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La oleada de remakes cincuenteros en los años ochenta también retomó a su monstruo más inusual en una revisión agresiva que no suele recordarse en retrospectiva a comparación de sus hermanas.
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La odisea de Jack H. Harris que culminó en “La Mancha Voraz (1958)” fue inusitada, un éxito de taquilla por parte de gente que menos pensarías en los adecuados para hacer cine de horror. Ningún productor de renombre ni ningún estudio esperaba en ella una de las películas más taquilleras de su año pero ¿Por qué habrían de pensar diferente si sus realizadores eran fanáticos religiosos y su productor principal era el dueño de un teatro?
La falta de fe en el proyecto fue tal, que Jack logró obtuvo un contrato inusual con George Weltner –presidente de Paramount– en donde él obtendría los derechos de la película, la idea y el nombre de regreso una vez acabada la gira de proyección. Los derechos regresaron a Harris junto con una parte de la taquilla por los sesentas, y se dispuso a realizar otros proyectos con su equipo de “La Mancha Voraz”… nunca pensó en la idea de una secuela hasta que el proyecto fuese sugerencia de Larry Hagman, su vecino en los sesentas el cual, nunca había visto la película, pero que por insistencia de Harris de sentarse a ver la copia original que tenía resguardada, hizo la pregunta al término de la proyección.
Eso alimentó a El hijo de la mancha voraz (1971), una película que vino y se fue, a diferencia de la original. No es una mala película, pero el contraste generacional fue algo que los críticos en su tiempo vieron como una imperfección; a diferencia de la primera que se tomaba en serio con un tono burlón, en el vástago de la Mancha voraz persiste un humor ante todo seguido de personajes que toman decisiones demasiado estúpidas… eso y que la primera víctima del extraterrestre sea un gatito.
Puedes verla en Youtube, pero shh…
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Harris lejos de desalentarse, contempló la posibilidad de revivir de vez en cuando el proyecto para futuras generaciones, o por lo menos eso dice porque de nuevo, no buscó la forma de hacerlo, los interesados debían ser los realizadores… dejando de lado una posible revisión en 1979 por parte de quien menos esperabas: Ralph Bakshi, el productor accedió a una propuesta por parte de Chuck Russell. A diferencia de Bakshi, Russell era fanático de la película original y no era animador –algo que Harris vio como imperante, La mancha voraz no es una caricatura- y sólo necesitaba el apoyo del productor original, porque había conseguido guionista y estudio interesado. Sorprendido accedió, pero tuvo conflictos al primer minuto porque los nuevos realizadores buscaban cambiar elementos del clásico.
En un pueblito de Aborville, California, unas escenas nos muestran lo tedioso que resulta vivir en este lugar, con tiendas clásicas y un cine de antaño como lo más emocionante para los habitantes. Conocemos 3 historias: La de Meg (Shawnee Smith), una porrista del equipo de futbol que acaba de obtener la cita de sus sueños con Paul (Donovan Leitch), su hermano Kevin () que omitiendo las amenazas de su madre se va con su mejor amigo al cine a ver una película slasher de cuarta, y a Brian (Kevin Dillon), un exiliado del pueblo motociclista que no tiene amigos.
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La vida de todos cambia cuando una noche, algo extraño cae del cielo y ataca a un vago que vive por los bosques del pueblo. Al encontrarse Paul, Meg y Brian, lo que hacen es llevar al sujeto con el médico, pero poco después se dan cuenta de lo que todos sabemos: que ese moco de su mano, tiene vida, come gente, y su hambre es, pues voraz.
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La mancha voraz retiene casi el mismo argumento y estructura de guión de la original, con un nuevo giro: el monstruo lejos de ser un meteorito, es un experimento del gobierno que se sale de control. Eso es algo que rechazó Harris en su idea original pero que sirve para resaltar el resurgimiento de los ochentas de las teorías de conspiración y de la desconfianza del pueblo norteamericano frente a su gobierno. Funciona dentro de la trama, y es más un giro si estás acostumbrado a la idea del meteorito.
Este elemento crítico debajo de la mesa no es inusual dentro de los remakes ochenteros de la época atómica/paranoica -curiosamente la única que no lo tuvo fue la más fallida de todas, la revisión de Tobe Hooper a Invasores de Marte (1986)– pero además de eso, es un viaje emocionante, quizás con más riesgos que la primera entrega porque el guión de Frank Darabont –primerizo en su labor- presenta personajes los cuales pensamos serán vigentes en la aventura, pero que inesperadamente son víctimas del monstruo y de las formas más grotescas, siendo el principal recurso, los maravillosos efectos especiales concebidos por la película, por lo que es clara una inestabilidad de seguridad dentro de los personajes que no con frecuencia sentimos en películas de horror.
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También es extremadamente rescatable la labor de Mark Irwin en la película. El habitual colaborador de Cronemberg se inspira en la estética extremadamente teatral de la original y presenta una revisión, con bosques que si uno saca de escena, parece que son material de películas de nuestro presente.
[/vc_column_text][vc_column_text]Compite con La Mosca (David Cronember, 1985) y La Cosa (John Carpenter, 1982) de tener efectos que elevan al monstruo a un nivel inimaginable, grotescos, creativos, y que además, dan la curiosa respuesta de cómo es que el ser digiere a sus víctimas.[/vc_column_text][vc_single_image image=”20590″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]
No es una película perfecta, porque hacia el tercer acto no dejamos de ver a Brian arriba de su moto haciendo acrobacias mientras que Meg huye de la criatura en las alcantarillas olvidando que hace unas horas había conseguido la cita de sus sueños con el galán más galán del pueblo, pero son elementos que entorpecen –y que quizás le dan un aire más cheesy– más no demeritan a una película que como Russell bien sabe diseñar, aprovecha los recursos de efectos especiales como su poder y genera una película de espantos que yo creo que muchos recuerdan antes de la primera versión.
Aun así el tiempo fue cruel con ella, perdiendo en la taquilla por el fenómeno que era Cocktail (Roger Donaldson), odiada por el pueblito de Phoenixville que aseguraban que era un sacrilegio para su adorada Mancha Voraz, y fue relegada a las noches de televisión en donde la película obtendría una audiencia de culto.
Es curioso cómo son las cosas, porque si su primera parte obtuvo la taquilla y cariño de la gente cuando esperaban ser una mediocridad, la revisión del proyecto, con presupuesto y con gente preparada, tuvo nada de gloria… quizás sea porque no puedes ganarle al sueño americano de la pantalla de plata, quizás.
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