Estas son las críticas elegidas por el crítico invitado José Luis Ortega para el sexto El Salón de la Crítica del GIFF y sus autores estarán en El Taller de la Crítica.
Por: Álvaro Martínez Bueno
La frontera México-Estados Unidos ocupa un lugar importante dentro del imaginario mexicano. Es el lugar donde confluyen los peores miedos —conscientes y subconscientes— de toda una sociedad. Emmanuel Ritter es un hombre que también se encuentra en una frontera personal, librando una batalla consigo mismo mientras que las máximas fuerzas del bien y el mal —también con una presencia consabida dentro del subconsciente mexicano— se manifiestan en este mismo escenario.
Hoy podemos decir que el cine de terror de nuestro país no está en su mejor momento. El público tiene prejuicios fundamentados, pues este cine desde hace décadas se ha enfocado en divertir en vez de asustar. ¿Cómo se asusta a un público? Quizás nuestros peores miedos provengan de heridas personales, o tal vez respondan a una situación colectiva violenta que parece escalar ferozmente sin solución alguna a la vista. La respuesta depende de varios factores, pero en este caso, Belzebuth da en el blanco al tomar elementos que componen los miedos subconscientes de toda una identidad cultural y adaptarlos estratégicamente en el marco del terror, construyendo paralelamente a un personaje complejo que nos guía, de modo que el compromiso tanto con su contexto como con su género y sus personajes se vuelve evidente.
Ritter, interpretado por un violento y terrorífico Joaquín Cosío en uno de sus trabajos más memorables hasta el momento, es un policía viudo que radica en Mexicali. A este hombre endurecido por la tragedia se le asigna la investigación de una serie de horripilantes masacres infantiles que por un lado parecen estar ligadas con el trágico evento que lo transformó en un hombre rígido y sin empatía, y por el otro con aterradoras fuerzas sobrenaturales.
La intención del director, Emilio Portes, no es la de recurrir a jump-scares o a escenas violentas sin sentido para impresionar o desviar a su público. A pesar de incluir escenas verdaderamente espeluznantes —véanse las masacres— el director escoge que la violencia suceda fuera de cámara, permitiendo que ésta sea imaginada por el espectador y aumentando así su impacto. Asimismo, Portes y su coguionista se anticipan a los lugares comunes de este tipo de cintas y los utilizan para su provecho, sorprendiendo al público y demostrando en todo momento que su historia está bajo absoluto control.
El retrato de Mexicali es realista; es el de una ciudad abandonada y asfixiante; Calexico es lo mismo, pero del otro lado: una olla donde no entra ni el aire. Aquí es donde Portes decide indagar en los miedos más oscuros y emblemáticos dentro del imaginario popular de un país afligido y los conjuga para rendir homenaje a un género, transformando sus convenciones con habilidad e ingenio en una narrativa equilibrada. Todo esto hace de Belzebuth una cinta efectivamente aterradora, pero mejor aún, propositiva. Su éxito se debe a que México es un país donde, como dice Ritter, “hasta los ateos son creyentes”.