaba el estilo y tono del fallecido, en pocas palabras: un fracaso absoluto… lo cual es una completa ironía, porque muchos de los elementos remarcados de parte de la manufactura de Spielberg por los que metió su cuchara de más en el proyecto, en realidad están enteramente fundamentados hacia un cansado prejuicio contra su estilo que raya en un cliché, porque dichas ideas originalmente partían de la vorágine de Kubrick y las ideas de los demás autores de ficción. Y es una pena que esta capa de ceguera en las audiencias, los terminaba alejando de una obra maestra dentro de la filmografía de aquel que asociamos con tiburones y extraterrestres.
Inteligencia Artificial es de los pocos trabajos con el crédito de Spielberg bajo el guión. Lo que hizo fue armar una idea más concisa entre un mar de estas en la producción de años y con ello, delimitar un primer y tercer acto original, con un segundo a su disposición. En esta estructura, el primero y el tercero tienen una funcionalidad de espejo, con paralelismos temáticos en sus personajes que dan una idea de cierre elíptico a la odisea de David, el robot más triste del mundo.
Esto se presenta en un escenario que también Inteligencia Artificial comienza a retratar con una singularidad respecto a su visión deprimente del futuro: el ser humano ha sido incapaz de mejorar su planeta, en el texto original el asunto es la escasez de alimentos, en el filme el inevitable cambio climático que decima espacios enteros, o por lo menos para la incomodidad de las clases inferiores. Este es un mundo en el que los más acomodados tienen de beneficio a los robots para solventar problemas de un alcance personal como la pérdida familiar que, en su total egolatría piensan que es tan fácil de rellenar con implicaciones que no consideran a ramificar en las complejidades morales que representan; a partir de aquí la tesis de Inteligencia Artificial comienza a cuestionar a su audiencia: qué determina el amor y su condición dentro de las figuras que dependen de circuitos y programación. El amor es algo enteramente humano, que ante la mirada ajena de la especie este parece convertirse en un axioma de identidad para suplir la dependencia del hombre… pero al final de cuentas ¿Esto no es algo que determina el acto de amar desde el inicio entre nosotros?
Lo mejor de todo es que no da una respuesta clara, porque espera una interpretación al respecto, incluso se puede deducir que Spielberg termina cosechando un concepto del amor enteramente dentro de las ramificaciones posibles solamente dentro del terreno fílmico, porque compramos poco a poco la escabrosa idea del relevo que forma parte David, que al inicio no guarda estas intenciones algo desagradables sobre todo para la pobre de Monica (Frances O’Connor)… pero que terminamos por tratar de entender en medio de un mundo violento sin respuestas, y que para al final terminamos de aliado en un desenlace lacrimógeno a más no poder. Encima de eso Inteligencia Artificial nos recuerda la relación que tenemos con las máquinas y lanza una advertencia sobre la ignorancia que podamos tener ante estas, si no es que queramos de antemano repetir patrones de nuestra historia sumamente aberrantes en relación a grupos minoristas, en busca de una justicia sin sentido.
Esta es una película intrigante, y es una que no escatima en su costo, con tecnología de punta de lanza que incluso a 20 años sigue manteniendo una vigencia, lo cual no debería de sorprender viniendo de Spielberg, pero es en sus actuaciones, una bondad estrepitosa que merece más atención, particularmente en relación a Haley Joel Osment, quien interpreta a uno de los héroes abnegados por excelencia del cine del milenio; Osment logra que Kubrick se trague sus palabras de querer filmar con un robot real, porque sus expresiones faciales nos dan una idea de las concepciones programadas que quiere dar a entender, esto es incluso más notorio en el primer acto cuando David se encuentra tratando de acomodarse a su nuevo entorno. Misma genialidad resulta cuando encuentra a seres similares a él pero que de inmediato razonamos como seres que rayan en una escala menor del valle inquietante a su comparación y es que hay un acartonamiento intencional de parte de personajes como Gigoló Joe (Jude Law) que son indicativos de una programación más sencilla pero que con David, las máquinas parecen intuir que se trata de un mesías del cableado, que viene a demostrar la verdadera valía de la máquina en relación al hombre.
Su recepción inicial la hizo una burla y constantemente aparece entre los peores finales de la historia del cine, pero estamos a tiempo para una reevaluación. Inteligencia Artificial es una de las películas más maduras de Steven Spielberg, una tragedia sobre crecer y la pérdida de la inocencia frente a un mundo maligno, una rareza de estudio gigante que pocas veces se ha vuelto a intentar hacer y una obra maestra de la ciencia ficción.