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Como marca indeleble de la cultura popular, George Romero le dio vida al zombie moderno pero su trabajo favorito dentro de toda su filmografía, fue cuando desnudó al vampiro de toda elegancia y lo representó de manera decadente y reflexiva.
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Uno pensaría que tras “La noche de los muertos vivientes” (1968) George Romero tendría el mundo a sus pies y podría hacer lo que quisiera… nada más diferente a la realidad. La película pasó de inmediato a ser libre de derechos por un error en el título del proyecto, por lo que Romero y su equipo no recibirían ni la cuarta parte del porcentaje de ganancias que obtuvo la película por la que los niños salían nauseabundos y los padres gritaban al cielo; los posteriores proyectos tendrían problemas tanto con productores, como con sus amigos que en un principio juraron estar ahí con él en todos sus filmes.
En There’s always vanilla (1971), Romero intentaría hacer algo alejado del horror, con una película más en reflexión de la juventud del momento, pero le ocasionaría peleas con Russel Streiner y John Russo y Rudolph J. Ricci; en 1973 Romero volvería al horror en menor grado. Jack’s Wife era el título original de un proyecto que hablaba de las insatisfacciones de Joan en relación a su vida laboral y conyugal que encuentra en la brujería un entorno de satisfacción inusitada. Por desgracia, el proyecto no se pudo realizar con la visión final de Romero, quien vería a su película ser editada y tener otro título –Hungry Wives– para ser tratada como pornografía barata y oportunista por parte de Jack H. Harris, el mismo que irónicamente peleó por una visión inédita del horror en su proyecto de sueño: La Mancha Voraz (Irvin Yeaworth, 1958).
Los Locos (1973) es el último proyecto que realiza antes de darse un descanso tras su primera doble función –algo que repetiría 4 años después- y en donde retomaría el elemento de revisión intrigado por las figuras de horror del pasado, mucho antes de la llegada del zombie.
Martin tiene un inicio sin igual; seguimos al epónimo personaje tomando un tren hacia Pittsburgh y desde el inicio todos como audiencia coincidimos en que Martin tiene una apariencia extraña, flaco y de dientes chuecos, Martin no deja de mirar a una mujer con el mismo rumbo a la cual, durante el transcurso de la noche será víctima de su actuar, porque inspirado por sus recuerdos románticos, Martin llega a su compartimiento y tras batallar con ella, la seda, la desnuda, y mientras comete actos de necrofilia bebe su sangre. Hacia el final Martin se limita a recoger sus cosas, limpiarse y aparentar que su víctima fue cómplice de su asesinato por suicidio.
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Martin logra su cometido y llega a la ciudad con su primo lejano, un anciano llamado Tata Cuda (Lincoln Maazel) quien sospecha de Martin como un vampiro, y le advierte que durante su estadía en la ciudad no quiere saber de los actos impuros de su nuevo inquilino, quien también tiene estrictamente prohibido interactuar con la hija de este, Christina (Christine Forrest). Martin no le hace mucho caso y mientras trabaja en la tienda de abarrotes de Tata, comienza a observar mujeres que pueden volverse víctimas potenciales para su extraña necesidad.
Martin es una gran película de vampiros, la mejor que se realizó durante la década de los años setenta. En su guión, lo que logró Romero es la deconstrucción y tratamiento realista al mito del monstruo, que le posiciona junto a obras como Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), Peeping Tom (Michael Powell, 1960) Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1971) y Taxi Driver (Martin Scorcese, 1975). Martin es ajeno al vampiro común. Si bien sí tiene un aire de delicadeza, su aproximación a las mujeres no es el de un seductor como lo han interpretado las películas, sino el de un hombre muy tímido que apenas y puede levantarle la mirada, mientras confabula sus actos de placer que a lo largo de la película van cambiando su ideología, haciéndonos entender de que probablemente su vampirismo está dentro del área psicológica ¿O no?
A lo largo de la película Martin expresa un mantra en forma de mensaje decadente: No existe la magia. No existen los hechizos, ni los actos de seducción, no existen las trasformaciones ni la debilidad por la religión (si es que esta también existe), sólo está su deslavado modus operandi que dista de ser perfecto, pero que también asocia a una serie de flashbacks en donde vemos lo opuesto: sí existe la magia, sí existe una versión de Martin elegante, y sí existe a pesar de todo, un cariño y aprecio por las viejas costumbres que mordazmente le buscan matar.
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Y provienen las preguntas ¿Son estas secuencias un recuerdo de Martin que efectivamente corrobora que es un vampiro? Si así fuese, la figura funesta del chupasangre se ha deslavado, no estamos a inicios del siglo, ni tampoco con la figura elegante de un Bela Lugosi sino que es un vampiro que a falta del realismo mágico de la sociedad presente, tiene que recurrir a métodos poco refinados, ya no usando sus colmillos en esa herida erótica presente en el cuello, sino a unas navajas oxidadas y la carne desgarrada del brazo.
También está la otra versión, la más decadente y que no atonta lo representado en la pantalla: ¿Martin es un asesino serial realista? Esta distinción ajena de todo carisma, lo presenta como un monstruo mucho más peligroso que una sanguijuela vulgar, porque es algo que inapelablemente hemos conocido a través de nuestro entorno social, la figura del asesino serial. No podemos justificarle por sus actos y eso hace sus actos más grotescos.
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Martin incapaz de contarle a alguien sobre sus experiencias, las narra para el beneplácito de un programa de radio en donde se propone esclarecer dudas sobre los vampiros en su infinita ignorancia, pero que a su vez le ocasiona enfado el contemplar su maestría como algo incrédulo para sus oyentes.
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También ayuda de que Romero se sienta libre de poder filmar algo tan grotesco con una maestría que nadie puede negar. Los actos vandálicos de Martin son un caos durante el ataque, pero tienen una planeación digna de un genio, en donde el más mínimo detalle tiene que quedar impecable para evitar sospechas. Específicamente la segunda fechoría de Martin, está repleta de tensión mientras el juego del gato y el ratón (o ratones), se ofusca por un acto inusitado que resquebraja la tranquilidad de nuestro vampiro y que recurre a una creatividad impulsada por el nervio. El otro beneficio de la obra, es su calmada pausa. No es una carnicería y las desventuras de Martin no se encuentran al tope de lo que vemos, sino su interacción con su nueva familia, en donde la lectura de descontento también se presencia, no por nada Romero hace un cameo como un nuevo padre que le provoca repudio a Tata, porque se trata de un hombre al servicio de Dios moderno, que no cree en sus súplicas de suplicio religioso respecto al problema que su familia tiene.
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Por desgracia, Martin fue tachada de ser inmunda. Los pocos que la vieron encontraron una apología al crimen y vandalismo, y terminaría opacada por la obra de Romero del mismo año que se volvería la más exitosa dentro de su carrera. Esa condición de maldita le seguiría hasta nuestros tiempos, porque si algo tiene, es su evasión frente a un público. No es fácil de encontrar e incluso las versiones extendidas del filme están perdidas.
Pero si uno hace su labor de investigador, encontrará una película inusual, porque Martin es la obra por la que más orgulloso se sentía el director de los lentes gigantes. Su revisión y descontento son parte de su filosofía como cineasta, pero Romero sentía apego por la película porque se trató de su consagración como director pensante, muy a pesar de que nadie en el fondo lo ideaba como tal, y es que en el fondo Martin es una tragedia de incomunicaciones, de la diferencia de mentalidades en un ambiente suburbano de apariencia normal, pero al que le ocurren crímenes aterradores que nunca son investigados ni recriminados, de alguna forma Romero siempre contemplaba la introspección de nuestras audiencias con sus filmes, en Martin logró esto de manera más pesimista que ninguna otra.
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