[vc_row][vc_column][vc_column_text]
David Robert Mitchell decepcionó a un estudio y a un festival captando la angustia existencial de una nueva generación y criticando la cultura popular tóxica con una película anárquica como pocas en estos tiempos.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=”1/2″][vc_single_image image=”21383″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]Titulo original: Under the Silver Lake.
Dirige: David Robert Mitchell.
Elenco: Andrew Garfield, Riley Keough, Topher Grace.
País: Estados Unidos.
Duración: 139 minutos
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
El mundo parece haberle dado la espalda a David Robert Mitchell. Quien en un momento fuera una imagen relevante en el mundo del horror moderno gracias a Está detrás de ti (2014) se preparó con un nuevo proyecto que dejó a todos salivando, incluyendo una lucha de estudios independientes que buscaban obtener el filme y su renombre. A24 –el estudio más notorio en tiempos recientes- lo adquiere, y con ello un estreno en el festival de Cannes del año pasado, y pasa lo contrario a sus ambiciones, con un público que abucheaba el filme y que no encontraba atractivo el filme de Mitchell. A24 piensa de manera rápida y deciden que lo mejor será aplazar el estreno de la película de poco en poco… para luego pasar al olvido y al final se lanzada un año después en pocas salas de cine, ya que El misterio de Silver Lake obtuvo un estreno poco usual en plataformas de VOD.
¿Merecía tanta ignorancia y repudio? Absolutamente no, porque El misterio de Silver Lake es una proeza fílmica mucho más valiente, interesante, y entretenida que mucho del cine en estos momentos.
Mitchell dirige y escribe una película que en un principio se plantea algo similar a la reciente Ciudades de papel (Jake Schreier, 2015): chico se enamora de chica, la chica desaparece de manera misteriosa, el chico comienza a seguir una serie de pistas para dar con ella… algo simple. Pero, nuestro protagonista no es un joven enamorado y coherente, tenemos a Sam (Andrew Garfield), un flojo viviendo en el punto de quiebre en Los Ángeles, un fracasado del sistema que no logró entrar en el área fílmica, que se droga, apenas y se baña y tiene un apetito sexual bastante notorio que sacia mirando a su vecina amante de los pájaros y de estar con los pechos al aire, de masturbarse de manera religiosa, y de tener sexo con una aspirante a actriz a la cual poco le importa lo que haga.
[/vc_column_text][vc_single_image image=”21384″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
En Sam, Mitchell parece atender a una aguda necesidad de meta existencial de la nueva generación que parece haberse estancado… si en La-La Land (2016) Chazzelle quería hablar de los perdedores, aquí lo que vemos en un total acercamiento, y con ello reflexiones sobre la bestia de Los Ángeles y la vida en el rumbo artístico que consta de una incesante pretensión y vida semi secreta, lo cual va explotando en la búsqueda de nuestro protagonista… porque lejos de ser un ávido detective digno del noir, Sam es una persona con serios problemas mentales los cuales terminan encontrando patrones secretos dentro de cualquier cosa, así, todas sus teorías paranoicas dejan entrever un miedo/envidia, de que la gente con un poder adquisitivo más poderoso que aquel que tiene pilas y pilas de revistas de Nintendo Power vivan en secreto, con rituales que no hacen otra cosa más que la de hacer esta función y regocijarse de la diferencia de clases, que entra a un debate moralista de si esto es real o no, o son confabulaciones a falta de una sensación de vida. Andrew Garfield queda como anillo al dedo en una interpretación que aprovecha su particular gesticulación y gruños que en el pasado le habían dado crédito como un Peter Parker encantador y tímido, pero aquí lo que expresan es una falta de apego emocional y un deterioro de sanidad de una persona que probablemente esté además pasando por un cuadro depresivo, sin nada qué hacer y derrotado.
[/vc_column_text][vc_single_image image=”21385″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]
Y también con ello, Mitchell parece estar apuntando de manera crítica al fanatismo moderno, en donde la idea de una película o producto NECESITA de una serie de videos informativos de finales y teorías que intentan ganarle a la identidad autoral en una sensación de superioridad express. El misterio de Silver Lake se debe de ver bajo la noción de que lo que está conectando Sam no siempre tiene sentido, no siempre lleva a algo nutritivo al misterio y al personaje parece no afectarle y en donde queda a la audiencia admirar algo que, paradójicamente está impregnado de diversos acertijos, pistas, y referencias a la cultura popular y el cine.
Es precisamente esa curiosidad vouyerista y ácida, lo que le ha dado una vida triste en el cine y un poco audiencia que no logra entender las aspiraciones de una película de casi tres horas de duración, que no lleva a nada y que ciertamente tiene como a un protagonista inmoral y desdeñable… David Robert Mitchell bien pudo seguir en el encasillamiento de género, o rendirse frente al sistema de Hollywood, pero no… hizo una obra en espera de un público, al que quizás en algunos años dentro del futuro le terminen redescubriendo y viendo el valor de lo que es: un filme en donde los mata perros, los cultos a la celebridad, el miedo y los pastiches Hitchcocknianos se mostraron, y se pasaron por alto.
[/vc_column_text][vc_video link=”https://www.youtube.com/watch?v=stXg1oau_4w” align=”center”][/vc_column][/vc_row]