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No entiendo los números: eso es una maldición.
Desde que puedo recordar, tengo discalculia, esto a los ojos de tus padres y maestros significaba que eras más flojo porque en tus tareas de matemáticas, física y música no avanzabas al mismo nivel que los demás, pero la realidad es que no podía comprender lo que se me presentaba. Con el tiempo he avanzado a un paso muy lento, en medio de burlas y pena aprendí a multiplicar y dividir con mucho esfuerzo en la preparatoria cuando tenía que llevar clases de álgebra y hasta ahí quedé.
Lo cual me da tristeza, puesto que no las odio, sólo me dan miedo.
Miedo porque nuestra vida se rige en ellas, sin los números no somos nada, y por supuesto que he llegado a pensar si son un producto existente de nuestra mentalidad o si van más allá. Lo más aterrador del asunto, es que estas dominan nuestra existencia, y yo soy incapaz de siquiera entender un grado aceptable de complejidad.
¿Qué pasa si son la base para entender toda noción de nuestra existencia? ¿Qué tal que ahí, entre números, se esconde Dios? ¿Y para qué usaríamos este conocimiento?
Preguntas existen y existirán, y creo que Pi, es valiente en su planteamiento, porque así como yo puedo llegar a ser ignorante en el mundo de los números, tampoco es algo que se llegue a explorar dentro del mundo cinematográfico. Generalmente su asociación es con el biopic, más a menudo con el tufo del “oscar bait” que nada, y quién diría que Darren Aronofsky, en su ópera prima, se acercaría al complejo mundo numérico, con una película de suspenso.
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Maximilian Cohen (Sean Gullette) es un fenómeno, y nuestro guía a lo largo de la película. Un teórico de los números, la vida de Max se basa en estar todo el día encerrado en su departamento con la única compañía de Euclides, una máquina extraña que busca patrones numéricos dentro de la bolsa de valores. Max lleva años buscando un patrón secuencial que le ayudará a entender el complejo humano económico, a la par que sufre el acoso de un grupo secreto que busca su investigación y unos ataques de dolor de cabeza que conforme comienza a conectar teorías matemáticas con su investigación, suben en la escala del dolor y frecuencia.
En Pi, los personajes están en busca de Dios, de la respuesta a su existencia y ansiedades. Max busca sin descanso a la respuesta universal a través de los números, que en concreto definen nuestra existencia, Lenny (), es el judío incómodo en la vida de Max que con sus estudios abraza más el concepto divino con los números a través de la torah y sus aproximaciones matemáticas, incluso los enemigos de Max buscan en cierto sentido la divinidad, porque controlar la bolsa de valores indica tener el control del mundo, y para 1998, la moneda es Dios, (y encuentro curioso que esta sub trama suceda a pocos años de que la amenaza del Y2K se hiciera presa de todo medio de información).
Max es un personaje patético, que no sabe por qué realiza esta investigación más que la idea de encontrar respuestas, alejado de todo contacto y deseo carnal que llega a tener con su vecina, a la que escucha gemir de placer mientras él está encerrado en sus números, un auténtico Ícaro que obtiene una singular habilidad que termina en propiciarle más daño… o ¿No? Porque Pi, su búsqueda de la verdad, sus conceptos numéricos y la vida de su personaje, tiene una lectura dentro de la teoría numérica, pero también tiene una lectura como la creación paranoide de un hombre poco confiable, en donde visualmente toda la película es su punto de vista dentro de la escena o fuera en donde vemos su perspectiva en primera persona.
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Aronofsky crea una película singular porque estos temas son explorados sin complejidad que resulten enajenados para la audiencia, de hecho llega a detenerse constantemente para evidenciar sus teorías a través de las hojas paranoides de Max y jamás deja que los números dejen de ser un misterio, un acercamiento del cual deberíamos estar conscientes de tomar y de tenerle el respeto suficiente, porque también funciona como advertencia Faustiana, en donde si llegas a obtener lo que deseas, quizás no era el camino que al final de cuentas buscabas en primera. Sus afinidades como realizador ya son presentes –con la manía de sus personajes dentro de la perfección y la idealización de sus labores frente a los demás- pero lo más curioso, es que desde su primera obra Aronofsky no deja de ser un cineasta que a cualquier oportunidad, no deja de recordar sus influencias que adopta, sin sentir plagio.
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Matthew Libatique y Aronofsky –que han estado trabajando desde hace 20 años juntos como dupla- presentan un mundo aplastante, de blancos y negros grotescos que nos recuerdan a las viñetas controversiales de Sin City de Frank Miller, a la construcción del cuarto incómodo de Eraserhead (1977) de David Lynch y la propia Euclides y la constante paranoia de Max son asociadas directas a Tetsuo (1989) de Shinya Tsukamoto. Estas referencias son constantes y la dupla nunca las ha negado, quienes de hecho han aclarado desde el principio que todos los conceptos matemáticos son provenientes de las dudas y libros que aparecían en ese entonces.
Es igual de rescatable mencionar que Pi es una película a menor escala de todas las que aparecieron durante 1998, pero creo que debe de ser la que más exuda cine de todas, por tratar un tema complejo que sólo a través de la experiencia fílmica puede ser realizada, y realizada con esfuerzo e ilegalidad porque nadie de renombre quiso dar dinero para una película de matemáticas. Aronofsky junto a su equipo se atrevieron a soñar, y apoyados por las inversiones de sus personas cercanas, y filmando en estilo guerrilla, generaron una película atrevida.
A 20 años Pi sigue siendo una gran obra, jamás cae en pretensiones, es misteriosa y retadora con creatividad sobre todas las cosas, y su mensaje llega a ser desesperanzador, porque carga con la constante filosófica de la ignorancia como felicidad.
En este sentido, y a través de 20 años, Pi me deja claro que no entiendo los números: eso quizás sea una bendición… quizás.
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