Lars von Trier narra la historia de un asesino serial en una película con muchas lecturas que cuenta con el ya característico estilo narrativo y visual del director.
A lo largo de su notable carrera como cineasta, Lars von Trier se ha caracterizado principalmente por ser dos cosas, un auténtico provocador y un talentoso artista, ambas están presentes en su más reciente largometraje, La casa de Jack (The House That Jack Built), un drama aderezado con una atmósfera propia del cine de terror y cierto tono de humor negro que al final resulta tan entretenido como perturbador, causando un impacto en quienes lo ven sin dejar a nadie indiferente ya que no importa si lo amas o lo odias porque sea cuál sea la sensación que te genere, inevitablemente se te queda grabado y te deja pensando en las diferentes temáticas que presenta.
Tomando como punto de partida la vida de un asesino serial llamado Jack, el director danés nos lleva de la mano por un viaje lleno de claroscuros en el que no sólo se analizan los motivos que tiene el protagonista para hacer lo que hace, sino que también se plantea una metáfora interesante acerca de la relación que hay entre un artista y sus creaciones, al mismo tiempo que vemos misoginia, un retrato de la violencia que se vive en la sociedad actual y una enfermiza burla a lo fácil que puede ser asesinar sin ser atrapado si se cuenta con la suficiente dedicación, malicia e inteligencia. También hay un análisis honesto, tanto del egocentrismo de alguien que está dándole forma a una expresión artística, como de la falta de misericordia que puede llegar a existir en el ser humano.
Presentando en forma de capítulos algunos momentos clave en la vida del psicópata perfectamente interpretado por un Matt Dillon que no lucía tan bien desde hace tiempo, la cinta se centra en mostrar de manera realista el sadismo del asesino al que seguimos en su camino a la inmortalidad al convertir sus asesinatos en cuidadas obras de arte que quedan plasmadas en fotografías. Somos testigos de asesinatos que resultan significativos para Jack y que lo hacen evolucionar en distintas maneras, esto mientras el personaje reflexiona acerca de sus acciones platicando sobre éstas con alguien que le acompaña, aunque no lo vemos y sólo escuchamos los diálogos que ambos intercambian. El protagonista va narrando su propia historia y nosotros como público le prestamos atención a cada palabra al igual que a la serie de imágenes que van llegando.
Conforme avanza cada secuencia, es fácil notar lo que Jack piensa y saber lo que siente, incluso podemos llegar a comprenderlo al analizar sus acciones y sus palabras. Se puede decir que nuestro personaje principal es una suerte de artista incomprendido en busca de la perfección artística que le permita crear su obra maestra, pues cada asesinato que comete no es más que la búsqueda de crear algo perfecto a partir de la imperfección. Cada gota de sangre derramada, cada mutilación y cada muerte brutal tienen una razón de ser más allá de los cuestionamientos morales; no se trata de justificar lo que pasa, se trata de analizarlo para entender por qué el director ha decidido mostrarlo así.
Prepárense para ver una cinta de Lars von Trier con todo lo que esto implica: una historia bien contada con muchas capas que invita al análisis y que es más de lo que parece, escenas explícitas y momentos impactantes, actuaciones en las que se lleva al extremo a cada actor y cada actriz para sacar lo mejor de sí, instantes de calma seguidos por otros en los que gobierna el caos, una fotografía impecable y una narrativa que te atrapa llevándote por partes que van de lo lento a un ritmo más ágil como si se tratase de una montaña rusa que primero te sube lentamente para luego bajarte en picada a toda velocidad sin darte tiempo de reaccionar.
La casa de Jack no es una película fácil de ver y tampoco es para todo el público, pondrá incómodos a algunos e incluso habrá quienes salgan un poco ofendidos o escandalizados. Ésta es una de las mejores películas del año, vale la pena verla más de una vez.