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La obra maestra de los hermanos Chiodo nos deja una lección: si tu película va a ser estúpida, más vale que abraces y ames el concepto, porque puedes dejar un legado.
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Los hermanos Chiodo llevan trabajando juntos desde que tienen memoria. Siendo unos chicos del Bronx, Steve, Charles y Edward comenzaron a crear magia cuando de niños, se juntaban y hacían pequeñas obras de teatro con sus muñecos, y veían todas las películas de monstruos que podían, incluso a escondidas de sus padres. Ellos no estudiaron para hacer cine, sino que se nutrieron con las enseñanzas de Ray Harryhausen, de Willis O’Brian, y todas esas revistas baratas de terror en las que podías comprar sarcófagos de Transilvania y lentes de rayos x a módicos precios por el sistema de correo.
Los tres no abandonarían esa camaradería e incursionaron en el terreno de los efectos especiales, siempre reconocidos por ser eficaces, rápidos, y capaces de trabajar bajo presiones de presupuesto. Stephen siempre cuenta que una noche en la que los tres iban manejando por la noche, comenzaron a hablar sobre qué era lo más espeluznante que les podría pasar en ese momento, sus hermanos hablaron de cosas más realistas, como que tuvieran una serpiente en los pedales o una araña en la entrepierna (que si lo pensamos es aterrador porque puedes morir en la reacción por quitártelos de encima), pero Stephen de la nada dijo esto:
– ¿Qué tal que en lo que estamos detenidos, llega un auto al lado de nosotros, con un payaso sonriéndonos?
Sus hermanos se estremecieron porque la idea era brutal, más en una época en donde el desenamoramiento de los payasos había dado inicio: Stephen King había publicado Eso en 1986 y se había vuelto la novela más famosa de ese entonces en el ámbito del horror, y no hay que olvidar que en 1978 John Wayne Gacy era un asesino serial quien, a pesar de no haber usado el traje durante sus crímenes, se disfrazaba dentro de la sociedad como un payaso amigable entre los niños.
Para cambiar el tono tétrico al asunto, sus hermanos le dieron un giro a la idea:
– Bueno, pero ¿Qué tal si ese payaso va por la carretera, y cuando te asomas te das cuenta de que no tiene un auto, sino que va flotando con luces en los pies?
Los tres rieron, pero muy dentro de ellos, había algo que podían realizar que se acomodaba a sus capacidades como artesanos de los efectos especiales.
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Los adolescentes de un pueblito cualquiera se reúnen en las colinas para beber cerveza y tener encuentros fogosos que quedan en secreto por el lugar y para beneplácito de sus padres; ahí conocemos a Mike () y a Debbie () quienes por alguna razón están bebiendo champaña arriba de una lancha inflable dentro de una camioneta.
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Por lo menos no están bebiendo cerveza “Cerveza”.
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Debbie sale con Mike porque es un buen tipo y se divierte, a pesar de juntarse con los hermanos Terenzi (Michael S. Siegel y Peter Licassi), dos tipos torpes que venden helados, tienen poco éxito con las chicas y se la pasan bromeando todo el día a bordo de su camión con un payaso gigante. Los dos dejan de ver las payasadas del dúo y ocurre lo que mejor puede pasar en una cita perfecta: ver el cielo, y con ello, una estrella fugaz.
Los dos lo ven pasar muy cerca y eso además de romántico, les da un interés de ver dónde cayó, que no es muy lejos del lugar. Especificamente en el terreno en donde cayó, existe un anciano campirano junto a su perro sabueso, y ven como oportunidad de oro el recoger el meteorito que cayó y ser famosos, así que con pala en mano van hacia el impacto, pero lo que encuentran no es un hoyo, ni un meteorito, sino… una carpa de circo.
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Lo cual es raro, y se pone peor, porque de ahí salen unos seres alienígenas similares a los payasos, y que comienzan a capturar humanos con algodón de azúcar, para reservas de alimentos.
Si leíste esto y te pareció estúpido, es porque los hermanos Chiodo tienen éxito total en sus intenciones. La película, es prueba de que literal todo se puede filmar, siempre y cuando tengas la capacidad de reflejar tu idea en la pantalla grande. El guión toma prestada la historia clásica de “La Mancha Voraz” (Yeaworth, 1958)–juro que es la penúltima película del año en donde escribo de un meteorito y extraterrestre- tanto en sus protagonistas, como en la estructura, sólo que añade un monstruo mucho más extraño que un moco alienígena. Su argumento se presta para que podamos ser testigos de las tecnologías de los payasos, sus interacciones y de vez en cuando, interesarnos por los protagonistas humanos, que quizás es su única debilidad, porque las víctimas no son personas que conocemos y sabemos de antemano que van a ser pulverizadas de forma creativa por los payasos, algo que no pasa en películas similares como Gremlins (Joe Dante, 1984) y la madre de todas con Steve McQueen.
Pero, no es algo que ofrezca demerito, porque Payasos asesinos del espacio exterior tiene corazón y capacidad dentro de lo necesario para hacer un viaje inolvidable y estúpido. Los hermanos Chiodo se lo pasan de lo lindo explorando las posibilidades y escenarios, y siempre con un humor y capacidad de asombro porque literal somos testigos de toda la parafernalia ehm… payasónica a todo lujo de detalle.
¿Pistolas de palomitas? ¿Perros de globo? ¿Pasteles ácidos? ¿Carritos?
¿Sombras? ¿Guantes de box? Tú dilo, y sale en la película. Esto hace más creativa a una película que por título no parecería tener derecho de ser tan memorable, y sobre todo divertida, porque de inmediato le da un aire que nadie ha sido capaz de recrear.
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Los Chiodo no se dieron cuenta, pero también dentro de su guión mejoraron la relación del chico y chica, y el pasado romántico de esta: Grant Cramer siempre tiene una sonrisota y como Mike no es un patán ni un aprovechado, de verdad quiere a Debbie quien es interpretada por Sussane Snyder quien siempre me ha parecido gracioso ver que exprese un claro “ya cállate” con su rostro, y encuentran como aliado a Dave (John Allen Nelson) quien lleva el típico arco narrativo de “no los creo hasta en carne propia” y se vuelve el héroe de acción de la película consiguiendo amistad y respeto por todo el pueblo.
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Y no sé por qué John Vernon como Mooney se siente Harry el sucio, personaje que canaliza y que curiosamente apareció en la primera entrega del detective siendo el alcalde.
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Payasos asesinos del espacio exterior es una extravagancia que siempre vi en el anaquel del centro de video frecuente a la que siempre me mantuvo en interés, pero que a mi padre le parecía en extremo estúpida como para gastar una renta en ella. El tiempo pasó y nunca la olvidé, sabía que existía una película con un título tan extraño y que con frecuencia veía en las listas de lo peor de la historia del cine, lo cual es un pecado aseverar.
Payasos asesinos del espacio exterior es una carta de amor y capacidad de los involucrados. No será perfecta y sus intenciones son baratas, pero es un entretenimiento que pocas veces alguien puede ofrecer dándole corazón a una película que de no haber sido así, nadie la hubiese producido.
Los Chiodo hicieron una película de culto, quizás la última en su tipo y no recibieron compensación en la taquilla como ellos esperaban, pero sus personajes son un referente del cine de culto y de la época, y la gente no los olvidó. Al igual que la película que roban argumento, Payasos asesinos del espacio exterior tiene un festival anual en donde la gente va disfrazada, los boletos para ver a The Dickies interpretar el soundtrack se acaban en un santiamén -y de paso debo agregar de que es mi disco de punk favorito de toda la maldita historia- y este año tiene justicia al tener una atracción en Universal Studios, junto con otros gigantes de la talla de Chucky o Michael Myers.
Así que ya lo saben muchachos, si tu idea raya en lo estúpido, no tengas miedo, quizás se vuelva la película que alegre el corazón a miles de personas sin que lo sepas, quizás le cambies la vida a alguien que puede decir sin pena haber visto más veces Payasos asesinos del espacio exterior que cualquier película de Ingmar Bergman.
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