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Para la quinta edición de El Salón de la Crítica, el crítico Silvestre López Portillo revisó las críticas enviadas y eligió las más destacadas para que las publiquemos.
Por Daniel Cameras
Los años noventa son el pasadizo donde la sociedad convulsionó, esa década irradiante y excesiva que fue de consumo de los medios de comunicación y en especial de la televisión. Es el fin del siglo, los excesos y los placeres se encaprichan, se vuelven imparables; es el comienzo de la sociedad insaciable, esa que vive sin consideraciones. La violencia, los ataques y asesinatos son una constante en los estadounidenses y la tv supo cómo poner el ojo morboso en ello, presente siempre en la cinta donde se ven fragmentos de programa y hasta la vida familiar de Mallory como un episodio de sitcom que expone la mente enferma de un padre misógino y abusador como una sátira típica del norteamericano (Los Simpson, American Dad). Un medio que permeaba cualquier contenido mientras el rating estuviera al tope. Los reality shows hacían malabares e inescrupulosos grababan cualquier acto que hiciera tributo a la ficción -Wayne Gale, como cabeza de un show sobre asesinos seriales– o en un peor caso, construían discursos tan rocambolescos y burdos para el pan y circo en tv.
Oliver Stone hace uso de las características propias del reality show y convierte la historia de Asesinos por naturaleza (Natural Born Killers) en una especie de burla en sí misma, mientras la violencia, el sexo y las drogas aceleran al entorno y a los amantes Mickey y Mallory, encuentra en los asesinos seriales un nicho. No sólo eso, la profanación de las imágenes de estos seres encerrados en sí, alienados, distanciados de una simpatía colectiva, los dotan de “heroísmo”, como figuras a seguir por su tratado chic en los mass media.
La cinta es una descarrilada serie de imágenes que brincan al ojo y lo inyectan de colores y planos aberrantes. Es un arriesgado trabajo que no debe demeritarse cuando se habla de un par de enamorados que arrasan con frenesí lo que se atraviesa en el camino. Parece que los cambios de color al verde, rojo y gris, son una visión anormal e incómoda, así como la perspectiva de los protagonistas.
Mickey es el tipo de los trastornos infantiles que sacuden su cabeza con imágenes de personas ensangrentadas y endemoniadas, mientras Mallory, una niña con laceraciones psicológicas y violencia intrafamiliar que terminan por llenarla de rabia y coraje, mismos que desata en la escena inicial cuando un macho cowboy intenta tomarla como otra (perdón por la palabra) pussy. Mickey y Mallory son el resultado de la sociedad trastornada por los medios, irónicamente el mismo lugar en donde ellos caen, y convirtiéndose en el recurso de éstos (los mass media). El círculo de violencia ha sido el debate cuando la línea del límite es menos visible, línea que los medios masivos han ignorado.
La película de Stone es, a pesar de sus opiniones dispersas ya sea sobre la historia, el tema, la fotografía o el tratado en general del film, un experimento pictórico que agita y reta a que inspecciones y te adentres en la historia de unos tipos que pretenden ordenar con caos; que el mal trato de la vida colectiva hacia ellos, es regresado con la misma fuerza que se ciñó en ellos: círculo de la violencia. Un vórtice, llamado “medios masivo de información” que escupe lo que hemos cosechado: violencia, desmedidas, apatía, individualismo y egoísmo.
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