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Sergio Leone llegó a mencionar sobre el terror que era vivir en Roma durante la segunda guerra mundial: Civiles en constante temor alimentado por los constantes temores bélicos de los civiles a la espera de un bombazo enemigo que acabara con sus vidas mientras los cadáveres estuvieran repletos de panfletos sobre Benito Mussolini y al fondo de la escena una serie de marchas militares organizadas por hombres confundidos al servicio de su nación.Su consuelo se encontraba en el cine, porque el cine era su familia: su padre Vicenzo Leone fue un director de cine olvidado durante la etapa fascista del país, y su madre Edvige Valcarenghi fue una actriz durante la etapa muda del medio, sobra decir que el cine corría en su adn y este le servía como principal motivador de investigación y de conocimientos más allá de los que su país le ofrecía como los estandarizados.
Tras la llegada de los norteamericanos que anunciaba la derrota de Mussolini, se contagió del cine que no precisamente llegaba hacia Italia; Leone devoró todo tipo de contenido que le hacía considerar su carrera laboral, en específico sobre tres temas: el moralismo presente en las películas de mafiosos, similares en práctica didáctica a la del cine bélico en una idea que todos los países han compartido, volviéndola universal, y por supuesto, el valor del sueño americano y de la eterna estancia del valor noble y heroico de los hombres que vivían en paisajes de horizontes y polvo por doquier: el western. Según cálculos del propio Leone, durante la llegada de los Yankees a su país, sus investigaciones fílmicas aumentaron hasta ver casi 300 películas cada mes por dos años seguidos.
Resulta que todo este consumo tendría un valor artístico para 1968.
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Tras el estreno de El Bueno, El Malo y El Feo (1966) Sergio Leone ya se encontraba en un punto límite frente al Western -género al que irónicamente nunca se pudo desasociar- porque ya no lo encontraba interesante, ahora todos sus esfuerzos se radicaban en querer adaptar The Hoods (1952) de Harry Grey, novela de la que se enamoró a la primera lectura tras encontrarla al azar en una librería de su ciudad natal. El proceso para adaptar The Hoods no fue fácil porque Leone se inició en una carrera de derechos con gente de mismas intenciones, fue durante ese tiempo de asuntos legales fue que Paramount le ofreció una cantidad importante de dinero para que hiciera otro Western, algo que otros estudios ya habían realizado con demasiada insistencia y con una baraja de actores envidiable para un realizador italiano al que comúnmente asociaban como el destructor del género y su identidad nacional… pero Leone vio la oportunidad de oro como ninguna otra, porque se le presentaba una oportunidad de trabajar con uno de sus héroes de la pantalla de cine: Henry Fonda… Fonda, quien además con la dirección de Ford –su héroe fuera de la pantalla- había sido toda la gama de héroes posibles: de ser Abraham Lincoln, la magnificencia del mito presidencial americano incapaz de falla alguna, a Tom Joad, el héroe latente en las personas que no ceden ante las inclemencias como el hambre y la necesidad económica.
Leone aceptó porque de inmediato mentalizó una idea que nadie más había logrado en pantalla grande: vilificar a Henry Fonda. Comenzaría a trabajar con dos sujetos que para ese entonces, eran críticos de cine e historiadores: Bernardo Bertolucci y Dario Argento, y lo que hicieron para concebir una historia en conjunto, fue hablar de cine Wester, oir cine Western, anotar sobre cine Western, ver cine Western. Lo que dejaron tras semejante maratón fue una huella imborrable del género, porque Érase una vez en el Oeste, se trata de la mejor película del género de Leone.
El gran cine es aquel que deja una proclama de los autores a la espera de que una audiencia con intuición más aguda o desarrollada encuentre a la par de una excelente trama dramática, que va creciendo en temas y análisis con el paso del tiempo. Este es un filme plagado de amor por parte de los tres realizadores –y también se le debe agradecer a Sergio Donati por las revisiones- que recompensa a quien haya indagado sobre el género porque gracias a eso encontrará la maleabilidad de guiños y elementos tradicionales que en la película aparecen, el más notorio obviamente es la implementación de Henry Fonda como Frank, de parte de un hombre acostumbrado a los papeles de héroe que se encuentra siendo un gusano repugnante nacido para la violencia a quien, sus ojos azules son una especie de recriminación a la audiencia de que sabemos quién es, y todavía no lo podemos creer.
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Pero esta idea también va con los otros protagonistas. Claudia Cardinale como Jill es un personaje complejo, quizás el de mayor intriga y desdicha, porque es una mujer auto exiliada de su pasado que intenta ser fuerte, sin que los otros no dejen de verla como una mujer en necesidad de auxilio, que incluso ella llega a adoptar pero que es parte de una dinámica que podemos intuir ha sido parte de su resistencia en este mundo lleno de polvo… pero que a pesar de todo, no le ha dejado la enseñanza de entender la ruptura de sus aspiraciones, con tres decepciones amorosas presentes en su vida.
Y de parte de sus aliados, tenemos a un canalla llamado Cheyenne quien, parece ser el único que respeta a Jill y decide ayudarle, para afianzar su camino de consagración en la sociedad abandonando la piel del bandido junto a su pandilla, que no le aleja de las aspiraciones que el mismo Frank tiene.
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Misma dinámica, pero cambia a la prostituta por un cadáver viviente que busca a como dé lugar la consagración de su sueño representado por el agua que está buscando consolidar como magnate de los rieles.
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Algunos de estos personajes se adaptan a las dinámicas interpuestas por la sociedad en el nuevo mundo, pero uno es un vestigio de las viejas formas, que no puede dejar de pensar en la venganza. Harmónica es uno de los mejores héroes del western, muy al lado de Ethan Edwards –y claramente inspirado en él- como un hombre que define la idea del ángel de la muerte y el misterio, de las viejas costumbres que llegan a cobrarle a nuestro villano… y que al término de su largo camino, no sabe qué más hacer.
Amo “Érase una vez en el oeste” porque es una película que se impregna en tu cerebro y cuya complejidad va desenvolviéndose mientras la analizas, es una obra cuyo mensaje de cambio también puede devenirse en las intenciones tanto de su director, como del propio género, porque está prácticamente anunciando la despedida de las formalidades del género que no tienen entidad presente en un nuevo cine que va a presentar radicales formas de interpretar el género, pero no deja de ser un poderoso y melancólico viaje de despedida, porque había el final de la agonía e incertidumbre que nutre a todos los personajes, el viejo oeste muere con la llegada de un tren, que ahora lejos de traer muerte como lo fue en el principio de la historia trae optimismo, mientras todo el meollo consagra a una antigua prostituta, en la madre de un Estados Unidos esperanzador, ese que alimentó a un niño que no paraba de ver películas.
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